9 de abril de 1932

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

De ese mismo modo -poco a poco- Dios fue obrando en el alma de María Ignacia. A medida que los dolores arreciaban -"no tengo nada en mi cuerpo, que no me duela"-, se iba abrazando con mayor fuerza a la Cruz, y crecían sus deseos de amor y de reparación. El amor de Dios le llevaba a ansiar -¡qué paradoja!- la llegada de aquel dolor que la dejaba exhausta. Escribía el Miércoles de Ceniza de 1932: "al despertar esta mañana, he visto mi Jesús, que ahora como siempre, no me has olvidado.- (...) -Como no se te ocultan las vivas ansias de mi corazón de llegar a amarte hasta perderme dentro de la llaga de tu divino costado, mientras yo dormía, cual Padre cariñosísimo, Tú me preparaste tan agradable sorpresa para hoy.-".

Esa agradable sorpresa era... encontrarse peor y sufrir dolores indecibles. Lo relataba con ese engrandecimiento de las propias faltas -que parecen inmensas al contrastarlas con la bondad divina- característico de las almas santas: "No sé hacer oración.- Rara vez me mortifico. Soy muy charlatana...... ¿Cuándo así, voy a purificarme de tantos pecados como en mi vida he cometido, y poder llegarme a Ti? Al enviarme los dolores me dices: 'Si los aceptas con alegría y en medio del sufrimiento me demuestras amor aunque sea con una leve mirada al Crucifijo, Yo te prometo suplir con ello, cuantos rezos y mortificaciones pudieras hacer en mi honor'".

El domingo de Resurrección, anotó sus propósitos del día de retiro: "-1º Confianza absoluta en la misericordia de Dios. -2º Indiferencia completa en todas las cosas, aceptando lo que Jesús me envíe, sea como fuere. -3º Alabar al Señor en todos los sucesos de mi vida, ya sean prósperos ya adversos, y hacer de ellos la menor referencia posible, sobre todo, de los adversos. -4º Cuando sea reprendida, no contestar; y si alguna vez fuere necesario, muy brevemente. -5º En mis dolores y sufrimientos, no dejar nunca de mirar al Crucifijo y besarle con amor. -6º Viviré siempre como si a cada instante fuera a morir. -7º Amaré mucho a la Santísima Virgen, mi Madre.

Viernes Santo, del 1932".

El 9 de abril de 1932, formaba parte del Opus Dei. Fue uno de los días más gozosos de su vida. Su cuaderno de notas rebosa agradecimiento y alegría por aquel inesperado don de Dios. ¡Allí, postrada en aquella cama del Hospital, cuando todos los médicos la desahuciaban y sólo esperaba la muerte; allí, precisamente, Dios le había hecho ver su vocación! Aquella enfermedad -lo comprendía ahora con una luz nueva- era algo más que una cruz que debía soportar: era su "trabajo", su instrumento de santificación, su camino concreto para llegar a Dios, su medio específico para hacer el Opus Dei en esta tierra. Vendrían miles de mujeres a aquella Obra de Dios. ¡Y ella, en aquel Hospital, iba a ser parte del cimiento del Opus Dei y allanaría con su dolor los caminos de Dios para los millares de almas que vendrían después...! ¡Qué alegría!

Ese agradecimiento a Dios por la vocación recién descubierta domina todo ese periodo; aunque precisamente muy pocos días después de aquel 9 de abril empeoró de salud y le subió de nuevo la fiebre.