Pendiente de los más pequeños. Que los valencianos coman bien. Visitas históricas por Madrid. El «tío Isidoro».

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Con los más jóvenes en el Opus Dei, Zorzano se comporta como un hermano mayor. Conoce los nombres y circunstancias incluso de los que se han incorporado a la Obra en otras ciudades; y les atiende solícito cuando viajan a Madrid: «Me llamó la atención», escribe uno, «el cariño con que me trató [...]. Estuvo hablando conmigo como si no tuviera otra cosa que hacer». Lo mismo recuerda otro viajero: «Estuvo pendiente de mí; de hablarme del Padre y de la Obra; de mi frío; de que conociera Madrid; del billete de ferrocarril; de interesarse por Barcelona; de despertarme por las mañanas; de la merienda de todos los días; de que tuviera la cena antes de la hora el día que me marchaba, preocupado porque esta comida estaba demasiado caliente, haciéndome compañía mientras cenaba». Cuando él no puede hacerlo, busca otro que le acompañe a la estación.

Isidoro cuida de que los pequeños descansen lo necesario, reza por ellos si están enfermos y se alegra cuando los ve engordar. Como después de la guerra escasea la comida, se ocupa de que merienden, aunque personalmente no lo hace, para que toquen a más.

En Valencia se acaba de abrir un Centro nuevo y, medio en broma medio en serio, el Padre —cuenta uno de los valencianos— «nos dijo que mandaría a Isidoro para que aprendiésemos a hacer bien las cosas». Cuando va por allí, Zorzano hace varios arreglos de tipo material, les explica cómo llevar la contabilidad, les enseña a vivir la pobreza en detalles ordinarios (por ejemplo, a utilizar como fichas el papel usado por una cara), y muchas más cosas. Todo ello, sin herir: alabando calurosamente lo que hacen bien o, cuando menos, su buena voluntad. Pero, sobre todo —quizá con ese fin lo ha enviado el Fundador—, toma medidas para que coman bien. Les indica que no pasa nada si hace falta gastar un poco más de lo previsto. Para que la lección sea práctica, los lleva a merendar en una chocolatería; y también les consigue un permiso para comprar patatas en un pueblo próximo.

La mayoría de los no madrileños conocen a Isidoro con motivo de las «semanas» de formación que, junto al Fundador, tienen lugar en Jenner a mediados de marzo, así como en agosto y septiembre de 1940, para los fieles del Opus Dei. Algunos, que han oído hablar de Zorzano, se sienten defraudados al verlo mucho mayor de lo que imaginaban, con abundantes canas, pálido y muy sosegado. Les parece distante. «En cuanto lo conocí, declara uno, sufrí una desilusión, que no supe disimular, con aquella apariencia [...] tan poco espectacular». Pronto se disipa este concepto inicial.

Isidoro les acompaña, en pequeños grupos, a conocer los lugares de la capital con recuerdos históricos para el Opus Dei: por ejemplo, «el Sotanillo», donde los primeros se reunían con el Beato Josemaría, o las casas de Luchana y Ferraz que fueron sedes de DYA. Zorzano aprovecha estos paseos para contarles cosas de aquellos tiempos y para fomentar su adhesión al Padre.

También José María (Pepe) Casciaro, hermano pequeño de Pedro, recordará sus paseos con Zorzano. A finales de julio (1940) ha llegado a Madrid, donde prepara su examen de ingreso en la Universidad. Todas las tardes, Isidoro le explica Matemáticas, Física y Química. Pero el ingeniero advierte que Pepe se pasa el día entero estudiando: «por lo cual me dijo que, en adelante, saldríamos los dos [...] a dar un paseo; y, en efecto, así lo hicimos». Suelen caminar hacia los Nuevos Ministerios, rezan juntos el Rosario y Zorzano habla de los comienzos de la Obra y del «gran servicio que haría a la Iglesia, si todos correspondíamos a lo que Dios nos pedía». El joven volvía a casa «auténticamente emocionado, con nuevas perspectivas». Como es notable la diferencia de edad entre los dos, la Abuela y Carmen tomaban el pelo a Pepe: «Me decían que mi tío Isidoro me estaba buscando».

A decir verdad, todos se consideran predilectos de Zorzano. A uno de ellos, porque estudia ingeniería industrial, el Padre mismo suele decirle en broma que «es la flaqueza de Isidoro». Pero cada cual conserva su recuerdo especial. Por ejemplo, el que cuenta cómo «me bajó al sótano y en la báscula me pesó, al ver que yo mostraba algún deseo de pesarme»; o el que deseaba visitar con otros El Escorial, el día en que ha quedado con Zorzano para recibir explicaciones de contabilidad y copiar unos formularios. Cuando Isidoro se dio cuenta, «me dijo que me fuese y, al volver, ya lo había copiado todo él».

Por esto de cargar con los trabajos, alguien resumirá la imagen de Zorzano diciendo que «tenía una propensión irresistible a elegir para sí siempre lo peor»: nunca con cara larga, sino con «una alegría que tenía la virtud de contagiarnos a cuantos le rodeábamos».