Estudio y vacaciones

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

La educación que recibí de mis padres era bastante abierta, aunque incitaba a poner esfuerzo en el estudio y a procurar sacar buenas notas. Recuerdo lo apenado que volví a casa con la papeleta de Física y Química al terminar 2º curso de Bachillerato -tenía yo once años-, al pensar en un posible disgusto familiar porque en esa asignatura me habían dado sólo aprobado. Mis padres se apresuraron a consolarme, y a indignarse -injustamente- con el profesor. Por otra parte, aunque mi madre seguía de cerca la marcha de mis estudios, ni el Colegio de Santiago ni el Instituto enviaban informes periódicos a mis padres, que se fiaban bastante de mí, educando de ese modo mi libertad y mi responsabilidad. Lo mismo ocurría con el uso del dinero, aunque el margen disponible era escaso, ya que el ambiente de mi casa era de gran sobriedad, mirar mucho los gastos y no acceder a nuestros caprichos.

En verano nos quedábamos en Huesca. Mi primer deporte, además del fútbol durante el curso, fue ir en bicicleta a bañarme al río Isuela, o al Flumen que quedaba un poco más alejado, hasta que en los años treinta se construyeron unas instalaciones deportivas privadas en el Alcoraz: allí, con un abono barato, podía pasarme todas las mañanas en la piscina, después de haber leído en casa un buen rato alguna novela de Salgari o de Julio Verne. Por las tardes, más lectura, paseos con los amigos... En general iba más con los amigos de mi hermano, algo mayores que yo, que con los de mi edad. Llegué a nadar discretamente y hasta participé en unos campeonatos de natación en Zaragoza, en los que sufrí un estrepitoso fracaso, por haber abusado de una sabrosa paella en la pensión en la que vivía mi hermano, poco antes de la competición.Recuerdo como excepción dos veranos singulares. Uno hacia 1927, cuando hicimos toda la familia un viaje a Lourdes por Canfranc, seguido de una corta estancia con mi abuela materna y mis tíos en Sort (Lérida). El otro, uno o dos años más tarde, fuimos de nuevo a Lourdes, pero dando más vueltas: hicimos paradas rápidas en Pamplona y San Sebastián, para volver a entrar en España por el Valle de Arán, y pasar otros días en Sort. Fuimos también en 1929 a Barcelona para visitar la Exposición Universal. Estuvimos a punto de ver por primera vez cine sonoro -ponían la película "El desfile del amor"-, pero después de esperar bastante tiempo en una larga cola, un pariente que nos acompañaba, con fama de estricto, consideró que no era adecuada para nuestros ojos infantiles. No sin cierta irritación por parte de mi padre y del resto de la familia, tuvimos que desistir.

Pienso que yo era un chico más bien corriente, al que le gustaba el cine, explorar caminos entre huertas por las afueras de Huesca, comprar alguna vez cacahuetes, chufas y castañas asadas, leer novelas de aventuras, pasear por los porches y visitar las garitas en las ferias. Además de la natación, tenía cierta afición al ajedrez. Recuerdo haber participado con mi hermano en el asalto a una higuera de un huerto vecino, lo que dio lugar a la intervención de la policía municipal y a un mayúsculo disgusto familiar, que me apenó muchísimo.