Mira mamá, mira lo que ha pasado

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

En junio del 54 la pequeña Montse concluyó tercer curso de Bachiller. Aquel año afortunadamente no había literatura y las notas oscilaron entre los notables en Dibujo y en Hogar y los aprobados en Latín y Matemáticas. En la Academia Guiteras obtuvo de nuevo notable en el segundo curso de Piano y sobresaliente en el de Solfeo.

Mientras tanto, entre la memorización de los ríos de España -con los ojos del Guadiana incluidos- y la evocación gloriosa de las hazañas del Cid, entre los participios, los acusativos, los quebrados, los decimales, las poesías de Lope, y los autos sacramentales de Calderón de la Barca, fueron pasando los años. Casi sin darse cuenta, los pequeños Grases fueron creciendo. Enrique tenía catorce años; Montse, trece... Y un día cuando vino del Colegio, le preguntó a su madre:

-"Mira mamá, mira lo que me ha pasado: a la salida del Colegio nos hemos encontrado con unos chicos que nos han acompañado hasta aquí. ¿Qué te parece?"

-"¿Y a ti?", le preguntó Manolita.

-"Ay, no sé, no le veo el qué... Pero, ¿verdad que eso no es malo?"

-"No, Montse, de malo no tiene nada. Pero, ¿sabes qué pasa...? Que hoy han sido estos dos chicos, y mañana serán esos dos y otros dos más... y pasado...; y verdaderamente, Montse, a tu edad, es un poco pronto. Eres demasiado joven, ¿no te parece?"

Tenía trece años. La edad en la que muchos chicos y chicas comienzan a hacer pinitos, a tontear, y a cambiar la voz. La edad de las espinillas, de los suspiros, de los pitillos furtivos y del "¡yo ya soy mayor!" En definitiva: la "edad del pavo".

Montse resolvió aquel primer envite de la vida con la misma sencillez de siempre: fue, se lo contó a su madre, entendió y le hizo caso.

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo... A los pocos días, otro chico la abordó nuevamente por la calle y Montse, poco experta en aquellos menesteres, no sabía qué hacer. El pelmazo seguía probando fortuna, preguntándole por unas amigas y por otras: "¿No conocerás tú a fulanita? ¿No te suena una tal menganita?"

Montse trataba de explicarse y cortar por lo sano, pero el otro seguía y seguía, tozudo.

Hasta que en un determinado momento, como no sabía cómo salir de aquel embrollo, se volvió hacia el chico y le dijo con mucho genio... lo primero que se le vino a la cabeza:

-"¡Mira! ¿Sabes lo que te digo...? ¡Que mi madre me ha dicho que soy muy pequeña!"

No era el mejor argumento, desde luego. Pero fue eficaz: "¡Lo dejó plantado! -recuerda Manolita-. Le dio la espalda y salió corriendo... Yo me río cada vez que lo recuerdo, y me confirma la inocencia de su alma, y aquella sencillez con la que lo abordaba todo..."