Octubre de 1950. En el internado

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"En septiembre de 1950 -sigue contando Manolita- nació Rosario. Ya teníamos ocho hijos. Y gracias a Dios, robustos y fuertes. A los niños, de pequeños cuando tenían alguna enfermedad, los llevaba al doctor Moragas, que era, aparte de un gran médico, una excelente persona: un hombre de pocas palabras y muy poco visitero. Algunas de las enfermedades normales -el sarampión, la tosferina- me las controlaba por teléfono; luego venía, daba un vistazo rápido, y ya en el rellano, mientras se despedía, me decía lo que tenía que hacer...

Sin embargo, cuando le llamé por teléfono aquel día de octubre de 1950 para decirle que María Cruz, que tenía un año y pocos meses, hacía unas noches que se despertaba llorando, y que había venido el médico de Vallvidrera y no le había encontrado nada, pero que yo había observado que no quería apoyar el pie derecho en el suelo, no me dejó terminar:

-Dígale a su marido que me venga a buscar inmediatamente, señora.

-No se moleste, doctor -le dije yo-, ya se la bajaremos porque no tiene fiebre.

-No se preocupe por mí y dígale a su marido que me venga a buscar.

Era poliomielitis.

El doctor nos dijo que la mejor medicación era tener una gran tranquilidad en la casa: no le convenían ni los gritos, ni los correteos de los otros hermanos. Y a consecuencia de eso tuvimos que meter rápidamente a los mayores en el internado: a Enrique y Jorge, que tenían diez y ocho años, respectivamente, en el de la Salle de la Bonanova y a Montse, que tenía nueve, en el de Jesús-María, de San Gervasio.

¿Qué podíamos hacer? No teníamos otro remedio; y lo tuvimos que decidir en cuarenta y ocho horas... marcamos la ropa de prisa y corriendo, y se fueron internos..."

"Sin embargo, a pesar de mis temores, ¡qué bien se lo pasó interna Montse en el Jesús-María! Cada vez que paso por delante de la puerta del Colegio la recuerdo jugando allí, en el patio, con aquel delantal que le caía tan bien; o contándome cosas de aquella camarilla donde dormía y donde se encontraba tan a gusto... Sí: no cabe duda; en el Jesús-María pasó unos años muy felices...

Ya estaba totalmente recuperada de aquella primera enfermedad seria y era la estampa de la salud. Seguía un poco llenita, es verdad; cosa que les daba motivo a sus hermanos para meterse con ella...

Esto es todo lo que recuerdo de aquellos años... Gracias a Dios, a pesar de todos nuestros temores, Crucina comenzó a recuperarse muy bien.

Ahora me doy cuenta que con todas estas pequeñeces, Dios la fue preparando poco a poco para lo que iba a pedir después sin apartarla un ápice de lo aparentemente corriente".