Temores y dudas

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Montse disfrutaba al igual que Sylvia, de ese clima de libertad familiar, y por su talante humano, abierto, divertido e independiente, congeniaron muy bien. También ella sentía la llamada de Dios allí, en el hondón del alma: una llamada que afloraba a la superficie cada vez que hacía oración... Tenía razón Rosa: la vocación es algo que Dios hacer ver en el corazón de un modo misterioso. Y aquel punto 903 de "Camino", era como una espada afilada:

-"Si ves claramente tu camino, síguelo. -¿Cómo no desechas la cobardía que te detiene?"

Los deseos de entrega, de amor a Dios, iban creciendo y creciendo cada vez con más fuerza en su alma, iluminando su mente y su corazón, hasta apoderarse de ella. Cada vez estaba más claro... aquello era lo que Dios le pedía... aquello era lo suyo... pero pensaba que era muy joven, que era pronto todavía... ¿No se estaría precipitando?

El tercer domingo de diciembre -el día 15- hubo retiro mensual, como de costumbre, y Montse estuvo allí junto con las chicas -una cincuentena- que asistieron; y además pasó la bolsa al terminar. En esa bolsa las participantes podían colaborar con sus ahorros en las labores apostólicas de Llar. El resultado en cifras no era precisamente como para deslumbrar al cajero del Banco de España, pero lo que importaba era sobre todo la generosidad del corazón, ya que el bolsillo de aquellas estudiantes solía ir, por lo habitual, bastante corto.

También los sábados y los días 19 de cada mes se hacía una colecta que se destinaba a las flores que se ponían junto al Sagrario y a las visitas que se hacían a gente necesitada, o a tener un detalle de cariño con alguna persona enferma, como aquella chica joven a la que visitaban Montse y Ana María. Esa chica "tenía cáncer en el cerebro -recuerda Ana María-, le hacía sufrir mucho, pero supo soportar heroicamente toda su enfermedad con una paz y alegría extraordinarias. Nos admiraba la serenidad con que aquella chica llevaba su enfermedad, dejándonos profundamente impresionadas cada vez que íbamos a verla..."

El martes 17, a partir de las siete de la tarde, el timbre de la casa sonó sin parar. Eran las más jóvenes, que acudían a una clase de formación espiritual. En esa clase se hablaba de cultivar las virtudes humanas -lealtad, sinceridad, alegría... de santificar el trabajo, y de algunos aspectos capitales de la vida cristiana. Entre las asistentes estaba Montse. Sin embargo, al acabar la clase no se fue a la hora acostumbrada. Le dieron las tantas hablando con Pepa.

En los días anteriores a la Navidad, mientras unas empezaron a adornar las habitaciones de la casa, otras comenzaron a montar el belén. ¡El belén! Desde el viernes 20 aguardaban en la sala de estar las figuras del pesebre y el resto de los aditamentos: corchos, puentes, casas y castillos; pero, como suele suceder, pasaban los días y el belén no se acababa; Pepa y otras "artistas" decían que faltaban elementos; por ejemplo, musgo. ¡No se puede hacer un belén sin musgo! Lo sabían bien, porque Barcelona es tierra de buenos belenistas. No había que preocuparse, mañana se iría por musgo. Lo importante era tener el Nacimiento acabado para la Misa del Gallo, porque ya se sabe que un belén corre sobre todo un riesgo: el de no acabarse nunca.