1. EN LA ESCUELA PROFESIONAL PARA LA MUJER

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Los años no pasan en balde. Se lo decían a Manolita todas sus amigas: "tu hija ya está hecha una mujer". Y era verdad. En aquel octubre de 1956 Montse había cumplido ya los quince años y era una chica guapa que llamaba la atención por sus ojos de mirada profunda.

No era presumida y su modo de vestir gustaba a unos sí y a otros no, porque nunca llueve a gusto de todos. "Tenía bastante mal gusto en vestirse", cuenta una amiga, que la recuerda "con una falda pantalón marrón y un mambo de colores amarillos y rojos". Ana María reconoce que tenía algunos gustos "un poco especiales". Otras personas, como Andrés Framis, opinaban que vestía bien; y otras afirmaban "que tenía mucha gracia para ponerse las cosas", y "que su aspecto era muy moderno". Sea como fuere, Montse solía vestir casi siempre de sport, con el estilo de los cincuenta, un estilo que apasionó de nuevo a la juventud en los primeros noventa. Vaivenes de la moda.

Tampoco con su madre coincidía en los gustos. Manolita, desde luego, no era de la misma opinión que su hija acerca de aquel jersey de punto a rayas verticales azules y blancas que a Montse le gustaba tanto y le parecía de lo más moderno. A su madre más que moderno le recordaba la camiseta del Español.

-"Pero, ¿cómo puedes decir eso, mamá? -protestaba- ¡La camiseta del Español!"

"¡Uf! -recuerda su madre- No le gustó nada que se lo dijera, con lo que a ella le gustaba aquel jersey!"

Prueba de ello es que aparece en varias fotografías con él, como en esta en la que juega con sus hermanos pequeños en la terraza de su casa, el día del domingo de Ramos.

Gustos aparte, todos coinciden en que Montse destacaba por su sencillez, que en aquellos momentos venía exigida en gran medida por las circunstancias económicas que atravesaba su familia. Eran ocho hermanos y no nadaban en oro. Pero los problemas se resolvían con imaginación y buen humor. Su madre era experta en esas metamorfosis que a veces sufre la ropa en las familias numerosas a medida que va descendiendo del mayor al menor: una camisa floreada puede acabar siendo un pañuelo, y un jersey con los codos gastados puede convertirse en un chaleco, pero siguen sirviendo...

Había terminado, en junio de 1956, el Bachillerato elemental. Seguía con sus clases de Piano y Solfeo: en octubre comenzó el cuarto curso de Solfeo y el Preparatorio Superior de Piano. Pero sus padres querían que estudiase en la Escuela Profesional para la Mujer. Eso la obligó a dejar de nuevo el Colegio. "Le costó mucho -comenta su padre- pero se matriculó en la Escuela sin ninguna queja, aunque aquello no la atraía especialmente, porque ella lo que quería era ser enfermera".

En eso coincidía con su amiga Ana María Suriol. Sin embargo, sus padres les aconsejaron, prudentemente, que antes de empezar esa carrera hicieran unas prácticas. "Así lo hicimos -recordaba Ana María Suriol-. Fuimos durante unos meses al Hospital de San Pablo, prácticamente empezamos el primer curso, aprendimos algunas cosas, pero Montse no se encontraba demasiado a gusto en la sala de enfermos. Los trataba con mucho cariño, pero con temor y aprehensión, no atreviéndose según a qué cosas, como era la de poner inyecciones".

"Quería ser lo que ahora se llama Auxiliar Técnico Sanitario -explica su madre- pero como le faltaban dos años de edad para poder ingresar, le aconsejamos que se matriculase mientras tanto en la Escuela de la Diputación, donde podría aprender cosas que le podían ser útiles en el futuro".

Tampoco los estudios de piano le atraían especialmente, a pesar de sus buenas calificaciones y de su gusto por la música. Pero obedeció y siguió estudiando. Estas son algunas de sus calificaciones.

La Escuela Profesional para la Mujer -"L'Escola", como era conocida popularmente- se encuentra en la plaza de la Pietat, en el mismo corazón de Barcelona. Estaba dirigida por Montserrat Sindreu, y era un Centro académico de bastante prestigio. Aunque no expedía títulos, su Diploma-certificado era muy cotizado, y como decía un empresario de la época, con el proverbial sentido práctico catalán: "un certificat té el crèdit que mereix el qui certifica".

La Escuela tenía crédito, y mucho. Y cierta vida cultural: de vez en cuando se organizaban viajes a Italia; dos años antes habían estado en Roma más de cien alumnas con cinco profesoras. También se hacían excursiones a diversas localidades cercanas, como Ripoll, Poblet y Tarragona, y las alumnas participaban en muchos acontecimientos de la vida cultural y religiosa catalana: por ejemplo, en Semana Santa solían asistir a la famosa Pasión de Olesa.

Se respiraba en aquel centro un ambiente cristiano: contaba con un capellán, se organizaban charlas y cursos de preparación al matrimonio, y en aquel año de 1956, cuando se matriculó Montse, la Escuela ofreció a la vecina catedral una lámpara votiva para la cripta de Santa Eulalia, una mártir del siglo III que había perecido bajo la persecución de Diocleciano y es la patrona de la ciudad de Barcelona.

Esa lámpara votiva llevaba grabada una leyenda en latín, que rezaba, bajo el nombre de la Escuela y el escudo de la Diputación: "Santa Eulalia, sé para nosotros ejemplo de firmeza a la hora de vivir la fe".

Montse se matriculó en Formación Doméstica, Dibujo, Corte, Cocina y Oficios Artísticos. Aprendió mucho en aquel centro, porque poseía grandes habilidades manuales, como confirmaba el test de admisión. Sin embargo, comenta su madre, "aunque l'Escola era bastante buena, porque se daban clases de formación doméstica, de corte, dibujo, cocina y estudios artísticos, estaba claro que aquel no era su ambiente: casi todas las alumnas era mucho mayores que ella, con lo que eso trae consigo, en esas edades, de mayor frivolidad, de determinadas conversaciones, etc... Y además tenía un profesor de dibujo que le hacía bromas molestas y le decía que era muy seria..."

Día tras día, camino de l'Escola, realizaba el mismo recorrido por las viejas callejas empedradas del barrio gótico. Pasaba primero por la plaza de Sant Jaume, donde estaban el Ayuntamiento y el Palacio de la Diputación, desde la que se veía la iglesia de San Jaime, en la cercana calle Fernando. Su madre había nacido cerca de allí, y a esa iglesia habían ido sus padres con mucha frecuencia durante su noviazgo, pidiéndole a Dios que les concediera una familia numerosa...

Luego recorría la calle del Obispo Irurita, una de las más hermosas de Barcelona, con sus gárgolas caprichosas sobresaliendo de los muros y un alto pasadizo de línea gótica, con tres arcos de media punta. Era como introducirse de repente en la Edad Media. A mitad de esa calle, a la altura de la calle de la Pietat, con sus paredes esgrafiadas, se divisaba la iglesia de San Severo, en la calle del mismo nombre, en la que se habían casado sus padres.

Dando una pequeña vuelta llegaba a l'Escola, ubicada en la "Casa dels Canonges", casi pegada a los muros de la Catedral "bella joya de purísimo arte, de la que los buenos barceloneses se muestran justamente orgullosos, aunque esto únicamente sea cuando la visitan acompañando a algún forastero", como escribió en 1924 con cierta sorna su abuelo materno en las páginas de "El Noticiero"...

Desde la puerta de l'Escola se atisbaba el cercano claustro catedralicio, con su estanque de agua verdosa alimentado por el agua que emanaban varios sapos de piedra. Allí, entre los árboles y las ocas del estanque, rodeado por un blanco estruendo de palomas, podía contemplarse durante el tiempo de Pascua, uno de los prodigios de la ciudad: "l'ou com balla", el huevo semi-milagroso que se mantenía en inestable equilibrio en la cúspide del borbotón de agua del surtidor. Aquel huevo, náutico y aéreo al mismo tiempo, causaba la admiración de propios y extraños. ¿Por qué no se caía nunca? ¡Ah, secreto, secreto!

La hora de clase. Se cerraban las puertas de las aulas y los viandantes que pasaban por aquellas calles sosegadas podían escuchar el estruendo de las alumnas en aquel viejo edificio de ventanas góticas: un confuso concierto de voces femeninas y de ajetreo juvenil. Unas pintaban sobre grandes tableros; otras se inclinaban concienzudas sobre unos diseños; otras aprendían Encuadernación, Taquigafía, Mecanografía, o repetían una y otra vez, al unísono:

-"Nous partons pour la France. Et quand..."

-"No, no -repetía la profesora-. Nouus. Nouuuus. A ver, repitan otra vez: Nous partons pour la France. Et quand partez vous?"

-"Nouuuus partons pour la France -repetía el coro, monótono- Et quand partez vous