5. FIN DE LA GUERRA

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"¡Qué espectáculo!... -escribía el nuevo embajador de Francia en Barcelona, Pierre Labonne, protestante y ferviente republicano, en su informe al Ministerio francés de Asuntos Exteriores- desde hace cerca de dos años y después de afrentosas masacres en masa de los miembros del clero, las iglesias siguen devastadas, vacías, abiertas a todos los vientos. Ningún cuidado, ningún culto. Nadie se atreve a aproximarse a ellas. (...) Por decreto de los hombres, la religión ha dejado de existir. Toda vida religiosa se ha extinguido bajo la capa de la opresión del silencio"

.La valoración del embajador francés de la situación de Barcelona durante aquel año de 1938 era cierta sólo desde un punto de vista externo. La vida religiosa se había extinguido a los ojos de los hombres; pero continuaba existiendo, disimulada de mil modos. "Aunque la mayoría de los sacerdotes estaban escondidos o habían huido -cuenta Manolita- algunos seguían administrando los sacramentos. Yo, por ejemplo, tuve la suerte de poder comulgar todas las semanas en mi propia casa, porque tenía una profesora de piano que me puso en contacto con un capuchino, el padre Javier de Olot, que venía a escondidas a confesarnos y a traernos la comunión...

""Nosotras vivíamos -prosigue Manolita- relativamente cerca del Puerto, y estábamos siempre con el alma en vilo... Todavía recuerdo el sonido de las bombas al caer". Era un ruido desgraciadamente habitual: si era un golpe seco, los barceloneses sabían que venían del Canarias, un buque de los nacionales y que tenían por objetivo la fábrica Elizalde del Paseo de San Juan; si las lanzaban los aviones, retumbaban por el aire... "Ciutadans -alertaba la radio- hi ha perill de bombardeig. Acudiu amb calma als vostres refugis..."

De día, los bombardeos dejaban una columna vertical de polvo y humo de color negro y marrón. De noche, eran especialmente terribles: sonaban las alarmas, se cerraban precipitadamente ventanas y balcones, corrían todos a los refugios y la ciudad quedaba a oscuras... Luego se oía un estampido que rompía el silencio tenso y se formaba en el horizonte una claridad rosada...

"Así, un día y otro y otro... Y más bombardeos... Aquello parecía que no se iba a acabar nunca. Y yo -concluye Manolita- seguía rezando para que a Manuel no le pasara nada..."