Atención a la familia del Fundador. Álvaro, Juan y Chiqui, en prisión

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Isidoro, que ya sale de casa, inicia su heroico papel de enlace entre el Fundador y los miembros de la Obra, dispersos. Comprueba una vez más la enorme fe del Padre y la entrega con que se desvive por las almas que le rodean y por cada uno de sus hijos, cuya situación material y espiritual sigue con desvelo verdaderamente paterno. Esa fe robustece la de Isidoro y el ejemplo del Fundador impulsa su generosidad para cuidar de los demás.

En su propia casa, paseando por la calle, o en un banco de algún parque, Zorzano dedica largos ratos a los que todavía están libres, como Barredo y Juan Jiménez Vargas. Juan advierte cómo el ingeniero «a pesar de las circunstancias adversas, conservaba el orden y regularidad en el cumplimiento de su plan de vida espiritual»: dos medias horas de oración mental, lectura diaria del Evangelio y de algún otro libro doctrinal, Rosario, etcétera.

El doctor Jiménez Vargas subraya que Isidoro «seguía corriendo riegos graves de detención» y se jugó la vida «al cumplir aquella misión que le había confiado el Padre» Su documentación es, efectivamente, precaria; pero sirve para callejear, ...si uno está dispuesto a arriesgar la vida. Isidoro lo está.

Al mencionar el peligro de las detenciones, Juan habla con conocimiento de causa: él mismo fue detenido, el 16 de octubre, y llevado a la cárcel de Porlier (el colegio Calasancio de los Escolapios, convertido en prisión), donde ya está algún otro.

Gracias a Dios, la patrulla que detiene al Doctor no descubre los papeles donde Juan escribe su diario, que hubiera resultado comprometedor para él mismo y para otros. Sí los encuentra Isidoro, que los lleva consigo. El destino de esos papeles será un baúl, que la madre del Beato Josemaría —doña Dolores Albás— custodia en su casa.

Zorzano cruza, prácticamente a diario, la capital de un extremo al otro. En el sanatorio del Dr. Suils conversa con el Padre, a quien proporciona también formas para la Santa Misa, e incluso el Santísimo Sacramento, cuando el Fundador no puede celebrar. Como a los sacerdotes en muchos casos les resulta imposible, los fieles laicos —con conocimiento de la Jerarquía— están facultados para conservar y distribuir la Sagrada Eucaristía.

Isidoro acude también a casa de doña Dolores, para llevarle noticias de su hijo. A finales de octubre, sin embargo, las fuerzas nacionales —tras la toma de Toledo— se acercan a Madrid, cuyo asedio se va cerrando progresivamente. Durante unos días el ingeniero no puede acercarse por el domicilio de los Escrivá, que será zona de guerra. Las líneas del frente quedarán estabilizadas allí hasta el fin de la contienda.

Doña Dolores y sus hijos, Carmen y Santiago, deben ser evacuados y se mudan a un hotel, en la calle Mayor. Isidoro localiza enseguida su paradero y les ofrece un alojamiento mejor: la casa de los González Barredo, en la calle Caracas. El propio Zorzano les ayuda en el traslado e instalación. Pero el portero de la finca pone dificultades a la presencia de Santiago, y éste tiene que irse a la Casa de Reposo y Salud, junto al Beato Josemaría.

Por estas fechas, la República —cuyo gobierno ha buscado en Valencia sede más segura— decreta la movilización de los reservistas y comienza la evacuación de las personas que no desempeñen cargos oficiales o destinos públicos. Los ciudadanos comprendidos entre los 18 y los 45 años necesitan un certificado de trabajo. Isidoro consigue uno, tan dudoso como su restante documentación.

Con todo ello, mucha gente pide asilo en consulados y embajadas. Pero, los días 3 y 4 de diciembre, guardias de Asalto y milicianos invaden la Legación de Finlandia y sus dependencias: detienen a más de 1.000 refugiados, que pasan a la cárcel de San Antón (otro colegio de las Escuelas Pías). Entre los detenidos figura Álvaro del Portillo, con quien coincidirá, en San Antón, Chiqui Hernández de Garnica.