Soldado de cuota. «Señas especiales»

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

En 1923 cumplirá Isidoro sus veintiún años, lo que significa que el Ejército se interesará por él. El servicio militar obligatorio constituía para los estudiantes un serio contratiempo en su carrera. Los muchachos de familias acomodadas solían invocar alguno de los beneficios previstos por la Ley de Reclutamiento y pagaban, escalonadamente, una muy respetable «cuota» (2.000 pesetas) que reducía la prestación personal a un simbólico período de instrucción, en verano.

Los Zorzano no tienen prevención alguna contra el ejército. Más aún, Paco lleva ya varios años preparándose para ingresar en la Academia de Infantería. Pero en el caso de Isidoro la milicia supondría un retraso notable para sus estudios; y la familia puede permitirse el gasto que obviará el obstáculo. Así, pues, Isidoro presenta, en la sección 3ª del Gobierno Militar de Madrid, la instancia con que solicita acogerse al artículo 268 del capítulo XX. También abona un primer plazo, 1.000 pesetas, de la cuota.

Eso no quita que sea sorteado con todos los mozos de su reemplazo: le corresponde la situación de soldado. El 21 de abril es tallado y declarado apto. Hasta el 1 de agosto no ingresará en la Caja de recluta nº 1 de Madrid, donde cumplimentan su «media filiación» y le entregan la correspondiente cartilla militar, en la que figuran sus rasgos personales. Un año más tarde rectificarán algunos detalles.

La primera reseña describe su rostro como de frente estrecha; pelo negro; cejas también negras, pobladas y arqueadas; ojos regulares, iguales y de color pardo; nariz recta, afilada; boca y labios regulares; y barbilla ancha. Su perímetro torácico es entonces de 79 centímetros y mide 1,63 de altura.

Al año siguiente medirá 1,648. De hecho, siempre será más bien bajo. Pero, aunque con la edad ensanche un poco, su figura resultará muy proporcionada. Los ojos siguen siendo pardos; la barbilla, más que ancha, se califica de grande; el cabello y las cejas se anotan como de color castaño. Todo es problema de apreciación. Ahora bien, ya sea por ligereza de los examinadores, ya porque efectivamente ha cambiado de cara, la nueva descripción lo presentará como un sujeto de frente ancha, nariz aguileña y boca grande.

La frente de Isidoro crece, realmente, con el paso del tiempo: su cabellera retrocede y se irán dibujando cada vez más las entradas laterales, redondeadas. Acabará con una frente bien despejada. Por lo que se refiere a la curvatura —no muy marcada— de la nariz, sólo se aprecia mirándolo de perfil. De adolescente presentaba un rostro afilado —lo recuperará en períodos de hambre o enfermedad— que, con los años y visto de frente, resultará más bien cuadrado: las orejas un poco separadas y con sólidos músculos maseteros. La barbilla, ciertamente recia, pasará por diversas apariencias: redondeada, casi recta en su base o ligeramente hendida.

Como suele suceder a las personas sin trazos muy acusados, su fisonomía experimentaba notables variaciones según que hubiera engordado o enflaquecido; y cualquier elemento adjetivo modificará mucho su presencia. Así, por ejemplo, el pelo largo muy ondulado, típico en él por estas fechas, hace irreconocibles sus fotografías actuales para quien lo conozca más tarde —por ejemplo, durante la guerra—, cuando lo lleve corto. Otro tanto sucede con las gafas que, a partir de 1927, serán un dato fundamental en su imagen.

Aunque no lo diga la cartilla militar, también es característico de Isidoro el esmero en el vestir: sin amaneramiento, pero habitualmente con chaqueta, a veces también chaleco, y corbata (que lleva puesta incluso en algunos paseos campestres). Ángel Quesada escribirá que Zorzano «tenía el secreto de ir siempre bien vestido y limpio y hasta elegante, pues cuidaba mucho de sus prendas». En efecto, cuando —terminados los estudios— viva fuera de casa llevará cuenta detallada de las ropas que va entregando para lavar.

En cuanto a su salud, siendo un hombre sano y amigo de subir montes, Isidoro nunca será persona excesivamente fuerte. Aunque procura disimularlo, las grandes tensiones psicológicas le afectan físicamente. Y problemas circulatorios en las piernas —concretamente, varices— le obligarán, por temporadas, a llevar medias elásticas.

Pero esto no se refleja en su «media filiación» que, lógicamente, tampoco menciona el rasgo más entrañable de su cara: la sonrisa permanente. Su serenidad refleja la paz propia de los hijos de Dios. Aunque por estas fechas no sea particularmente fervoroso, presenta unas disposiciones sobre las que silenciosamente actúa la gracia divina. El Beato Josemaría Escrivá dirá más tarde que Isidoro era, desde joven, un hombre «lleno de bondad natural».

Un pequeño contratiempo lo puso bien de manifiesto, al terminar el curso 1922-23.