En la Naval, de Matagorda

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Antonio Mendoza venía tratando de colocar a Isidoro en la Sociedad Española de Construcción Naval, preferiblemente con destino en el propio Madrid. Antonio trabaja en los Ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante, que suelen comprar material móvil en la factoría que la Naval tiene cerca de Cádiz, en Matagorda. Y sucede que allí, en Matagorda, necesitan un ingeniero. El sueldo será de unas 450 pesetas mensuales.

A Isidoro le conviene la oferta y, a toda prisa, prepara la maleta.

En los primeros días de noviembre, quizás el sábado 3, toma el tren para Cádiz. Inicialmente se instala en el Gran Hotel de Roma, situado en la calle Buenos Aires 11.

Casi en la punta Sur de España y prácticamente a la salida del estrecho de Gibraltar, Cádiz —la «tacita de plata»— ocupa una península unida con tierra firme sólo por un istmo angosto, que protege al Oeste su bahía.

Frente a la ciudad, a tres millas cruzando la bahía, en Puerto Real, está la factoría de Matagorda, que contaba en 1928 con un dique seco, dos gradas para la construcción de buques, una central eléctrica, varios almacenes y los diversos talleres. Un par de meses antes de llegar Isidoro, se había terminado el transatlántico Magallanes, cuya botadura presidieran los Reyes de España. En Matagorda también se atendían pedidos ferroviarios. Isidoro quedó adscrito, precisamente, a la sección de Ferrocarriles.

Al cabo de un mes, el Director de la factoría podrá escribir que «casi había empezado a hacerse cargo con independencia de su cometido», en cuyo desempeño demostró «mucho celo y aptitudes». El propio Isidoro también se siente a gusto, con un pequeño matiz: «Hasta ahora me va muy bien», manifiesta cuando lleva menos de veinte días en su destino, «sólo que, como he tenido que dejar a mi madre y hermana, por muy bien que me vaya no es lo mismo».

Isidoro cruza, en remolcador, la bahía dos veces diarias: de Cádiz a Matagorda, y regreso. Como su horario laboral es cómodo, llena el tiempo libre con diversas actividades: la primera de todas, buscar un domicilio satisfactorio, que a principios de diciembre fija en la calle José del Toro, número 2, 3º. Patea la «la tacita de plata»; visita los museos e iglesias; y, pasando de la contemplación a la práctica, frecuenta la Escuela de Artes, para cultivar su antigua afición al dibujo.

La correspondencia lleva también tiempo. A don Josemaría Escrivá le comunica su nuevo destino y le interesa por un problema familiar: «En este momento acabo de recibir una carta de una prima mía diciéndome que tiene una parienta muy pobre e inválida a la que no puede cuidar; le voy a escribir diciéndole que se pase por el Patronato por si tú puedes hacer algo, cosa que te agradecería, pues esta prima ha sido para mí una segunda madre cuando yo estaba en Madrid y mi pobre hermano enfermo. Dejo este asunto en tus manos, porque sé que le encontrarás solución». El Beato Josemaría se ocupó, efectivamente, del caso.

El 30 de noviembre cobra Isidoro su primer sueldo, de 400 pesetas, en la Constructora Naval. Lo asienta puntualmente en la libreta de contabilidad personal, que inaugura en ese momento y llevará con toda precisión hasta su regreso definitivo a Madrid en junio de 1936.