La «caza» del ingeniero. Profesor de obreros

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Sus amigos presionan a Isidoro para que tome novia y procuran meterle por los ojos a esta o aquella candidata.

Para las malagueñas casaderas Zorzano constituye una pieza codiciable: joven de buen ver, situado profesionalmente y con porvenir, formal, educado y cariñoso, católico practicante, dotado incluso con el ligero exotismo de su nacimiento argentino. La «caza del ingeniero» perseguirá a Isidoro hasta su marcha de la ciudad. Los procedimientos son variados: reuniones sociales, meriendas y paseos.

Más de sesenta años después, a la pregunta «¿Quiénes eran las chicas que andaban detrás de Isidoro?», Carmen González responderá categóricamente y sin el menor titubeo: «¡Todas!», «¿Todas, todas?», «¡Todas!». No aclarará si ella misma estaba incluida en el conjunto. Su prima Victoria Prados era por entonces una niña; pero recuerda cómo las colegialas de cursos superiores la acosaban para que las presentase al ingeniero.

Isidoro en sus primeros tiempos de Málaga acepta las invitaciones y encuentros. Pero evita comprometerse o que alguna muchacha se forje ilusiones sin fundamento. Como es un caballero, no quiere jugar con los sentimientos de las jóvenes. Mientras no haya garantizado un porvenir tranquilo a su madre y a Chichina, no le parece justo atender a su propio futuro personal. Cuando los suyos estén asegurados, pensará en sí mismo; y entonces... Dios dirá. Es posible que ya para estas fechas se insinúen las inquietudes vocacionales que lo zarandearán el año próximo.

En verano de 1929 solicita le sea renovado, para el curso siguiente, su encargo como profesor. El estreno de Zorzano en la Escuela Industrial había coincidido con unos momentos de gran tensión en el mundo universitario español. Primo de Rivera llegó a clausurar la Universidad Central. En la base de los alborotos estaba la Federación Universitaria Escolar (FUE), fundada en enero de 1927, con fuerte componente anticatólica.

Aunque la FUE también se hará presente allí, la Escuela Industrial de Málaga no era un centro universitario, sino profesional. Bastantes de los alumnos eran obreros, empleados algunos en los Ferrocarriles Andaluces. Sus graduados podían recibir hasta el título equivalente a Perito Industrial.

A partir de octubre, el puesto de Isidoro tendrá un contenido más efectivo que el año anterior. Será el profesor de «Nociones de electricidad», para estudiantes de Oficiales Industriales; de «Electricidad», para los de Maestría Industrial; y de «Ampliación de Matemáticas» para los futuros Auxiliares Industriales.

Yendo a buen paso, según su costumbre, Isidoro tarda menos de un cuarto de hora desde la pensión hasta la Escuela Industrial. Siempre llega puntualísimo a clase.

A menudo saca un muchacho a la pizarra para desarrollar la lección en forma dialogada. Los estudiantes que son obreros suelen llegar iniciada ya la explicación. Isidoro conoce la causa —el trabajo— y no les reprende; pero tampoco puede elegir entre ellos al interlocutor para exponer los temas. Algunos lo toman como una discriminación: ¡A los obreros nunca nos pregunta! Sólo cabe renunciar a la puntualidad y comenzar la clase unos minutos más tarde.

Acostumbrado a sus discípulos de Madrid, candidatos a ingeniero, cuando es él quien explica la materia sin ayudante, Zorzano va demasiado rápido. Un estudiante recuerda: «Debido a su gran sabiduría en Matemáticas, desarrollaba las ecuaciones a una velocidad fantástica; a pesar de tener un gran encerado, le faltaba espacio, diciéndonos en una ocasión que iba a colocar otro en otro tabique, sembrando el terror en la clase». Algunos alumnos se quejan al Director de la Escuela. «Don Isidoro les reprendió primero» —por su falta de confianza, al no haberle manifestado personalmente la dificultad— «y luego les pidió perdón. Algunos de los más exaltados, al terminar sus palabras, no podían contener las lágrimas».

Isidoro acomodará su paso a las entendederas de los estudiantes. «Cuando una explicación» —dice Segundo Revidiego— «no había sido comprendida por todos, repetía cuantas veces hiciera falta». Pero, a fin de no retrasar la marcha del curso, propone dar gratuitamente clase particular a los estudiantes que son trabajadores. Isidoro sigue sin contar con la susceptibilidad «de clase»: ¡ellos no necesitan ningún trato de favor! Bastantes chicos rehusan el ofrecimiento de modo formal. Sobre todo formal, porque en la práctica el profesor les dedicará, uno a uno, mucho tiempo fuera del horario escolar: en su despacho, si eran obreros de los Ferrocarriles Andaluces; o bien citándolos por la noche, o el domingo, en su propia pensión, donde «no quedaba satisfecho hasta que uno mismo explicaba el contenido de la pregunta o lección». No reparaba en la hora que fuese y hablaba «sin denotar prisa ni impaciencia». Los chicos advertían que recortaban sus horas de sueño; pero Isidoro disimulaba el cansancio y los despedía con una sonrisa. También cargaba con el trabajo de corregir los apuntes tomados en clase por los alumnos.

Pero, con todo, Zorzano sigue sin cobrar un duro en la Escuela. Tal vez otros compañeros le sugirieron el modo de percibir un sobresueldo por tareas docentes: dar lecciones particulares a estudiantes necesitados de una preparación más intensa para las asignaturas —matemáticas, sobre todo— que debían cursar en años venideros.

Las clases habían de tener lugar, lógicamente, fuera de la Escuela. El ingeniero Pedro Luis Baquera, que trabaja en los Ferrocarriles, imparte lecciones particulares en un local, cedido gratuitamente por su suegra, en la calle San Agustín. Isidoro le propone alquilar alguna de esas habitaciones. Como Baquera no paga renta, le ofrece usar gratis el apartamento. Aunque se resiste a estas condiciones de favor, después de algunos tira y afloja, acepta el ofrecimiento.

Las lecciones comienzan con un puñadito de muchachos. Cuando cobra la primera mensualidad, Zorzano destina su importe a comprar un obsequio para el usuario principal, también gratuito, del local. Se trata de un reloj, que Baquera conservará siempre, como un recuerdo cargado de afecto.