Muerte de Pío XII

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Durante esos días se había difundido por todo el mundo una noticia preocupante: el Papa estaba gravemente enfermo. Muchos católicos pensaron en el famoso dicho vaticano: "los Papas sólo tienen una enfermedad: aquélla de la que se mueren", y comenzaron a rezar. El Fundador del Opus Dei pidió a sus hijos que oraran y se mortificaran especialmente por esta intención.

Se confirmó el dicho. Pocos días más tarde, en la madrugada del 9 de octubre, fallecía Pío XII. "Este Papa es un santo", comentó Montse al conocer la noticia. En Roma, se celebraron con toda solemnidad las exequias por el Pontífice difunto, y las muchedumbres de la Ciudad Eterna se agolparon en torno al cortejo que recorrió la urbe para dar su último adiós a aquel Papa romano, nacido en Roma y de figura elegante y aristocrática.

Siguió una novena de duelo por el Papa y, en los días que precedieron a la elección del nuevo Pontífice, el Fundador del Opus Dei siguió pidiendo a los miembros de la Obra oraciones, mortificaciones y un trabajo bien hecho, ofrecido por aquella intención. Un trabajo "acabado, perfecto, con amor a las cosas pequeñas". "Sabéis, hijos míos -les decía-, el amor que tenemos al Papa. Después de Jesús y de María, el Papa, quienquiera que sea. Al Pontífice Romano que va a venir, ya le queremos. Estamos decididos a servirle con toda el alma. Vamos a quererle antes de que venga, como buenos hijos".

Durante las semanas siguientes la atención mundial se concentró en el Vaticano. Los Grases, como millones de familias cristianas de todo el orbe católico, seguían, con el oído atento al receptor de radio, todas las ceremonias en honor del pontífice difunto. Tras las exequias empezaron a llegar a Roma los cardenales para el Cónclave: el famoso cardenal Spellman, de Nueva York; Tien-Chen-Sin, de Pekín; el joven cardenal de Varsovia Wyszynski... Hubo dos cardenales de la Iglesia del silencio que no pudieron asistir: Mindszenty, primado de Hungría, y Stepinac, arzobispo de Zagreb. Y empezaron -era inevitable- a circular en la prensa las listas de "papabili": Ottaviani, Lercaro, Siri... También se barajaban otros, mucho más improbables, como Agagianian, Tisserant, Roncalli...