El ambiente de la Residencia

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Desde el principio, me sentí muy a gusto en los ratos que pasaba en aquella residencia, aunque sólo acudía para asistir a los círculos. Con quienes más relación tuve aquellos meses fue con Paco Botella, Pedro Casciaro -que como Paco preparaba el doctorado en Matemáticas- y Vicente Rodríguez Casado, un licenciado en Historia que también hacía su tesis doctoral. Además, estaban allí Juan Jiménez Vargas, que era médico y director de la residencia, y Álvaro del Portillo, estudiante de Ingeniería de Caminos. Todos ellos habían conocido y tratado al Padre antes de la guerra civil. Al llegar a Jenner solía ir casi siempre a la habitación de Ángel Galíndez, un residente de Bilbao que estudiaba también para Ingeniero Agrónomo. Iba más avanzado que yo en el ingreso y me echaba una mano en algún problema matemático más difícil.

El ambiente de la casa me resultaba muy agradable: muy acogedor y simpático por la decoración, y muy cordial, amistoso y sencillo en lo humano. Abundaba la alegre vivacidad, la simpatía y el sincero afecto e interés de unos por otros. Las conversaciones no se centraban en cuestiones triviales o en lugares comunes, sino que respondían con naturalidad al nivel cultural de universitarios de distintas carreras, sin asomo de pedantería. En general había preocupación por el estudio, por no perder el tiempo. En cuanto aparecía el Padre, se formaba enseguida un corro a su alrededor. Nos sentíamos atraídos por su alegría, buen humor, cariño y sentido sobrenatural. Daba gusto estar con él en aquel ambiente familiar y escucharle aunque sólo fuera unos minutos.

He de confesar que, aunque lo que el Padre enseñaba en las clases del curso de formación me resultaba convincente y atractivo, yo lo llevaba muy poco a la práctica. Sí que empecé a pasar a diario por alguna iglesia para hacer una visita breve al Santísimo. Conocí enseguida la existencia de Camino, un libro escrito por el Padre que acababa de publicarse en Valencia en septiembre de 1939, pero no me lo llegué a comprar. Y a pesar de que uno de los temas de las charlas de formación trataba de la conveniencia de tener dirección espiritual, no se me ocurrió acudir al Padre con ese fin.