La contradicción de los buenos

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Eran tiempos de esperanzas y de ideales vibrantes; y también, tiempos de resentimientos, odios, purgas y "depuraciones". Y si ya en Burgos don Josemaría había tenido que enfrentarse con un alto funcionario del nuevo régimen político, que había denunciado a Pedro Casciaro como "agente rojo infiltrado para espiar secretos militares en el Cuartel General de Orgaz", sólo porque el padre de Pedro se había significado políticamente durante la República, en Madrid tuvo que acudir en defensa de un viejo conocido, acusado por razones ideológicas, sin pararse a calibrar los riesgos que corría.

Entre ese mundo de sospechas, algunas se referían al Opus Dei. No es de extrañar: el Opus Dei, que era todavía muy joven -contaba, como hemos visto, con muy pocos miembros-, aparecía, a los ojos de algunos, como algo "excesivamente novedoso". Al final, la tormenta descargó con furia en varias ciudades españolas. Y con especial fuerza, en Barcelona, donde llegaron a hacer un auto de fe con "Camino", al que arrojaron a la hoguera por considerarlo la publicación herética de una peligrosa, peligrosísima, "sociedad secreta".

Hay un dato que puede sorprender al lector contemporáneo: algunas de esas maledicencias estaban promovidas, curiosamente, por personas de fe, que pensaban que estaban luchando por una buena causa. Aún más: muchas estaban convencidas de que agradaban a Dios con ese modo de actuar.

"En una ocasión -relata Salvador Bernal-, don Pascual Galindo, sacerdote amigo del Fundador, fue a la Ciudad Condal y estuvo en el 'Palau'. Al día siguiente celebró Misa en un colegio de monjas situado en la esquina de la Diagonal y la Rambla de Cataluña. Le acompañaron algunos del 'Palau', que asistieron a Misa y comulgaron. La Superiora y alguna otra monja allí presente quedaron muy 'edificadas' por la piedad de esos jóvenes estudiantes, y les invitaron a desayunar con don Pascual Galindo. En pleno desayuno don Pascual dijo a la Superiora: 'Estos son los herejes por cuya conversión me pidió usted que ofreciera la Misa'. La pobre monja -recuerda uno de ellos- a poco se desmaya: le habían hecho creer que éramos una legión numerosísima de verdaderos herejes y se encontró con que éramos unos pocos estudiantes corrientes y molientes que asistíamos a Misa con devoción y comulgábamos".

Entre todas las patrañas, hubo una que dolió especialmente a don Josemaría: en el oratorio de "El Palau" había una cruz de palo, de madera negra y sin brillo. Era una forma de venerar la Santa Cruz de ese modo, sin la imagen del crucificado. De ese modo se recordaba que el camino cristiano es de abnegación y sacrificio, y se movía a un afán corredentor, como se lee en "Consideraciones Espirituales": "Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú".

Pues bien: se corrió la voz de que en el "Palau" se hacían "ritos sangrientos" y que los miembros del Opus Dei se crucificaban allí, sobre la Cruz del oratorio...

En medio de esas situación, don Josemaría aconsejó a los pocos miembros del Opus Dei que vivían en Barcelona que no se sintieran nunca enemigos de nadie -pasara lo que pasara, dijeran lo que dijeran- y les dio un lema para vivir cara a Dios en aquel trance: "callar, rezar, trabajar, sonreír". Pero su prudencia le llevó a hacer sustituir aquella cruz por otra más pequeña: "Así no podrán decir -bromeó- que nos crucificamos, porque no cabemos".

Estos sucesos, contemplados desde la lejanía de los hechos, podrán parecernos absurdos y aun ridículos. Los que iban por aquel pisito de la calle Balmes eran unos cuantos estudiantes universitarios que se podían contar con los dedos de una mano... pero las insidias llegaron a extremos insospechados.

No todos, sin embargo, actuaron del mismo modo. El Abad coadjutor de Montserrat, Dom Aurelio M. Escarré, prefirió preguntar a las autoridades competentes qué era aquello del Opus Dei. ¿En qué diócesis había nacido? En la de Madrid. Allí se dirigió. Escribió una carta al Obispo, don Leopoldo Eijo y Garay pidiéndole informes sobre el asunto.

Don Leopoldo le contestó el 24 de mayo de 1941, tranquilizándole: "Ya sé -escribía- el revuelo que se ha levantado en Barcelona contra el Opus Dei. Bien se ve la pupa que le hace al enemigo malo. Lo triste es que personas muy dadas a Dios sean el instrumento para el mal; claro es que putantes se obsequium praestare Deo".

Después de decirle que conocía el Opus Dei desde su fundación en 1928, concluía el Obispo: "créame, Rmo. P. Abad, el Opus es verdaderamente Dei, desde su primera idea y en todos sus pasos y trabajos. El Dr. Escrivá es un sacerdote modelo, escogido por Dios para santificación de muchas almas, humilde, prudente, abnegado, dócil en extremo a su Prelado, de escogida inteligencia, de muy sólida formación doctrinal y espiritual, ardientemente celoso..."