Las primas argentinas. Una tarjeta desde Madrid

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Una visita le hace retroceder a los lejanos tiempos de Argentina. Coincidiendo con una estancia de doña Teresa y Chichina, pasan dos semanas en Málaga las hermanas Elvira e Isabel Pérez Welschy, primas de Isidoro y nacidas como él en Argentina, que viven desde hace años en Casablanca. Tienen 26 y 23 años.

Es verano y por las mañanas las muchachas van a la playa con su tía y con Chichina. Cuando Isidoro termina su trabajo, a media tarde, se reúne con ellas. A sus primas, que acaban de conocerlo, les encanta la elegancia y cortesía del ingeniero, que nunca omite alguna frase amable: «Llevo toda la tarde mirando el reloj, a ver si llegaba la hora de estar con vosotras».

Isabel y Elvira se ríen cuando Isidoro, después de darle una limosna, reconviene a un borracho: «Seguramente ahora irás con esto a la taberna». La respuesta es inmediata: «Y qué quieres que haga? ¿Qué me compre un Rolls?».

Debía de soplar el terral que pone a Isidoro fuera de combate. Con frecuencia echa mano de las aspirinas. Además de las pastillas, también le distiende la frivolité de sus primas: concretamente, la desenvoltura de Isabel, que se muestra particularmente solícita con él. Doña Teresa no ve con buenos ojos estas atenciones de la argentinita dicharachera y educada «a la francesa», que ya ha tenido un novio con anterioridad. Teme que pueda pescar a su hijo,...para dejarlo después.

La joven se lo pasa en grande cuando el grupo entero cena en un restaurante de La Caleta, donde también se baila. Isidoro trata de compensar la ligereza de la prima con algunas reflexiones profundas, de las que por entonces rondan su alma. A decir verdad lo hace más bien por la tremenda: «¿Ves toda esa gente bailando? ¡Y pensar que van a terminar en un sepulcro!». Isabel se siente, lógicamente, incómoda: «Ahora estamos bailando. No es momento para pensar esas cosas».

Zorzano procura también descubrir a la joven el campo de las mortificaciones. Así, medio en serio medio en broma, le hace notar que no tocará las frutas que hay, en varias fuentes, sobre la mesa. La prima, que no sabe mucho de sacrificios, protesta: «Eso no está bien. La fruta es un don de Dios y hay que gozarlo». Isidoro se ríe y dice: «Tienes razón. La próxima vez me comeré las cuatro fuentes».

La simpática despreocupación de Isabel alivia el desasosiego interior de Isidoro quien, cuando se acerca la despedida, agradece a la muchacha el respiro que le ha proporcionado. Por más que no haya mediado intimidad alguna entre ellos —siempre han estado a la vista de todo el grupo—, la prima interpreta esa ingenua galantería como si fuera una declaración formal.

El regreso a Madrid de la madre del ingeniero marca el punto final del equívoco. A Isabel, que sufrió con el desenlace, le quedó el consuelo de atribuirlo a las reticencias de doña Teresa sobre las jóvenes argentinas reeducadas en el Marruecos francés. Con todo, a la vuelta de muchos años conservará la impresión de que su primo con ella «hizo como con la fruta: se sacrificó».

En el alma de Isidoro va tomando cada vez más vigor el convencimiento de que Dios le pide una entrega total. De acuerdo con la mentalidad vigente, sólo hay un camino: «La idea de ser religioso, como única vida para conseguir la perfección verdadera». Sin embargo, la perspectiva no coincide plenamente —dirá poco después— con «el ideal que yo me había forjado»: armonizar la dedicación a Dios, el trabajo profesional y la protección de su familia.

Por otra parte, tampoco parece halagüeño el futuro en los Ferrocarriles Andaluces. Zorzano escribe: «Está la Compañía completamente arruinada y, como no veo en ella gran porvenir, estoy haciendo gestiones para marcharme, si pudiera ser, con destino en ésa», es decir, en Madrid.

Cuando las inquietudes alcanzan su apogeo, en agosto (1930), recibe una tarjeta de su amigo sacerdote don Josemaría Escrivá: «Querido Isidoro: Cuando vengas por Madrid no dejes de venir a verme. Tengo cosas muy interesantes que contarte. Un abrazo de tu buen amigo».

Isidoro prácticamente desde que salió de Madrid para Cádiz, a fines de 1928, no tenía noticias de su viejo condiscípulo. Incluso pensaba que también éste había dejado la capital. Las letras que ahora recibe le abren una esperanza: ya sabe con quién desahogarse y a quién consultar su problema. «Espero ir pronto a ésa», responde, «tal vez a fin de mes, en cuyo caso ni qué decir tiene que mi primera visita será para ti».