Ambiente cordial en DYA. Traslado a Ferraz 16

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Toda esta agitación contrasta con el clima de fraternidad, trabajo y buen humor que Isidoro encuentra en DYA, todavía en el número 50 de Ferraz. La mayoría de los miembros de la Obra y los residentes, universitarios, preparan los exámenes del curso que termina. El intenso estudio no les impide asistir a la Santa Misa; acompañar algunos ratos al Santísimo, en el oratorio de la residencia; o rezar el Rosario en familia. Tampoco les viene mal, de vez en cuando, practicar algún deporte o pasar unas horas en el campo.

De momento, Zorzano come y duerme con su madre y Chichina, en la calle Serrano. Isidoro es un hijo cariñoso y un hermano solícito, aunque a doña Teresa no le hace mucha gracia que pase tantas horas en la residencia. Pero Zorzano ha venido a Madrid precisamente para hacerse cargo de DYA, donde todos los brazos resultan insuficientes: «Eran aquellos tiempos heroicos», escribirá Álvaro del Portillo, «en que, con el Padre a la cabeza, Isidoro y los demás fregoteaban con alegría los platos y cubiertos, y los suelos. Y así se ahorraba el dinero que no se podía gastar, porque no existía». Al cabo de tantos años de aislamiento en Málaga, Isidoro goza del ambiente verdaderamente familiar que el Fundador sabía crear entre sus hijos.

Francisco Botella recuerda cómo cumple Zorzano, estos días, las tareas que le señala el Padre: «Se dedicaba a ordenar las cosas de administración de casa y hacía muchas fichas con distintos menús y precios detallados [...]. Nos reíamos alguna vez con él por el detalle de este fichero». Isidoro había aprendido de don Josemaría que hasta lo más pequeño —en la liturgia, en el trato, en el orden del tiempo, en el cuidado de las cosas materiales— tiene un valor muy grande, si se realiza con sentido sobrenatural. Por eso —escribe Álvaro del Portillo—, «llevaba con gran minuciosidad, es decir, con gran amor de Dios, todas las cuentas, dichas de cocina, precios de los diferentes platos, etc.; de modo que se consiguió una reducción enorme en los precios de las comidas y en todos los gastos». A los tres días de llegar Zorzano a Madrid, Juan Jiménez Vargas anota: «Isidoro lleva las cosas de la casa como si en su vida no hubiera hecho otra cosa».

Como la vida sobrenatural se construye sobre la naturaleza, Isidoro no puede disimular su condición de ingeniero, ni siquiera cuando escribe recetas de cocina. Una de croquetas, por ejemplo, la redacta en varias columnas: ingredientes, peso, y precio. Por último calcula cuántas croquetas salen de un kilo de carne y anota su precio unitario. Se comprenden las cariñosas chirigotas de todos a cuenta de las famosas «croquetas de Isidoro» y de las «recetas de ingeniero». Pero, bromas aparte, los más jóvenes quedan edificados al ver la ilusión y la humildad sin aspavientos con que aborda estos quehaceres quien hace sólo unos días mandaba sobre centenares de obreros.

Además del trabajo habitual, son días de preparar tanto la apertura de nuevos centros en París y en Valencia —donde va Paco Botella para buscar un local adecuado—, como el traslado de DYA a la nueva casa. El arquitecto Ricardo Fernández Vallespín, todavía director de la residencia, prepara con el notario la escritura de compra por parte de la sociedad Fomento de Estudios Superiores (que arrendará la casa, por un alquiler moderado, a DYA). La firma del contrato, el 17 de junio, se festeja con pasteles. Y se comienzan los planes de adaptación y distribución: dónde irán el oratorio, la sala de estudios...

A medida que terminan sus exámenes en la universidad, los estudiantes marchan a pasar el verano con sus familias. Para el 2 de julio la vieja residencia está medio vacía: el Fundador, Isidoro, Ricardo y los demás han iniciado el traslado a la nueva sede. Como es primer viernes de mes, hay Exposición y adoración al Santísimo Sacramento. El 6 de julio el Beato Josemaría celebra la última Misa en Ferraz 50, donde se desmonta el oratorio. Hay que llevarse todo lo que pertenece a DYA y pueda servir en la nueva residencia.

A este propósito escribe Juan, con sentido del humor: «Estando yo esta tarde quitando hilos de la instalación de la luz y, tirando de un extremo, arrancaba todos los clavos que le sujetaban a la pared, Isidoro, tan metódico, tan ordenado [...] se me quedó mirando. Ya pensé que yo estaba haciendo una barbaridad porque realmente el procedimiento era un poco violento, cuando me dice que es la mejor manera de hacerlo. Es que es muy metódico y éste es un método como otro cualquiera, y tenía que parecerle bien». Zorzano, efectivamente, no es ningún censor, que inhiba con su presencia: sabe mirar con ojos benévolos, de hermano mayor, incluso los errores de los pequeños. Vicente Rodríguez Casado cuenta que, durante el traslado, rompió un jarrón en el jardín de la nueva casa: Isidoro que, por sentido de pobreza, «tenía la preocupación del céntimo, y por ahorrarlo recorría todas las tiendas posibles, antes de comprar, a fin de conseguir lo mejor y más barato, al verme bastante compungido, no me dejó preocuparme [...], con tal de que me sirviera de advertencia para el futuro. ‘Estos chicos...’ decía sonriéndose como siempre».

El día 13 concluye la mudanza.