Por la Sierra de Guadarrama. Trato con chicas

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Para Zorzano, el segundo año de ingeniería no resultará particularmente agobiado. Los domingos, después de madrugar para oír Misa, puede practicar su afición a las excursiones de montaña. Isidoro no es, en rigor, un alpinista de los que escalan paredes o realizan difíciles ascensiones por hielo. Lo suyo es, más bien, dar con sus amigos largos paseos por la Sierra madrileña. Ángel Quesada y Emilio Sobejano recordarán aquellas caminatas.

Aunque Guadarrama dista 50 kilómetros de Madrid, desde mediados del siglo anterior funcionaba el ferrocarril a El Escorial y a Segovia. Tomando el primero, podía uno pasear por las Machotas, San Benito, el puerto de Malagón o la fácil cumbre del Abantos. Por su parte, el tren de Segovia paraba en Cercedilla, desde donde cabía subir a la Peñota, a la peña del Águila, y al collado de Marichiva; o alcanzar, por la vieja calzada romana, el puerto de la Fuenfría, entre el Montón de Trigo y los Siete Picos. No era difícil ver zorros, ardillas, algún jabalí e incluso corzos, mientras surcaban el cielo las águilas reales o los buitres leonados que anidan por los roquedos de la Pedriza.

La vegetación no puede por menos de recordar a Isidoro los montes de Ortigosa. Como en Cameros, también en Guadarrama gusta de sentarse sobre una peña, para contemplar en silencio crestas y valles, nubes y arroyos, cielos y tierra. Para un corazón limpio, como el de Zorzano, la contemplación de la naturaleza eleva la mente a Dios.

Los planes e itinerarios se determinaban en la tertulia de la víspera. Sobejano evocará cómo «muchos finales de tarde e invariablemente casa sábado, nos reuníamos con un grupo reducido de amigos, en una cervecería alemana». Quesada puntualiza que se trataba de la cervecería Gambrinus. Alrededor de unas cañas y algunos mariscos preparan la excursión del domingo y hablan de todo un poco. Alguna vez la tertulia se prolonga. Isidoro, que no suele dar demasiadas explicaciones, tarda en llegar a casa y las hermanas se inquietan: «¿Dónde estará? ¿Qué estará haciendo?». Mamá tampoco lo sabe con exactitud, pero las tranquiliza:

—No me preocupa, porque sólo hace cosas buenas.

También los compañeros tienen la impresión de que Zorzano sólo hace cosas buenas. Por ejemplo, cuando surge alguna conversación poco digna, no interviene o procura desviar el tema. Calixto García ponderará su sentido del límite: «nunca transigía: sin sermones, llegaba hasta donde debía, pero nunca pasaba».

Por lo que se refiere a los espectáculos, si ofrecen garantías morales, asiste a ellos cuando sus hermanas le piden que las acompañe, o es el plan de los amigos. El mismo Calixto indica que «si se presentaba uno» —un espectáculo— «menos decente, Isidoro sin humillar ni molestar a los demás se marchaba».

Zorzano era un muchacho normal y desde niño había frecuentado, con toda naturalidad, la relación con chicas. Tenía dos hermanas, aproximadamente de su misma edad. En la casa de Logroño jugaba con sus primas; y en Ortigosa las pandillas de verano eran mixtas. Ya en Madrid, ha paseado con las amigas de su hermana Salus; y la familia de la Costanilla conserva el recuerdo de algún chotis bailado por Isidoro con una sobrina del tío Juan José.

Tal vez esa misma normalidad al tratarlas explica su actitud respecto a las mujeres. A Isidoro le gustan, lo mismo que a sus compañeros. Pero, a diferencia de algunos, en ellas ve personas, bien distintas cada una de la otra, como lo son sus hermanas, sus primas o sus amigas. Se siente incómodo cuando advierte que otros muchachos bromean zafiamente a cuenta de las mujeres. Precisamente porque desde siempre ha tratado con personas del otro sexo, sabe respetarlas.