Unos meses en el centro de Núñez de Balboa

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

El centro de la calle de Núñez de Balboa 115 ocupaba la quinta planta de un edificio que hacía esquina con el Paseo de María de Molina, cercano a Diego de León. En octubre de 1943, el Padre me dijo que Pedro Casciaro, director de ese centro, debía regresar a Diego de León y que fuese yo a sustituirle. El 22 se realizó el intercambio. Por la tarde, el Padre vino a Núñez de Balboa, donde ya me encontraba, probablemente para darme ánimos con su presencia en mi nuevo cometido.

En aquella casa residíamos entonces un grupo de universitarios, casi todos con tareas profesionales de enseñanza e investigación, que preparábamos oposiciones a corto o largo plazo. Por allí andaban, entre otros, Ángel López Amo, dedicado a la Historia del Derecho; Laureano López Rodó, que cultivaba el Derecho Administrativo; y Federico Suárez, que investigaba en Historia Contemporánea. Yo preparaba la cátedra de Fisiología. Me veía rodeado de muy brillantes cabezas, que, unos antes y otros más tarde, accedieron a cátedras universitarias y se convirtieron en figuras prestigiosas de la Universidad y de la sociedad.

Mi llegada coincidió con dificultades y problemas planteados por las empleadas del hogar que se ocupaban de las tareas domésticas, hasta el punto de que llegaron a abandonar la casa. Además, las mujeres de la Obra que se encargaban de dirigir esos menesteres tenían una fuerte sobrecarga de trabajo. En esa situación, un día de primeros de noviembre me llamó el Padre y nos encontramos en la calle de Jorge Manrique. Le acompañaba Álvaro y fuimos los tres caminando hacia Diego de León. Durante aquel paseo, el Padre, con gran paz y serenidad y de forma clara, me explicó con más detalle y con ejemplos gráficos algunos aspectos de las relaciones entre un centro y las personas que atienden a su administración doméstica, materia en la que mi experiencia era escasa. Se me grabó muy bien la idea de que debíamos extremar con ellas la delicadeza y la consideración, como lo haríamos si se tratara de la Santísima Virgen o de nuestra madre y hermanas, y facilitar su trabajo cuanto pudiéramos. En las circunstancias del caso, esto significaba ocuparnos esos días de las tareas de limpieza de la vajilla y de la casa, lo que nos apresuramos a poner en práctica.

Durante el tiempo en que permanecí en ese centro, el Padre nos visitó en varias ocasiones, a veces para celebrar misa. Uno de los días que desayunó en casa, Laureano López Rodó se excusó de no poder quedarse más rato porque tenía que ir a un ejercicio de sus oposiciones a cátedra -que en aquella ocasión no ganó-. El Padre le dijo que no le preocupara marcharse, porque al cumplir con esa obligación profesional hacía algo agradable a Dios.

Acudíamos a Diego de León para tener los retiros mensuales, que predicaba el Padre. Recuerdo que con motivo del primero de ellos, al que llegó tarde alguno, me hizo ver la importancia de que todos fuésemos muy puntuales, que viviéramos en eso el amor de Dios y el respeto a los demás, evitando distraerles al llegar tarde.

Mi estancia en Núñez de Balboa fue breve, porque el piso no reunía condiciones apropiadas y el Padre vio conveniente que se cerrara el centro después de las vacaciones navideñas. Unos fueron a la residencia de la Moncloa y otros al reciente centro de la calle de Españoleto. Yo volví a Diego de León para ayudar a José María Hernández Garnica en la dirección, ya que él estaba cada vez más atareado ante la proximidad de su ordenación sacerdotal.

Un aspecto delicado del abandono de esos pisos era cómo decírselo al portero de la casa. Era éste un respetable guardia civil retirado, José Yerga, a quien todos los vecinos llamábamos don José. De hábitos distinguidos y de trato cortés, cumplía muy bien su trabajo y acostumbraba a comunicar por escrito, como en su anterior profesión, las incidencias que surgían. Sentía por nosotros, que ocupábamos la quinta planta del edificio, un particular afecto, y se refería genéricamente a quienes allí vivíamos como "los del pisito", o "los del quintito". Al aproximarse la Navidad de aquel año 1943, nos había dirigido un mensaje de felicitación que manifestaba muy bien la consideración con que nos distinguía: "A los señoritos del 5º piso. Les desea este humilde portero, felices Pascuas y buena entrada de año. Del progreso de todos Vds. no tengo que decir nada más que son todo modelo de ciudadanía y ejemplo en la alta sociedad. Recorrí toda la Península e islas adyacentes y jamás encontré ni vi modelo tan igual. Dios sabrá recompensar la bondad de todos. Sin más molestias se reitera de los modelos ejercicio de las letras, su affmo. J. Yerga". Ese extremado aprecio hacía más dificil informarle del abandono de la casa, pero no nos pareció oportuno despedirnos por su método de darle "parte por escrito". Ya el 7 de enero, uno se lo explicó. Don José, desolado, exclamó muy espontáneo: "¡Con lo que quería yo de todo mi corazón a todo el pisito!"