Unos meses de trabajo en Barcelona: el viaje del Padre en abril de 1943

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

A primeros de marzo de 1943 me presenté en Madrid al órgano militar que daba destino a los soldados que, por estar en el extranjero, no nos habíamos incorporado con la movilización de unos meses antes. Al saber a qué me había dedicado en Suiza, pensaron que podría ser útil en el Parque Central de Farmacia Militar de Madrid. Como me interesaba pasar una temporada en el Laboratorio de Fisiología que dirigía Juan Jiménez Vargas en la Facultad de Medicina de Barcelona, para realizar allí nuevos trabajos científicos en la línea iniciada en Suiza, lo planteé a las autoridades militares y autorizaron el retraso de mi incorporación efectiva hasta junio. Así que, después de estar unos días en Huesca con mi familia a mediados de marzo y de pasar la fiesta de san José en Madrid, el día 23 por la noche salí en tren hacia Barcelona, donde permanecí hasta bien entrado junio.

En la Ciudad Condal yo estaba adscrito al Palau, aunque por las condiciones del piso dormía en una casa próxima y comía en una pensión cercana. Pasaba todo mi tiempo útil en la Facultad de Medicina, mañana y tarde. Por entonces, residían ya en Barcelona como catedráticos de la Universidad Francisco Botella, matemático, que vivía con una o dos hermanas suyas, y había salido días antes para Roma para hacer estudios de su especialidad; y Juan Jiménez Vargas, médico, que se alojaba en un pequeño hotel por la zona de Tres Torres. En el Palau se disponía de un par de camas turcas por si hacían falta para algún viajero, como había sido mi caso al regresar de Suiza. En aquel pequeño piso no se podía cocinar y sólo alguna vez nos preparábamos el desayuno. El director del Palau, Rafael Termes, y los demás del centro eran estudiantes, salvo Alfonso Balcells, que trabajaba como médico en el Hospital Clínico y había solicitado la admisión en la Obra en enero de ese año, después de una larga estancia de estudios en Alemania.

A final de marzo, Álvaro pasó unos días con nosotros. Nos trajo noticias de la labor en Madrid y de su paso por Valencia, de donde venía. Dijo que el Padre quería tener pronto al Señor reservado en el oratorio del Palau y nos anunció una próxima visita del Padre. También nos urgió a encontrar un lugar para montar una residencia de estudiantes en Barcelona. Además de charlar con algunos de la Obra y con estudiantes que acudían al centro, hizo diversas gestiones y visitas a eclesiásticos, entre ellos a don Sebastián Cirac y al Padre Torrent. También vio posibles lugares para la futura residencia, seleccionados en los recorridos exploratorios que se solían hacer los domingos con ese fin. El 2 de abril Álvaro, acompañado por Rafael Termes, visitó a don Gregorio Modrego Casaus, obispo de la diócesis, y se volvió a Madrid al día siguiente.

Se confirmó el anunciado viaje del Padre y que le gustaría celebrar la misa en el Palau. El sábado 10 ultimamos la preparación del altar provisional y conseguimos todo lo necesario para la misa. El domingo por la mañana, mientras estábamos haciendo la oración, oímos los pitidos del tren en el que llegaba el Padre con Ricardo -la vía del ferrocarril discurría por la zanja de la calle de Aragón entonces no cubierta, a muy pocos metros de donde estábamos-. Les recibió Rafael en la estación de esa calle y, después de acomodarse en un hotel, vinieron al Palau. El Padre nos bendijo y dio un cariñoso tirón de orejas de felicitación a los más recientes; uno muy especial fue para Alfonso Balcells, por cuya intención dijo que iba a celebrar la misa. Algunos oíamos por primera vez misa en el Palau, y otros no habían asistido antes a una misa celebrada por el Padre. No es fácil describir la emoción que nos invadía a todos ante aquel acontecimiento tan significativo, máxime por las contradicciones que el Padre y sus hijos de Barcelona habían tenido que sufrir -y seguían sufriendo- en aquella ciudad.

Era el Domingo de Pasión. El Padre nos dijo entre otras cosas que pidiéramos al Señor para nosotros y para todos "fidelidad, fidelidad y fidelidad" y que encomendáramos que pronto pudiera haber en Barcelona dos sagrarios, uno en el Palau y otro en la residencia de estudiantes que se buscaba, con lo que se ampliaría mucho la labor apostólica. Nos instó a rezar para que el Señor enviara muchas vocaciones al Opus Dei. Sus palabras anunciaban un nuevo y potente despegue de toda la labor apostólica en Barcelona. El tema de la residencia estaba candente, como algo que habría que resolver pronto. El propio Padre nos había traído -esas fueron sus palabras- "la primera piedra": una imagen de Nuestra Señora que se veneraría en el Palau hasta que se llevase a su destino.

Al terminar la acción de gracias de la misa, pasamos a la sala de estudio para desayunar con el Padre. Nos contó muchas cosas y nos abrió amplios horizontes apostólicos en Cataluña, España y el mundo. Después de rezar el Angelus, salió con Rafael, Ricardo y algún otro para ver posibles lugares para la residencia. Pasó luego la tarde en el Palau, en tertulia con todos o en conversaciones personales. Tuvimos merienda de fiesta, y al final Juan Bautista Torelló, que estudiaba entonces Medicina, nos dio un excelente recital poético y una admirable exhibición de juegos de manos, especialidades en las que tenía -y supongo que sigue teniendo- gran dominio: fue todo un éxito.

El 12, lunes, el Padre visitó a don Gregorio Modrego, y regresó con la importante noticia de que el obispo le había dado permiso para tener los dos Sagrarios previstos, uno en el Palau y el otro en la residencia. Era una fecha memorable para la historia del Opus Dei en Barcelona. Después de todo lo que allí había sucedido, eran auténticos regalos del Señor y de la Virgen. Por la tarde, algunos que habían ido a ver posibles sagrarios volvieron asustados de lo elevado de sus precios en relación con nuestras posibilidades. El Padre comentó que habría que comprar por el momento un sagrario sencillo para el Palau y que para la residencia enviaría otro de mejor calidad desde Madrid. Avanzada la tarde, fue a visitar al Rector del Seminario Diocesano.

Volvió a celebrar misa en el Palau el día siguiente. En la segunda parte de la mañana, el Padre salió con Ricardo y otros en un coche prestado, para dar un paseo por el Parque de Monjuich. Después de comer en el hotel, regresaron a Madrid.

El Palau volvió a su vida ordinaria, con sus actividades de formación espiritual y de estudio. Alegraba conocer las caras de los que se iban incorporando a esos medios de formación. Nos había dejado el Padre dos encargos muy concretos: preparar con urgencia la instalación del oratorio, incluido el sagrario; y seguir con las gestiones para la residencia de estudiantes. Desde entonces, después de hablarlo con Rafael, me hice yo residente fijo del Palau y pasé a dormir allí durante los casi dos meses más que continué en Barcelona.