Compañeros y amigos. Buenas calificaciones

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Isidoro ya conocía, de las academias preparatorias, a bastantes de sus compañeros. Otros condiscípulos de su curso serán Tomás Delgado, Casimiro Mahou, César Rubio, Calixto García, Joaquín Fernández Natera, Juan Manuel Font (que se ordenará sacerdote después de terminar la carrera), Luis García Morales, Rafael Altamira, Manuel Peñalver, Francisco Velasco, Luis Herrando, Florentino Fernández Salaverri... Casi cuarenta, de los que unos treinta terminarán con él la carrera.

Los meses primeros son de tanteo. Aunque poco más o menos todos son de la misma edad, el aspecto juvenil de Isidoro y, sobre todo, su carácter apacible y nada retorcido hace que los compañeros lo denominen cariñosamente «Zorzanito».

No es un estudiante dicharachero, con ingenio chispeante, de los que acaparan atención y conversaciones. Resulta, más bien, callado. Pero, poco a poco, los demás comprueban su bondad y su sentido de responsabilidad. En los primeros años de carrera se pasa lista cada día en las clases. Isidoro, a fin de curso, no tendrá una sola falta no ya de asistencia, sino ni siquiera de puntualidad, aunque vive a unos cuatro kilómetros de la Escuela.

En cuanto al estudio, «sin hacer alarde del trabajo que representaba» —dirá bastantes años más tarde su buen amigo Ángel Quesada— «siempre sabía las lecciones y entregaba sin retraso sus ejercicios».

A la salida de clase suele dar un paseo con algunos de los compañeros con quienes congenia mejor: el propio Quesada, Sagrera, Font o algún otro. En ocasiones, cuando llega el buen tiempo, acuden varios a estudiar, bajo los árboles, sentados en los bancos del Retiro. No dejan de acercarse al estanque donde se está terminando el más aparatoso conjunto escultórico de Madrid: el monumento al rey Alfonso XII. Hablan de las incidencias escolares y de las noticias de la prensa. A Isidoro, celoso de su intimidad, no le gusta conversar sobre asuntos propios, muy personales, o familiares.

Distingue cuidadosamente entre lo que son simples compañeros y los amigos. Enemigos no se le conocen, ni se le conocerán: nadie sabe de ningún condiscípulo que se indispusiera con él. Sin ser una figura brillante, o popular en la clase, todos le quieren bien. Nunca lo verán perder la cabeza: ni exaltado, ni particularmente deprimido (aunque la procesión vaya por dentro, que es por donde a Isidoro le gusta que vaya). Siempre se muestra sereno, contento y dispuesto a echar una mano, en cualquier momento, a quien haga falta.

En el mes de marzo (1922), Teresa y sus hijos se mudan al piso segundo del portal contiguo, número 19 (actualmente 13), de la misma calle de los Reyes. En la casa, con ascensor y portero, sólo hay una vivienda por planta y tiene balcones tanto a la calle de los Reyes como a la de San Ignacio. Su vecindario resulta más distinguido que el del número 21.

Las niñas del primer piso suben a veces a jugar, a prendas, con Salus y con Chichina. Lógicamente Isidoro, estudiante de ingeniería, no participa en esos juegos, por lo que las pequeñas lo consideran persona seria y retraída.

Pero no lo es, en absoluto, con sus colegas. De hecho, por allí se descuelgan a menudo los compañeros de Zorzano, en busca de un problema o de unos apuntes: «era para nosotros —dirán— el recurso en los días en que no habíamos podido o querido hacer los problemas que nos ponían en la Escuela». A doña Teresa no le hace demasiada gracia esta generosidad de su hijo y suele comentar quejosa:

—Tú haces los problemas y ellos te los copian.

Isidoro, como siempre, sonríe. Pero eso es, simplemente, compañerismo bueno.

Por supuesto, aprueba holgadamente todas las asignaturas en la convocatoria de junio (1922), con particular brillantez por lo que se refiere a la Geometría descriptiva.

En el mes de septiembre, el Arzobispo de Zaragoza, Cardenal Soldevila, conferirá la tonsura clerical (tres meses más tarde lo ordenará de menores) a Josemaría Escrivá, cuya madurez aprecia profundamente, para nombrarlo inspector del Seminario de San Francisco de Paula. El antiguo condiscípulo de Isidoro reside en ese Seminario, ubicado en el caserón zaragozano de San Carlos. Durante el curso 1922-23 estudiará su cuarto año de Teología en la Universidad Pontificia de San Valero y San Braulio. El verano próximo comenzará también a preparar las primeras asignaturas de la carrera de Derecho, en la Universidad civil de la capital aragonesa, como alumno libre.