Nuevo trabajo y viejos amigos. Pensión «La Veleña»

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

El día 15 de diciembre de 1928 tomaba Isidoro posesión de su puesto en la sección de Electricidad. El horario laboral es, de momento, tan holgado como en Cádiz; y el sueldo, mejor: unas 570 pesetas mensuales.

Isidoro reanuda viejas amistades. En su misma división trabaja un antiguo conocido de la familia: Anselmo Alonso. En Málaga vive también, casado ya, Calixto García: el compañero de carrera que echaba chispas cuando Inclán los suspendió en Física Industrial.

Aparte de los citados y de sus parientes —los Mendoza—, Isidoro es acogido, sobre todo, por un conocido de la infancia: Salvador Vicente, hijo de don Melchor el maestro de Ortigosa. Salvador, que trabajaba para los riojanos hermanos De la Riva, fabricantes de aceites, proporcionó a Isidoro el domicilio donde residirá durante todos sus años malagueños. Se trataba de la pensión «La Veleña», ubicada en la calle de Sagasta, número 8, piso principal, justo detrás del Mercado de las Atarazanas. Los huéspedes eran gente de orden y de clase media: entre ellos, dos canónigos de la Catedral. Algunos ingenieros, por pensar tal vez que la residencia de un colega debía ser más aparente, tratarán de que se mude a vivir con ellos; pero Isidoro, austero y responsable de ahorrar para los suyos, se conforma con «La Veleña».

Era una pensión modesta pero digna y bien situada, junto a la calle Olózaga donde viven los Mendoza, cerca de la Alameda y no lejos de la calle Larios. Su dueña era doña Victoria García Barrionuevo, a quien ayudaba la criada Mariquita Porras y algún camarero.

Isidoro procura facilitar la tarea de quienes trabajan para él: mantiene su habitación siempre ordenada y, en la medida de lo posible, se las arregla para no molestar con quehaceres suplementarios —coser un botón, por ejemplo— que puede resolver él mismo. Así, cuando se cambia de traje, coloca bajo el colchón los pantalones que no usa, y evita que Mariquita deba plancharlos. Cada semana entrega en día fijo, los lunes, la ropa sucia para lavar.Su jornada laboral comienza muy pronto, a las siete o siete y media. Esto exigía que una sirvienta madrugase para prepararle el desayuno. Isidoro lo descubre a los pocos días y pone remedio inmediato: que le dejen por la noche un termo de leche con té o café.

Un cuarto de hora escaso tarda el joven ingeniero en caminar a su trabajo, en el vistoso Palacio de la Tinta, ya en la Malagueta, nada más pasar la plaza de toros. Su oficina está en la tercera planta.

Zorzano cayó muy bien en los Ferrocarriles Andaluces. Sus colegas lo describirán como alguien con «deseo de hacer bien a su prójimo» y de quien «todos hablaban bien». Por lo que atañe a los subordinados, alguno recordará muchos años después cómo Isidoro, nada más llegar a la Compañía, «se les ofreció a todos, al contrario de lo que parece natural, por ser ellos inferiores a él en categoría».

A la Dictadura de Primo de Rivera sólo le queda un año de vida. Pero el fin de 1928 y los comienzos de 1929 representan un punto culminante de prosperidad económica, por lo menos aparente. El ministro de Fomento, Conde de Guadalhorce, viene promoviendo una ingente política de obras públicas: hidráulicas, transportes, comunicaciones, etcétera. En el capítulo ferroviario se acababa de proponer, en 1928, la electrificación de unas cuantas líneas.

Los Ferrocarriles Andaluces acometen el estudio para electrificar los tramos Málaga-Bobadilla, Córdoba-Belmez y Almería-Guadix. Preparar estos proyectos es el trabajo que se encomienda a Zorzano, como ingeniero con los últimos conocimientos bien frescos y al día. El encargo le enardece y alimenta la ilusión —así se lo han dicho— de que su nombre figurará en la firma del proyecto. En este clima exultante, ve a los jefes como amigos que lo aprecian y con quienes, algunos días libres, sale de excursión.

Con motivo de la Navidad (1928), Zorzano pasó unos días en Madrid. Debieron de ser unas fiestas divertidas en la casa de la calle Serrano. A Isidoro incluso le tocó la lotería: 62,05 pesetas. No es mucho, pero menos da una piedra.

Cuando regresó a Málaga, mamá y Chichina quedaron preocupadas por la soledad en que imaginaban vivía el ingeniero. Éste les toma el pelo: a modo de tarjeta postal les envía una foto suya, con gabardina y sombrero, tomada sobre unas rocas con el puerto al fondo. En el dorso escribe: «Una reproducción del ‘Solitario’ del Museo de Málaga». Lleva un bastón de nudos, con el que aparece en otras fotografías de la época. Doña Victoria, la dueña de «La Veleña», le pregunta por qué lo lleva. Isidoro, bromista, responde que por si acaso.

En febrero de 1929, uno de sus jefes en los Ferrocarriles, tras comprobar las «especiales dotes» de Isidoro, le ofrece la oportunidad de incorporarse como profesor a la Escuela Industrial de Málaga. Zorzano presenta a su propio superior, a la vez Director de la Escuela, la oportuna instancia para «tomar parte en el concurso de la plaza de auxiliar meritorio de Electrotecnia». Para el día 11 de marzo ya ocupa el puesto (por cuyo desempeño no percibirá emolumento alguno hasta octubre de 1930). Dada la novedad del plan de estudios, este primer curso no debió de tener muchas clases.

Por estas fechas doña Teresa y Chichina pasan unos días en Málaga. Mariquita quedó impresionada de lo bien que Isidoro las trataba. Un riojano de Cameros, huésped de la pensión, que almorzó con los tres, comentó a doña Teresa: «Señora, puede estar usted orgullosa de su hijo; es un modelo». La madre, ufana, respondió que era mucho más, y contó cómo Isidoro se desvivía para que a ellas no les faltase nada. De hecho, para ese momento, les ha enviado más de trescientas pesetas desde Málaga, donde apenas lleva tres meses. Doña Teresa encuentra desmejorado a su hijo. No es para menos, con todo el trajín de la oficina y la Escuela.

Isidoro deja traslucir su agotamiento en las letras que pone a Josemaría Escrivá. Se excusa de no haberle felicitado por San José, «pues se encuentra ahora mi madre en ésta y he tenido que acompañarla». Escribe cuando «los sacrosantos deberes familiares y oficinescos me dejan un momento libre; [...] yo tengo ahora mucho trabajo, casi no dispongo de un momento libre; [...] se experimenta en ello una gran satisfacción pero, no obstante, llega uno a agotarse. Espero que este verano, Dios mediante, podamos pasar unos ratos de charla».

Por si le sobrara tiempo, Adolfo Mendoza, pariente y jefe, pide a Isidoro que dé lecciones particulares a su hijo Fito, que se prepara para ingresar en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid. Zorzano, que accede, se llega todas las tardes a casa de los Mendoza. Frecuentemente cena con ellos; y algunos domingos van todos a los Baños del Carmen, a Torremolinos u otras playas cercanas.

Por su parte, Salvador Vicente lo lleva por «La Isla», finca de los hermanos Riva, y por «La Roca», en Torremolinos. Cuando acompañan a cameranos ilustres de paso por Málaga, las excursiones, por ejemplo a Lanjarón, son formales, con chaqueta y corbata. En otras ocasiones el ambiente resulta más divertido y juvenil, con chicos y chicas, como cuando van a la Sierra de Frigiliana.

En Frigiliana, precisamente, tiene casa de campo Ángel Herrero. De unos treinta y cinco años, buen católico, generoso y cordial, es una verdadera institución en Málaga, donde regenta una óptica que se encarga de los trabajos fotográficos para la Sociedad Excursionista y constituye un centro de interesantes tertulias. Casado y sin hijos, Ángel tenía muchos sobrinos y parientes, que serán buenos amigos de Isidoro. Herrero estaba muy introducido en los ambientes eclesiásticos: Jesuitas y Adoratrices, sobre todo