Primer trabajo: academia para futuros ingenieros

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Años después Isidoro confesará que, al terminar su carrera, consideraba «como único ideal el triunfar en ella, escalonando puestos que yo estimaba insuperables»; y describirá «el éxito en mi profesión» como «lo que yo estimaba más». Pero a ello se antepone la necesidad de ganar dinero cuanto antes. No por egoísmo personal, sino por sacar adelante a su familia: «Me debía a los míos económicamente, por reveses de fortuna».

Su primer trabajo serio, como el de otros colegas, se desarrolla en una academia que dirige junto con Manuel Puyuelo, compañero de promoción, en el Colegio de San Isidoro. Se ubicaba el Colegio en un edificio madrileño cargado de historia: la Casa de las Siete Chimeneas, en el ángulo de las calles Infantas y Barquillo.

La puesta en marcha del centro tuvo a Isidoro muy ajetreado hasta casi finales de octubre de 1927. En septiembre acaba de cumplir 25 años. Iniciada ya la rutina de un horario escolar fijo, puede Zorzano reanudar el trato con sus amigos. Así, el 21 de octubre, escribe unas letras a Josemaría Escrivá: «Mi querido amigo: Como ya estoy más descansado, puedo salir la tarde que tú gustes, para lo cual no tienes más que ponerme una tarjeta. Recibe un abrazo de tu buen amigo, Isidoro». Hay entre los dos una cita pendiente, tal vez apalabrada durante un encuentro fugaz. Zorzano no había tomado el «tenemos que salir una tarde» como frase de cortesía, que se deja en el aire. Aunque sólo se vean esporádicamente, el joven sacerdote constituye para él una referencia mucho más sólida que los demás amigos.

El antiguo compañero no andaba sobrado de tiempo. Todavía no sabe qué planes concretos le depara la divina Providencia. Pero el Señor dispone su alma con abundantes gracias operativas y, para el cometido apostólico que le hará ver en su momento, lo viene preparando ahora con un intenso trabajo pastoral en servicio de gentes muy variadas. Entre otras tareas, es Capellán del Patronato de Enfermos (calle de Santa Engracia) de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, que regentan la residencia sacerdotal donde vivía don Josemaría. Las buenas Damas le ruegan, además, que atienda sacerdotalmente a un sinfín de enfermos pobres desparramados por toda la ciudad. A esto se suman los cursos de Doctorado en la Facultad de Derecho, las clases que imparte en la Academia Cicuéndez y las confesiones y preparación de niños para la Primera Comunión. Pronto dejó la residencia de la calle Larra: en efecto, este mismo otoño trae consigo, a Madrid, a su madre y hermanos Carmen y Santiago. Durante algún tiempo doña Dolores y sus tres hijos vivirán en la calle de Fernando el Católico, número 46.

El plan diario de Isidoro resultaba más desahogado. No debían de ser demasiados los alumnos de su academia. Pero Puyuelo resumirá el modo de trabajar su amigo y socio como lleno de «un espíritu de sacrificio y de ayuda a sus compañeros y subordinados, tratando a todos con la mayor delicadeza y agrado, con gran paciencia y sin enfadarse nunca». Estas virtudes de Zorzano responden, sin duda, al profundo sentido cristiano de la vida que subraya Manuel cuando se refiere a «su religiosidad de cuyos deberes era fiel cumplidor». Tal vez admirase a Puyuelo el hecho de que Isidoro nunca dejara la Misa dominical, en contraste con la frialdad de muchos colegas. De todas maneras, por estos años, Zorzano todavía no ha emprendido —mejor, reanudado— una vida interior alimentada con la frecuencia de Sacramentos y otras prácticas espirituales (salvo sus oraciones cotidianas, que nunca dejó, a la Santísima Virgen). El Espíritu Santo continúa su obra silenciosa en el alma del ingeniero, preocupado —le mueve a ello la piedad filial— por ganar dinero... Y no gana demasiado. Es casi seguro que sus ingresos mensuales no alcanzaban las 400 pesetas.

A Isidoro, además, no termina de convencerle una labor sólo docente. Pero desde antiguo en la familia, entendida en su sentido más amplio, se ayudaron unos a otros a mejorar de posición. En esta ocasión Zorzano recurre a unos parientes lejanos: los hermanos Mendoza Vilar, Antonio y Adolfo, bien situados en sendas compañías ferroviarias.

Aunque habitualmente rehuya las conversaciones muy personales, Zorzano comenta estas diligencias con su amigo Josemaría Escrivá. Cuando por fin salen juntos de paseo, el sacerdote corrobora su imagen del viejo condiscípulo como un hombre no extraordinariamente piadoso, pero sí noble, de vida limpia, «recto y bueno». ¡Lástima que sus horarios no faciliten un trato más frecuente! Con una dirección espiritual adecuada, Isidoro podría desarrollar indeciblemente sus magníficas cualidades y disposiciones.

El verano de 1928 —en que Paco Zorzano recibe su despacho como Alférez de Infantería— llega sin que haya ninguna perspectiva profesional firme para Isidoro, que apenas tendrá vacaciones: su academia debe continuar las clases, pues en septiembre hay convocatoria de exámenes para el ingreso en la Escuela de Ingenieros.

Zorzano suple la falta de vacaciones con algunas salidas al campo. Muchos domingos acompaña a su madre y a Chichina al chalet que, por el verano, alquila el tío Juan José para los suyos en Torrelodones, a unos 30 kilómetros al norte de Madrid, sin el agobiante calor de la capital. Isidoro, a buen seguro, da largos paseos por los cerros del lugar, entre rocas, jaras, retamas y cantuesos. Se reúnen todos a la hora del almuerzo. La mujer de Juan José era excelente cocinera y preparaba unos conejos guisados que, al decir del ingeniero, estaban para chuparse los dedos.

Si regresaron a la ciudad a última hora el domingo 23 de septiembre, advertirían un extraño movimiento: las gentes corren hacia la calle de Toledo. Está ardiendo el Teatro Novedades. La tragedia fue objeto de minuciosas informaciones, que sobrecogieron a los españoles. Humeaban todavía sus cenizas cuando, en la misma capital, acontecía un evento sin eco periodístico durante muchos años, pero de dilatadas consecuencias para toda la cristiandad...y para Isidoro.