Sin posibilidad de error

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Le seguía doliendo la pierna -prosigue Manolita- y unos médicos nos decían una cosa y otros, otra; y nosotros lo único que sacábamos en claro es que ninguno encontraba la causa real de aquellos dolores; y seguíamos buscando un buen especialista. Hasta que un día, mi hermana Adela me recordó al Dr. Martín, médico especialista y amigo nuestro, que ya había visto a Montse anteriormente".

"Fuimos a ese especialista y la volvió a reconocer; y entonces se le ocurrió medir las dos piernas a la altura del muslo. Advirtió una pequeña diferencia en el movimiento del músculo y dijo que quería hacerle una serie de radiografías en casa de un radiólogo amigo suyo.

Fuimos al radiólogo. Lo recuerdo como si fuera ahora. Le iban haciendo las placas a medida que el doctor las pedía, en diversas posiciones. Tengo grabados los ratos que pasamos en aquella salita... y yo, al ver el rostro del médico, ya empezaba a vislumbrar algo...

El doctor Sáenz habló con el especialista y vino a casa para irme preparando... Me habló de una 'masa tumoral', y me dijo que habría que hacer análisis, etc...

-Pero en fin -me comentó-, doña Manolita, que no hay que pensar en una cosa terrible... Mala, sí.

-Mala, sí... ¿verdad, doctor Sáenz?

-Sí, mala sí, señora; pero se puede luchar, verá usted...

Aquello fue el final de mis dudas... Me quería coger como a un clavo ardiendo a todas aquellas vaguedades que me decía el bueno del doctor. Y vinieron más consultas...

El 17 de junio me llamó el doctor Martín; me dijo que acababa de estudiar todas las placas y los análisis del doctor Roca y que estuviera tranquila, que él también, al comparar la movilidad de ambas piernas, se había temido lo peor, pero que había visto un avance... Y me insistió en que no me preocupara, porque a los pocos días acabaría de diagnosticar el caso. Yo creo que me lo dijo de buena fe y que él entonces todavía lo creía así. Pero a los tres días...

Fue el 20 de junio, primer aniversario del fallecimiento de Carmen, la hermana del Fundador del Opus Dei.

Todo estaba muy claro. No había posibilidad de error: se confirmaban todas las sospechas... Fueron Manuel y mi cuñado, el médico, a la consulta. Nada más llegar, el médico le dijo:

-Tu hija tiene un cáncer (...). Le quedan pocos meses de vida.

Mi cuñado quería suavizarlo, dándose cuenta del golpe tan duro que representaba para Manuel; pero el especialista (...) le mostraba las páginas de un libro de Medicina.

-Mira, mira aquí: no hay ninguna posibilidad de equívoco. Es un cáncer de hueso sin curación posible...

Mi pobre cuñado pasó un mal rato (...), pero hay que hacerse cargo: en aquel momento hablaba el profesional (...), con el diagnóstico que había traído de cabeza a varios médicos durante seis meses. Y eso (...) le hizo perder de vista que estaba hablando con el propio padre de la enferma...

Pero era una gran persona y estoy segura que él también lo sentía; y mucho. Y Manuel, después de que el médico le hubiese cerrado todos los caminos, y le hubiese quitado cualquier esperanza de curación, se despidió diciéndole:

-Mira, a pesar de todo, no puedo perder la esperanza: por encima de todos los diagnósticos está la voluntad de Dios.

Al volver a casa no me dijo nada; yo tampoco se lo pregunté: le miré a los ojos y me di cuenta de todo.

Estaba Rafael en cama con unas anginas muy fuertes. Les hice creer a todos que estaba preocupada por Rafael, que tenía anginas, y les decía que temía que en vez de anginas tuviese difteria... Porque lloraba sin poderme contener.

Estaba claro. Era un sarcoma, aunque no se sabía todavía de qué tipo: eso se podría averiguar mediante una biopsia. Había opiniones en pro y en contra, porque unos médicos decían que uno de los peligros de esa enfermedad es que, al remover, se precipita el proceso, aunque de momento el enfermo experimente una mejoría -o mejor dicho, un alivio en sus dolores- debido a la descompresión que hacen...

Por otra parte cabía una posibilidad muy mínima de que no fuera... ¿Y si todo había sido un error? ¡Suceden tantas cosas!"

"Me vuelvo perezosa -le decía Montse a Lía-; tanto que protestaba antes porque me hacían quedarme en la cama, y ahora hay días que me da pereza levantarme; pero no es pereza, es modorra. Me noto cansada y no sé de qué. ¿Tú crees que esto es normal? Como no me despabiles, no sé donde voy a ir a parar. Me mimáis demasiado..."

Lía no sabía qué contestarle. Había que esperar al resultado de la biopsia. Quizá todo no fuera más que un error. Era increíble casi pensar que... No; seguro que todo no era más que una equivocación. Había que rezar...

"Al fin -cuenta Manuel Grases- después de sopesar los pros y los contras, decidieron hacerle la biopsia y la llevamos al Hospital de la Cruz Roja, donde la atendieron muy bien. Se ocupó de ella José Cañadell, que era un doctor joven, de unos treinta y cinco años, muy prestigioso, director por aquel entonces del Servicio de Cirugía Ortopédica de aquel Hospital. Trabajaba con él, como ayudante, un hijo del doctor Escayola, el médico que la había reconocido al principio. Recuerdo que Cañadell no quiso empezar hasta que no vino el analista, que estaba considerado como el mejor de Barcelona".