Formación religiosa

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Mis padres eran buenos cristianos y eso se reflejaba en el ambiente del hogar. Mi madre me enseñó las oraciones de niño, que rezábamos muchas veces con mi hermano antes de acostarnos. Circulaban entonces por las casas unas capillas portátiles y recuerdo que practicábamos ante ellas algunas devociones, entre otras la de los siete domingos de san José. Mis padres iban a Misa todos los domingos, y a partir de cierta edad empecé yo a acompañarles. Debió de ser hacia los seis o siete años cuando comencé a ir con mi hermano al Oratorio Festivo de los Salesianos los domingos por la tarde, donde nos enseñaban el catecismo de la doctrina cristiana, jugábamos al fútbol, asistíamos a la bendición con el Santísimo y a alguna función de teatro o película muda.

Así llegó el momento de la Primera Comunión, que hicimos a la vez mi hermano y yo en la Basílica de la Virgen del Pilar de Zaragoza un día de primavera. Recuerdo que viajamos mis padres y los tres hermanos en un pequeño Citroen. Antes de la Misa, hice también mi primera confesión. El hecho de recibir por primera vez al Señor quedó muy grabado en mi alma. Desde entonces, animado por mi madre, procuraba confesar y comulgar en Huesca los domingos, casi siempre en la iglesia de san Vicente Mártir.

A principios de los años treinta llegó a Huesca un nuevo obispo, don Lino Rodrigo Ruesca, que bajo el impulso de Pío XI se propuso establecer la Acción Católica en sus diferentes ramas. Con el canónigo don Estanislao Tricas, Consiliario, nos reunió a algunos de edades parecidas a la mía para comenzar la Juventud de Acción Católica. Yo debía de estudiar tercero o cuarto curso de Bachillerato y fui bastante asiduo a los círculos de estudio de esa Juventud. Incluso llegué a intervenir en un acto público organizado por la Acción Católica en el salón de actos del Colegio de los Salesianos, probablemente en 1934. En mi casa, mis padres veían esto con complacencia, pero no me empujaban. Aunque eran buenos cristianos, en casa no se bendecía la mesa ni se rezaba el rosario en familia. Mucho menos se respiraba en aquel hogar ningún ambiente de sacristía ni de clericalismo. Tampoco tenían director espiritual.