En Villa delle Rose

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

El viernes fue junto con Pepa Castelló y María Altozano a Villa delle Rose, un Centro del Opus Dei en Castelgandolfo, muy cercano a la residencia de verano del Papa. Era una villa italiana que constaba de dos edificios unidos por un jardín, desde el que se divisaba el lago Albano. Había sido la primera Casa de Retiros del Opus Dei en Italia. La tranquilidad del lugar invitaba a la oración y al trato íntimo con Dios: ya lo proclamaba bajo la cornisa la inscripción que campeaba sobre la fachada del edificio:

Aquí el aire es más puro

y el cielo es más abierto

aquí Dios es más familiar.

Montse pudo comprobar la certeza de aquel lema sobre el propio lugar. "Nos acercamos hasta la terraza -cuenta Pepa-, desde la que se divisaba una vista magnífica del lago". El cielo era abierto como se afirmaba en el lema, pero el tiempo no acompañaba demasiado. Cerca de allí se alzaban los famosos "Castelli romani" entre antiguas ruinas y bosques de castaños: Genzano, Marino, Grottaferrata, Frascati... ¿Qué mejor lugar que éste -dijeron- para hacerse unas fotografías? "Quisimos hacerle algunas -recuerda Pepa- pero ella estuvo haciendo varias bromas para no salir, y de hecho no salió en ninguna".

No hay que sorprenderse por esta reacción. Su madre se había dado cuenta de que no le gustaba nada que le hiciesen fotografías; pero cuando había, por ejemplo, un motivo de caridad, o de cariño, accedía gustosa. Lo de no querer fotografiarse no era una rareza. Montse no solía hacer cosas raras, o impropias de una chica de su edad: y a cualquier chica de su edad le gusta "salir en las fotos". Esas bromas simpáticas con las que intentaba -y conseguía- no salir en las fotografías, no eran más que eso: su modo concreto de vivir la virtud de la humildad. Un modo personalísimo: entre bromas y risas. Montse no fue humilde a secas: fue alegremente humilde; más aún: "divertidamente" humilde.

Villa delle Rose guardaba entre sus paredes muchos recuerdos de la historia del Opus Dei. Entre todos ellos, había uno particularmente entrañable: era un óleo de escuela italiana, de Carlo Dolci, del siglo diecisiete, que representaba a la Virgen con el Niño y que había pertenecido a la madre del Fundador de la Obra. El Niño tenía el cabello perfectamente alisado, como acabado de peinar, por lo que en casa de don Josemaría se le designaba, con castiza expresión aragonesa, como "la Virgen del Niño peinadico".

Ese cuadro, que acompañó durante toda la vida a la madre del Fundador, y que había recogido su última mirada en la tierra, era uno de los pocos objetos que Carmen Escrivá conservaba de su madre. El resto lo había dado todo -al igual que su vida- al Opus Dei. Pero un día del mes de junio, pocos días antes de su muerte, don Josemaría le preguntó:

-"Carmen, ¿te gustaría que este cuadro fuese para el Colegio Romano de Santa María? Así tendrán allí un recuerdo de nuestra madre y un regalo tuyo".

Carmen, como siempre, dijo que sí.