Fichero técnico. «¡Con alguien tenía que aprender!». Meditación sobre la muerte. «Señor: yo estoy dispuesto»

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

En su casa, se ocupa de algunos pequeños encargos: por ejemplo, prepara los ornamentos y objetos para la Misa del día siguiente. También ayuda en los cálculos, diseña gráficas y corrige las pruebas de imprenta de una publicación médica que ultima Juan Jiménez Vargas. El doctor dirá: «Creo que entonces no publiqué un solo trabajo que no hubiera pasado por sus manos». Lo mismo —preparar tablas, gráficas y estadísticas— hace con las investigaciones de un biólogo.

Pedro Casciaro, que acude a visitarlo, una tarde lo encuentra en una butaca, nueva y cómoda, junto a la chimenea. Según su talante guasón y en un inequívoco tono de broma, dice: «Isidoro, ¿no te estarás aburguesando?». Con expresión de gratitud, Zorzano explica cómo esa misma mañana el Padre ha mandado que compren la butaca y mantengan encendida la chimenea. Pero, en la butaca, sigue trabajando.

Durante la tertulia de una sobremesa, varios ingenieros que han almorzado allí hablan de la oficina técnica que piensan establecer. La conversación se centra en el fichero de proyectos que servirán como experiencia. Isidoro pregunta: —¿Qué tipos de fichas pensáis hacer? —Pensamos hacer unos grandes grupos, con distintas secciones. En cada ficha figurará el título del proyecto, una reseña muy breve de sus características, y el autor. Por cierto, ¿no podrías tú redactar algunas de esas fichas?

Desde luego, encantado.

Al terminar la tertulia, pide que le acerquen —él apenas puede moverse— un montón de proyectos; y allí lo dejan, en su butaca, escribiendo fichas. ¡Cuántas imágenes se agolparán en su memoria! cuando le corresponde anotar:

«Grupo: Ferrocarriles.Sección:

Tracción eléctrica.

Especificación: Proyecto de electrificación de la sección.

Guadix a Almería.

Proyecto completo.

Autor: Zorzano. Fecha: 1929».

¡Cómo sufrió a cuenta de ese proyecto! Aún no le había dado el Señor a conocer su vocación. Recuerda los años de Málaga: los talleres, la Escuela, los primeros empeños apostólicos, la República, los viajes a Madrid para ver al Padre, la Sociedad Excursionista... Luego, en Madrid, las peripecias de la guerra... De nuevo los Ferrocarriles...

El ingeniero siempre será ingeniero. Alguien se sorprende cuando lo ve, ya desahuciado, estudiando un tratado sobre frenos. Isidoro nunca los construirá; pero sabe que su dedicación profesional llega al cielo.

Otros trabajos sí serán de utilidad en la tierra: como las notas que prepara sobre cuestiones tributarias; o el estudio de un libro nuevo sobre contabilidad. Hasta que sea hospitalizado, despacharán con él los administradores de otros centros. Isidoro les insiste en la razón para ser cuidadosos. No es puntillosidad ni prurito de orden: «A otros —dice— les pedirá el Señor otras cosas; pero ahora a nosotros lo que nos pide es que llevemos bien estas cuentas; y al céntimo hay que llevarlas, como en un negocio humano, porque ésta es su Voluntad».

Todo esto lo hace con unos paños de agua hirviendo sobre el brazo. Un médico joven explica la causa: «Le estaba poniendo una tanda de Neo. Con la preocupación de evitar lo que al fin ocurrió, y mi poca experiencia en intravenosas, le daba con frecuencia dos o tres pinchazos. Nunca se quejó, ni expresa ni tácitamente. Y ocurrió un día que le inyecté algo de líquido fuera de la vena. El sabía que el Neo —Neosalvartán— fuera del vaso es no solamente doloroso sino destructivo. No mostró la menor preocupación, ni dijo nada a los demás. [...] A los poco minutos tenía la flexura del codo hinchada y enrojecida. A mi pregunta de si le dolía mucho, respondía invariablemente que poco, quitándole importancia». Cuando los otros le preguntan por qué no ha protestado, Zorzano replica: «Como el médico era novato, con alguien tenía que aprender». Para reducir la hinchazón le aplican fomentos calientes..., que le producen una quemadura y redondean el estropicio.

Del 16 al 20 de diciembre Isidoro realiza, en Diego de León, su último retiro espiritual, dirigido por el Fundador. A todos impresiona la figura del ingeniero: no puede calzarse los zapatos y cojeando, en zapatillas, acude puntualmente al oratorio. Se sitúa en un lateral abierto, que hace de sacristía, donde lo ven —«completamente recogido y sin moverse en todo el rato»— sentado en una silla baja.

Conscientes de que Zorzano está ya herido de muerte, se sienten particularmente removidos cuando el Padre habla sobre «la muerte amiga y liberadora». Alguien apunta las ideas —no palabras— de la meditación:»

A ti, hijo mío, irá un hermano tuyo y con toda delicadeza, pero con toda claridad, te dirá: —Mira, humanamente, los médicos dicen que no tiene solución. Pero vamos a encomendarlo mucho, por si el Señor quiere hacer un milagro. Y también pondremos todos los medios humanos que la ciencia médica tenga a su alcance.»

Y entonces tu reacción será, hijo mío: Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: ¡Iremos a la Casa del Señor!».

El Padre continúa, glosando las palabras del Prefacio de difuntos:

«Vita mutatur, non tollitur. La muerte es solamente un cambio de casa: ir a la casa del cielo». Según los mismos apuntes, el Fundador se pregunta en voz alta: «¿Vida larga? ...Si es para trabajar por el Señor, sí. Si no, ¿para qué?».

Isidoro se queda en el oratorio. Piensa que está solo; pero hay alguien, que le oye decir en voz baja «Señor, yo estoy dispuesto».

Los participantes tienen ocasión de charlar con el Beato Josemaría. Sin embargo, el Fundador prefiere no confesar a sus hijos y pide que vengan el agustino P. José López Ortiz (futuro obispo de Tuy-Vigo y luego Arzobispo Castrense), y Fray Justo Pérez de Urbel, benedictino. Una gran ilusión de Isidoro es que Álvaro, Chiqui y José Luis, ingenieros los tres, llevan avanzados sus estudios eclesiásticos y pronto —dentro de año y medio— serán los primeros sacerdotes hijos del Padre. Mientras tanto, se confiesa de ordinario con el P. López Ortiz.

Por Nochebuena, Zorzano asiste, también en Diego de León, a su última Misa «del gallo». Como no se puede arrodillar, está sentado en la sacristía. Todos lo notan sumamente fatigado.

Entre Navidad y Año Nuevo, Ricardo lo lleva de paseo en coche por Alcalá de Henares. Les acompaña Carmen Escrivá. Isidoro no hará más excursiones.