Veinte días en Francia

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Montse no pudo seguir aquel verano de cerca las peripecias del Señor Cervera en el parque del Retiro, porque, por primera vez, pasaba unos días fuera: ¡En Francia! ¡En el extranjero!

"Durante aquel verano -explica su padre- tuvimos en casa durante veinte días a un chico francés de Limoges, Jean Marie de Catheu; y mientras tanto sus padres nos prepararon el intercambio de Montse con una hija de la Vda. Louvet, que vivía en Saint Leonard, muy cerca de Limoges".

El 6 de agosto se fueron a Francia los tres: Jean Marie, Enrique y Montse, que estuvo hasta el día 31 en casa de la Vda. Louvet, en St. Leonard. En sucesivas postales, fue contando sus peripecias en tierras francesas. Le gustaron especialmente las excursiones por la montaña y la visita que hizo a la catedral de Limoges: "es magnífica, sobre todo las vidrieras que tiene, representando diversos pasajes -contaba-, todos ellos preciosos". Y como todo no va a ser montaña y cultura, también le gustaron mucho las zambullidas en un lago cerca de Cascade, que relataba con rara exactitud germánica: "si miras la postal -escribe-, verás un gran lago. Aquí me bañé yo el segundo día de estar en Francia a las cinco de la tarde".

También hizo mucho deporte. Los partidos la dejaron exhausta, y le decía a su madre en otra postal: "me duele muchísimo el brazo derecho de jugar a tenis, y además con unas raquetas que pesan como un burro..."

La verdad es que en Francia lo pasó muy bien, pero, como suele suceder en estos casos, a la vuelta no tenía demasiado que contar. Hizo el plan habitual de cualquier viaje juvenil al extranjero: descubrir un mundo nuevo, reírse con las equivocaciones del idioma; sorprenderse ante las costumbres del país vecino y sobre todo, escribir postales, muchas postales.

No le gustaba demasiado escribir -estaba claro que lo suyo no era la Literatura-, pero con las postales -a pesar de que de vez en cuando se le colase una hache despistada de la ortografía- no había problemas. La mitad del texto la ocupaba la narración de las andanzas del día; y la otra mitad -otra ventaja de la familia numerosa- la ocupaban las largas despedidas a sus hermanos: "Muchos besos a todos de parte mía -escribe a Pilar- a Mª Cruz, Rosario, Mª José, a Jorge, Ignacio, a Mamá, a Papá y a Rafaelito y a ti un estirón de orejas. Montse".

Durante ese periodo los Louvet invitaron a pasar unos días con ellos a un matrimonio con cuatro hijos. La hija pequeña de esta familia le recordaba mucho a su hermano menor al que le enviaba una postal con una vista de Limoges y le escribía, en tono de broma:

El pequeño Rafael, con su año y medio recién cumplido, no estaba en muchas condiciones de responder a aquella postal del extranjero; pero a pesar de todo se ganó algún regalo de su hermana mayor a la vuelta de Francia. Naturalmente los regalos eran muy sencillos, y no picaban más alto que las chucherías, los "souvenirs" y los caramelos franceses, porque como le contaba a su padre en una postal: "las porcelanas, son magníficas pero carísimas, aquí todo es muy caro".