Ahora o nunca

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Miles de creyentes, republicanos o no, se planteaban este mismo interrogante: ¿cómo debía actuar un católico consecuente en aquella situación confusa y turbulenta, que se caracterizaba por una saña contra todo lo sagrado y por una persecución violenta contra la Iglesia? Por todas partes llegaban noticias de nuevos mártires, que morían por defender su fe. Las iglesias estaban cerradas, o convertidas en garajes o almacenes; los conventos se habían transformado en cuarteles, en hospitales o cuadras. Y lo que se había salvado de la quema, se utilizaba del modo más insospechado: en una calle céntrica de Barcelona pronto se vería un confesonario sirviendo de garita al centinela del cuartel que se había instalado en un colegio de religiosas....

En aquel momento, además, no había demasiado tiempo para reflexionar; había que decidir qué postura tomar en medio del fragor de los hechos, siendo consecuentes, más que con un análisis histórico global, con lo que cada día veían los propios ojos. Y había que resolver también algo muy perentorio y concreto: el modo de salvar el propio pellejo.

Cualquier motivo bastaba para ser detenido. Un día, Manolita y su madre se asomaron al balcón de su casa para ver pasar a Durruti, al frente de su columna de anarquistas, con tan mala suerte que, justamente cuando pasaba el líder revolucionario, "se nos cayó una maceta del balcón a la calle. Se armó un escándalo y todos pensaron -cuenta Manolita- que había sido un atentado. Se llevaron detenida a mi madre. Fueron unos momentos terribles, terribles...

Gracias a Dios pudo salvarse porque la reconoció uno del Comité que la conocía de cuando veraneábamos en Garraf..."

.Aquellos primeros días de julio fueron particularmente sangrientos en Cataluña: asesinaron a 197 eclesiásticos, y a mediados del año siguiente llegó a su apogeo aquel "furor de sangre y ruina": había más de 200 sacerdotes y religiosos en las cárceles de Montjuic, en la Modelo o en las prisiones de la FAI o del POUM. Se sucedían las profanaciones de imágenes religiosas y templos, y un día Manolita vio como perecía entre las llamas la iglesia de San Jaime, que estuvo ardiendo durante dos días. Se quedó sin la imagen -"su" imagen- de San José...

Se vivía un clima de terror. Para un católico, el puro hecho de llevar un crucifijo podía ser motivo suficiente para ser declarado reo de muerte. Y se sucedían los "paseos". Recuerda Manolita aquellas noches en las que, cada vez que oía frenar a un coche en seco junto a su casa, le daba un vuelco el corazón. "Estaba -cuenta- muy preocupaba por Manuel. Rezaba todos los días para que no le sucediera nada. Y veía que la única solución era pasarse al otro lado. Pero, ¿cómo? Eso era muy peligroso.

Hasta que un día, pocos meses después del inicio de la guerra, a comienzos del 37, mi hermana Inés (que estaba casada con un médico al que había conocido durante su estancia en el Sanatorio del Montseny) me dijo que había un medio para pasarse, porque mi cuñado se había enterado de que uno de los individuos de la Clínica en la que trabajaba, un tal Pintaluba, se dedicaba a pasar gente al otro lado del Pirineo.

Este Pintaluba era un personaje muy curioso: era un chico joven que había perdido una pierna y un brazo durante una batalla, luchando con los de su gente. Esto le permitía ir a todas partes sin despertar recelos, cosa que en aquellos momentos era muy importante, porque nadie podía sospechar que a lo que se dedicaba realmente el tal Pintaluba cuando iba a los Pirineos, con la excusa de conseguir comida para los enfermos, era a pasar gente a Francia. Entonces mi cuñado le dijo a Manuel:

-Mira: ahora o nunca. Si quieres marcharte, ésta es tu gran oportunidad. No te lo pienses más y decídete".