Rumbo a Málaga

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Poco tiempo le queda ya en la trimilenaria ciudad. Adolfo Mendoza, el hermano de Antonio, acaba de ser ascendido a Subjefe del Servicio de Material y Tracción en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, con sede en Málaga, y está en condiciones de conseguir allí un buen trabajo a su pariente. El cambio significará para Zorzano una mejora económica, mayores perspectivas de promoción y la tutela profesional por parte de Mendoza, además de un cierto entorno de parientes y viejos amigos.

Con fecha 10 de diciembre (1928), el director de los Ferrocarriles Andaluces formula, por escrito, su ofrecimiento a Isidoro, que acepta sin hacerse de rogar. El jueves 13 será la última jornada laboral en Matagorda, donde se despide de los jefes, compañeros y subordinados. Cobra 225 pesetas por los días que trabajó ese mes. Retira su saldo de 200 pesetas en el Banco. Y el 14 por la mañana toma el tren rumbo a Málaga.

Este mes y medio mal contado, en Cádiz, ha tenido para Isidoro un carácter de introducción, de primera experiencia como ingeniero al servicio de una empresa. Ha significado además la separación indefinida respecto a su familia y también el contacto directo con las masas obreras: no la pobreza, vieja conocida, sino el proletariado, con su carga de resentimientos.

Cádiz ha supuesto, sobre todo, el prólogo a sus años andaluces. Isidoro quizá nunca llegue a comprender Andalucía: mientras en Ortigosa las piedras de las calles tenían una explicación funcional —sujetar el terreno y definir escalones— aquí hay «enchinadores» que tapizan caprichosamente los suelos con guijarros, porque sí, por pura estética.

También el alma de estas gentes resulta misteriosa, como el mar, para el ingeniero, amigo de clasificar cada cosa en su sitio justo. A Zorzano le desconciertan los hombres que disfrazan de chirigota la tragedia (una tragedia sólo escondida, porque permanece ahí, soterrada, para estallar con violencia de improviso); le sorprenden unas mujeres que parecen disfrutar cuando lloran a sus anchas; y le asombran los chiquillos despiertos que, sin haber pasado apenas por la escuela, resumen toda la sabiduría y trampas de los fenicios, cartagineses y árabes. En momentos de particular confusión habrá de vencerse para no atribuir ese talante a simple falta de formalidad. Quizá tampoco los andaluces —que le quisieron, como él a ellos— comprendieron del todo a Isidoro, lineal y un poco ingenuo.

Estas seis semanas han sido el preludio para los casi ocho años malagueños, que significarán una etapa decisiva en su vida.