Una marcha problemática

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Cuando acabó la Semana Santa -sigue contando su madre- volvimos a Barcelona. Montse continuó con sus clases. Pero los dolores no cesaban y yo veía cada vez más problemática su marcha. A ella a veces también la veía inquieta...

Siguió haciendo su vida normal: asistía a clases, iba por Llar, pero se veía -aunque no se quejara- que aquello le costaba cada vez más esfuerzo. Tenía unas grandes ojeras; era evidente que no dormía bien y que debía pasar más de una noche en vela. A la mañana siguiente, yo le insistía inútilmente, intentando que se quedase en cama. Pero ella se levantaba puntualmente, aunque estuviese rendida, a la hora señalada.

-Montse, quédate en cama. Si no has dormido nada...

-No mamá...

Y se levantaba".

El doctor pensó que con un poco de reposo se le pasaría el dolor. Lo único que debería hacer era levantarse más tarde. Pero esto a Montse le costaba mucho cumplirlo: veía que había mucho trabajo en casa con todos sus hermanos y argumentaba, con toda razón que, cuando volvía de Misa, su madre ya había hecho "todas las labores de la casa y eso no puede ser". Le dijeron que ofreciera ese reposo como una mortificación.

Manolita observaba que durante la comida Montse levantaba disimuladamente el faldón de la mesa camilla para frotarse la rodilla y que de vez en cuando se le contraía el rostro con un latigazo de dolor. ¿Qué podría ser? Y había perdido el apetito. Cada día, al mediodía, se repetía la misma escena:

-"Montse -le insistía su padre-, un poco más".

-"Papá..., si es que no me apetece tomar nada".

-"Pues has de comer, hija mía. Anda, un poco más..."

Al ver este estado de cosas, el médico de cabecera recomendó que fueran a visitar a un especialista y el 10 de abril acudieron a la consulta del doctor Escayola, de la Sociedad médica a la que pertenecían. El doctor anotó en su ficha un diagnóstico provisional: "artritis reumática. Ligero derrame". Indicó que se le hiciese una radiografía.

Pero aquello no parecía un reuma pasajero. Seguían las molestias y el día 24 de abril volvieron a la consulta del doctor Escayola, que contaba ya con el informe del radiólogo: se apuntaba allí una ligera separación del periostio.

Hoy, cualquier estudiante de Medicina aventajado sabe que una pequeña separación de aquel tipo en el periostio es un signo revelador -patognómico, en lenguaje médico- de una patología específica, de una enfermedad muy precisa y concreta... Pero en aquella época se ignoraba todavía que alcance podría tener aquello.

El 3 de mayo volvió de nuevo a la consulta: la pierna seguía algo hinchada y le molestaba. Dos días después, el doctor decidió hacerle una punción. El resultado fue negativo: estaba claro que no era una artritis; sino otra cosa. El doctor determinó que le pusiesen una calza enyesada. Al salir Montse estaba demudada.

Le escayolaron toda la pierna hasta el tobillo, dejándole a salvo el pie; y aunque Montse hacía bromas diciendo que así se podría poner unas punteras para cubrir los dedos, lo cierto es que se encontraba cada vez peor. Además, daba la impresión de que le habían puesto una cantidad de yeso excesiva. Pero lo llevaba con serenidad.

No pensó que esa fuese una causa suficiente para alterar su horario mañanero del día siguiente. "No dejó ni un solo día de venir a Llar -cuenta Lía- para hacer la oración, hasta que cayó definitivamente en cama. Daba pena verla en el oratorio con su pierna estirada; le era prácticamente imposible arrodillarse, pero ella hacía mil piruetas para conseguirlo. '¿Por qué no voy a hacerlo?', decía".

Al día siguiente la pierna se le hinchó dentro de la escayola y las molestias se volvieron insufribles. Decía que no lo podía soportar. ¿No estaría exagerando?

-"Ten un poco más de paciencia, Montse" -le dijo una.

-"Sí" -respondió sonriendo.

Todos empezaron a inquietarse. Aquello no parecía la consecuencia de una simple caída en una excursión de esquí... "Al tercer día, al verla en ese estado decidimos -prosigue su padre- ir al doctor Esteva, cirujano de huesos y buen amigo. Nada más examinarla nos dijo que había que quitar inmediatamente aquel yeso y en todo caso, ponerle otro mucho más flojo; pero que en todo caso la quería ver antes de enyesarla de nuevo.

Le quitaron el yeso. Y le hicieron sufrir mucho porque se lo habían aplicado directamente a la piel... Después de reconocerla, el doctor Esteva nos dijo que lo mejor era no ponerle nada y volvió a revisar el análisis y la medicación".

Sus padres seguían perplejos: ¿qué podría ser aquello? Lo que le recetaba un médico lo desaconsejaba el siguiente; y el siguiente cambiaba lo del anterior. Le hicieron algunas punciones en las rodillas: pero era difícil averiguar dónde le dolía exactamente: el dolor se le extendía por toda la pierna y además, contra todo pronóstico, iba en aumento. Se quejaba de un dolor en el muslo, pero todos le decían que no había que preocuparse: debía ser el dolor reflejo de algún nervio.