Un "tronco" de chocolate

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Por su parte, Montse, a medida que iba profundizando en su vocación, iba ganando en agradecimiento a sus padres, a los que le debía en gran medida su vocación. "El primer germen de la fe, de la piedad y de la vocación -explicaba el Fundador-, lo han puesto ellos en nuestros corazones". "Si soy así -comentaba Montse- es gracias a los padres que tengo".

Trataba de manifestar su agradecimiento con ellos de diversas formas, e intentaba materializarlo de algún modo, porque veía ahora con gran claridad aquello que afirmaba el Fundador del Opus Dei: que el noventa por ciento de la vocación se la debía a ellos.

Le gustaría regalarles algo, pero no manejaba demasiado dinero ni la situación económica familiar permitía despilfarros. La única solución que tenía era ahorrar; es decir: combinar los trayectos de tranvía o de metro -el famoso "tren de Sarriá"- con los del "coche de San Fernando": "unas veces a pie y otras andando". Así lograba reunir, con esfuerzo, 5 pesetas y media. Realmente no era ningún capital; pero suficiente, porque con cinco pesetas y media -con aquellos simpáticos dos reales con agujerito- podía comprar, en Cremel, la pastelería que mostraba su sabrosa mercancía junto al portal de Llar, un dulce para su madre.

La tienda ofrecía, entre vaharadas olorosas -¡hummm!- toda una gama de pasteles en dos escaparates enfrentados, sobre los que lucían, en letras blancas, dos grandes rótulos: PASTELERIA. BOMBONERIA. Bastaba empujar levemente esa puerta para entrar en el paraíso del goloso -y ella lo era-: tartas de manzana, torteles de hojaldre, bizcochos, cabellos de ángel y unos pasteles de chocolate a los que llamaban "búlgaros", vaya usted a saber por qué.

Montse se conocía muy bien aquella pastelería pintada de un color verde manzana que estimulaba el apetito. Se apoyaba sobre el mármol estrecho del mostrador y pedía un "tronco" de chocolate, mientras miraba la hora en un curioso reloj de pared que tenía letras en vez de números: AIRELETSAP. No se entendía nada. Pero si se leía de derecha a izquierda...

Ese "tronco" de chocolate era el dulce que más le gustaba a su madre. Era sólo eso: una pequeña muestra de cariño con los suyos. Una más en la vida de Montse. Quizá no es el detalle más significativo de su vida, ni el más "heroico" o el más "trascendente"; pero sí, desde luego, uno de los más entrañables: ¡Con qué esmero le llevaba el pastel -no fuera a perecer aplastado en uno de los vaivenes nerviosos del tranvía- envuelto en el papel sedoso de la confitería, sujeto por un cordel bien anudado para que no se le cayera...!

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Llegó la fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal y Patrón del Opus Dei. En Llar lo celebraron con una especial vibración apostólica. Ella seguía con su rodillera y no le faltaban las bromas:

-"Pero Montse... ¡si pareces un futbolista!"