Rosa Pantaleoni

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Años antes, a la misma edad que Montse, otra chica barcelonesa, Rosa Pantaleoni, se enfrentaba con los primeros problemas de su adolescencia. Pero sus problemas no se resolvían tan fácilmente como los de Montse con el pelmazo que la aguardaba a la salida del Colegio. Eran de orden físico: padecía desde los ocho años poliomielitis en las dos piernas y ahora se veía obligada a caminar con muletas y con mucha dificultad, después de estar en silla de ruedas durante mucho tiempo. Y tenía un brazo mal.

"Conocí el Opus Dei en un momento decisivo de mi vida -cuenta Rosa- a comienzos de los cincuenta, cuando pensaba que por mi defecto físico tenía todos los motivos para sentirme desgraciada...

Hasta que un día, hablando con don Florencio Sánchez Bella, un sacerdote del Opus Dei con el que me dirigía espiritualmente, le comenté:

-Don Florencio, ¿no ve qué desgraciada soy?

-¿Desgraciada por qué? ¿Es que no quieres a los demás?

-sí, le dije tímidamente.

-¿Es que no puedes hacer cosas por los demás?

-Sí...-Pues entonces -me dijo, con mucha fuerza- ¿qué necesidad tienes de pensar en otras cosas? Ya sabes que el Padre dice que la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra..."

"Aquello me animó mucho y me puse contentísima al pensar en estas palabras: 'La felicidad del Cielo...'

Al Padre lo conocí años después, cuando yo ya era del Opus Dei, un día de mucho frío, en el aeropuerto de Barcelona, durante una escala que hizo aquí. Fuimos tres chicas del Opus Dei a saludarle. Yo era muy jovencita y al principio estaba como avergonzada... Nada más vernos, se acercó a nosotras sonriendo.

-Hola, Padre -le dije-, me llamo Rosa Pantaleoni y voy a estudiar Farmacia.

-Ah, sí, hija mía -me comentó en tono divertido-, ¡serás boticaria!

Y añadió, con un tono que indicaba que aquello debía recordarlo siempre:

-En las reboticas se puede hacer una gran labor apostólica. Acuérdate siempre que te he dicho que en las reboticas se puede hacer una labor maravillosa.

Nunca olvidaré lo simpático que estuvo el Padre conmigo y las cosas tan bonitas que me dijo, mientras me hacía la señal de la cruz en la frente. Me dijo que tenía que estar siempre alegre, muy alegre...

-¡Claro, Padre -le dije yo-, claro que estoy contenta; tengo lo mejor del mundo que es la vocación, y además he tenido la suerte de conocerle a Vd.!

Las que venían conmigo estaban sorprendidas de mi desparpajo, pero es que el Padre no te intimidaba, no te cortaba..., todo lo contrario. Me dijo que ¡adelante!, que a luchar, como si no pasara nada, y nos despedimos. Recuerdo que entonces me miró con cariño y he guardado esa mirada del Padre durante toda mi vida..."

"En 1952 -prosigue Rosa- se puso Llar, un Centro del Opus Dei para la labor con mujeres jóvenes, en parte alta de la calle Muntaner, muy cerca de la plaza de Adriano. Se empezó con muy pocos medios, y se pasó tanta penuria en aquella casa que muchos días... no llegaba ni para lo justo. ¡Era todo tan modesto!

Era un pisito sencillo, pero muy agradable y acogedor. Tenía un planchero, con una mesa grande, una sala de estar bastante reducida y algunas salas más. En el oratorio no había bancos: nos arrodillábamos en uno de esos reclinatorios de enea en los que te puedes sentar también, si le das la vuelta... Sin embargo, a pesar de los pocos medios, el oratorio era precioso: estaba pintado con colores cálidos, y tenía un Sagrario muy digno, con unas lamparillas de aceite de color ámbar y una imagen de la Virgen muy bonita y un suelo que brillaba de requetelimpio...

En el anteoratorio estaba el confesonario. Nos atendía espiritualmente don Amadeo Aparicio, un sacerdote del Opus Dei, que venía a celebrar la Santa Misa, a confesar y a predicar. También vinieron por allí durante aquellos años don Emilio Navarro y don Florencio Sánchez Bella que atendía además la labor apostólica de Vic y Gerona.

Los sábados por la tarde el sacerdote solía dirigirnos una meditación junto al Santísimo, a la que asistían muchas chicas. Había otra meditación los jueves, para las universitarias. Luego, durante la tertulia, se cantaba, se contaban anécdotas, se reía y se tocaba la guitarra, en ese ambiente cordial, de familia, tan propio del espíritu del Opus Dei.

Un domingo de cada mes había retiro espiritual. El resto de los domingos muchas de las que iban por Llar solían irse de excursión. Y se organizaban actividades culturales, como conferencias, o sesiones de teatro leído. ¡Incluso conciertos! Recuerdo uno que tuvo lugar el día de San Rafael, antes de la meditación. Celebramos especialmente esta fiesta porque los apostolados del Opus Dei con la juventud están encomendados a la protección de este arcángel. Hicimos los programas y a primera hora de la tarde del día veinticuatro de octubre ya teníamos llena la sala del piano, la clase de plancha y el cuarto de estar. No había sillas en la casa para tantas chicas como vinieron, y tuvieron que sentarse en aquella alfombra verde que cuidábamos tanto... Tocamos diversas piezas Pili, Eulalia, Teresa y yo: Chopín, Granados, Bach... Eulalia cantó algunas canciones mejicanas, porque estaban de paso algunas chicas mejicanas que se volvían al día siguiente a su país, y luego tuvimos la meditación, en la que el sacerdote nos habló de los Angeles Custodios. Y luego tuvimos la bendición con el Santísimo. Esa era una tarde de sábado en Llar...

Se daban también muchas charlas de formación humana y espiritual. Y una vez al mes tenían allí el retiro mensual un grupo de chicas que trabajaban como empleadas del hogar. Y venían muchísimas chicas jóvenes, sobre todo estudiantes, de Barcelona y de ciudades cercanas: de Vic, de Gerona, de Tarrasa, de Sabadell, de Badalona..."