17. Expansión apostólica

Semblante biográfico de Mons. Álvaro del Portillo escrito por Salvador Bernal

Al día siguiente del fallecimiento de don Álvaro, Ignacio Aréchaga evocaba en un artículo de prensa la España aislada y herida por la guerra civil: "nada invitaba a hacer proyectos universales. Pero en ese clima un joven alumno de Caminos empezaba a estudiar japonés". El Fundador del Opus Dei soñaba con extender a tantos países su mensaje sin fronteras. "Luego la vida llevaría a Álvaro del Portillo por derroteros que no le permitieron llegar a dominar el japonés. Pero el hecho de atreverse con este idioma le retrata de cuerpo entero", concluía el director de Aceprensa.

Junto a don Álvaro, se percibía el palpitar de su dilatado corazón, que bombeaba sangre oxigenada -su oración y vida sobrenatural, por la Comunión de los Santos- hacia todos los rincones del mundo. Bastaba una noticia de prensa para avivar su solicitud pastoral por lugares tal vez muy lejanos. A su vera, las propias perspectivas se abrían a las circunstancias, problemas o avatares de las más variadas tierras.

Cuando sucedió a Mons. Escrivá de Balaguer en 1975, el Opus Dei estaba desarrollado por los cinco continentes. Pero aún quedaba mucho por hacer. El Fundador había decidido comenzar en nuevos países, como Bolivia. Bajo el mandato de don Álvaro, empezaron a realizarse viajes periódicos desde Argentina a La Paz, y en julio de 1978 abrió sus puertas el primer Centro del Opus Dei en la capital más alta del mundo.

La siguiente nación americana fue Honduras. El Fundador y don Álvaro le tenían especial agradecimiento, porque bajo su bandera se ampararon en Madrid durante la guerra de España. Se hicieron viajes desde 1979, y a finales de 1980 se estableció Centro de la Obra en Tegucigalpa.

Don Álvaro estaba muy pendiente también de África, con el deseo de comenzar el trabajo apostólico en países francófonos. Hasta entonces había Centros en Kenia y Nigeria. A finales de 1979, Juan Masiá y Benito Badrinas viajaron al Zaire y a Costa de Marfil, por encargo de don Álvaro, para completar el estudio necesario para empezar en esas naciones. Y, en la carta que escribió a los Centros del Opus Dei, con motivo de la Navidad, incluía la petición de muchas oraciones para poder iniciar una labor estable en 1980.

A partir de entonces, se hizo casi una tradición que don Álvaro comunicase, en esas letras navideñas, los proyectos inmediatos de expansión apostólica. Así, en diciembre de 1980: "Este año, tengo la alegría de anunciaros que muy pronto se comenzará la labor estable en Hong Kong; rezad mucho por esta nueva puerta que se abre en Oriente, y llenaos de un santo celo para que esta semilla del Cielo se abra camino ‑germine y dé abundante fruto- en toda la humanidad".

Un año después hablará de "todas aquellas queridas naciones asiáticas" y, en concreto, pedirá oraciones para que pronto se establezca el primer Centro en Kuala-Lumpur, la capital de Malasia. En algunos países del Extremo Oriente, hubo que superar dificultades de entidad, hasta conseguir que concedieran permiso de residencia a los sacerdotes: antes no era posible arrancar, pues el apostolado del Opus Dei, como estructura de la Iglesia, es una conjunción orgánica de sacerdotes y laicos. Pronto empezaron los viajes periódicos a Kuala-Lumpur, y a finales de octubre de 1982 comenzó sus actividades un Centro en Singapur.

En las inmediatas Navidades, el panorama apostólico se abriría a "las frías regiones del norte de Europa: los países escandinavos". Don Álvaro completó la prehistoria del Opus Dei en esas naciones, mediante el viaje que hizo del 20 al 27 de marzo de 1983: estuvo en Oslo, Helsinki, Estocolmo, Upsala y Copenhague. El día 25 se inauguró la nueva catedral de Estocolmo: don Álvaro participó en la solemne concelebración eucarística, presidida por el Cardenal Höffner como Legado del Papa, y en la que tomaron parte el Nuncio y otros quince obispos de diferentes países. En diciembre, escribió a los fieles de la Prelatura: "Seguid encomendando la labor en los países escandinavos, para que pronto podamos abrir ya un Centro en Estocolmo".

Meses antes, había acudido a México para postrarse en acción de gracias ante la Virgen de Guadalupe, como tendré ocasión de relatar con más detalle. Allí, habló con mucha fuerza de las obligaciones sociales de los católicos, e impulsó a fieles del Opus Dei a poner en marcha nuevas iniciativas de promoción humana y cultural, aunque ya era abundante su número: en la periferia de las grandes ciudades, o en núcleos de clara marginación como el Valle de Chalco. Casi al final de su estancia, proclamaba:

"-Hijos míos, por lo que he podido observar en estas correrías por varias partes del país, he notado una gran diferencia entre las clases sociales. A todos digo, recordando la enseñanza del Apóstol San Juan, que no es verdad que se ama a Dios si no se ama al prójimo, a quien vemos y tenemos cerca. Repíteselo, uno a uno, a tu modo; enséñales a prescindir no sólo de lo superfluo, sino de lo que consideran necesario; que sepan dar".

Pronto comenzó en Guadalajara la Escuela Profesional Jarales, y el Centro de Formación y Estudios Técnicos e Industriales (CEFETI) al norte de la Ciudad de México: iniciativas sociales que brindaban formación cristiana y abrían un porvenir humano a gentes de escasos recursos económicos.

Otro año más tarde, ya en marcha el trabajo en los países del Norte de Europa, don Álvaro volvería sus ojos hacia Oriente, con el deseo de comenzar cuanto antes en otros países. Y el 7 de julio de 1985, cuando cumplía el 50º aniversario de su vocación al Opus Dei, recibió un gran regalo: la noticia de que ese día quedaba reservado el Santísimo en el primer Sagrario de la Obra en Taiwan.

A comienzos de enero de 1986 llegó a Madrid don Francisco Vives. Traía la extensa carta sobre la nueva evangelización de Europa, que había terminado don Álvaro el 25 de diciembre anterior. Se hacía eco de una insistente y reiterada petición de Juan Pablo II. Y pensaba que era fiel su interpretación del pensamiento del Romano Pontífice, al ampliar las metas apostólicas a Estados Unidos y Canadá. Ofrecía en esas páginas un apasionante panorama evangelizador para los años inmediatos. Y fiaba los objetivos a un renovado empeño en la lucha por la santidad ‑con un recurso continuo a Santa María, Refugium nostrum et virtus-, que llenaría a todos de esperanza: possumus!

Éste fue el eje de sus conversaciones y tertulias durante buena parte de 1986, en que viajó ‑especialmente durante el verano- a Austria, Suecia, Holanda, Bélgica, Francia, Alemania, Suiza, Italia, España y Portugal (poco antes de terminar 1985 había estado en las Islas Británicas).

En noviembre, presidió en Molinoviejo, simultáneamente, dos Convivencias de formación para Directores y Directoras de las Delegaciones del Opus Dei en España. Llevó el peso de las meditaciones, clases y charlas, ayudado por don Javier Echevarría y don Joaquín Alonso. Durante esos días, dio un fortísimo impulso a los deseos de santidad y a la vibración apostólica de los fieles de la Prelatura en España, en el contexto de la nueva evangelización de Europa.

Impresionaba el celo pastoral de don Álvaro, que tenía entonces ya más de setenta años, y seguía pendiente del mundo entero. Así, en su carta de diciembre de 1986, rogaba oraciones para preparar los cimientos de la labor en Corea del Sur y en la República Dominicana.

Durante los años siguientes, en esas cartas familiares, animó a los fieles de la Prelatura a que le acompañasen en los viajes pastorales que hizo, primero, por tierras de Oriente; luego, por los países del Norte de América; al fin, por el continente africano.

Durante enero y febrero de 1987, recorrió Singapur, Australia, Filipinas, Hong Kong -desde donde se acercó a Macao y Cantón-, Taiwan, Corea del Sur y Japón. Siempre deseoso de la expansión del apostolado entre las multitudes de Oriente, en cada país acentuaba determinados aspectos de la doctrina católica o del espíritu del Opus Dei. En Australia, de origen y mentalidad occidentales, plenamente integrada en esa cultura a pesar de la distancia física, tomó el retornelo del Papa Juan Pablo II durante su visita a aquellas tierras: come back. Se imponía volver a las raíces cristianas, a una práctica comprometida de la fe. Y, respecto de la Prelatura, llegar a todos los puntos de ese Continente, así como a Nueva Zelanda y a otras islas próximas de Oceanía.

En Filipinas, junto a la responsabilidad como vanguardia de la Iglesia en Oriente, fue incesante la petición por la paz y la concordia: el país atravesaba un período de desórdenes públicos, que podían desembocar en una situación irreversible de violencia y de odio. A la vez, se le veía feliz al contemplar, en las reuniones que tuvo, a hombres y mujeres de todos los estratos de la sociedad. Quienes comenzaron la labor del Opus Dei, tuvieron muy presentes en su horizonte apostólico las diferencias sociales, la pobreza material y la falta de cultura, que interpelaban constantemente a su conciencia cristiana. Agradecía las iniciativas en marcha, también las dirigidas a la promoción humana y cristiana de la gente del campo, pero había que hacer más, amando a Dios y movilizando a muchas personas. Don Álvaro insistió hasta el último día de su estancia en el archipiélago:

"-Es preciso que surjan nuevas labores sociales cuanto antes".Poco más tarde, comenzaba en Cebú otro centro de formación profesional para muchachos de escasos recursos: el Center for Industrial Technology and Enterprise (CITE).

En Hong Kong -como en sus rápidos desplazamientos a Macao y Cantón-, don Álvaro tuvo conciencia viva de estar a las puertas del inmenso continente chino: alababa su laboriosidad y su inteligencia; consideraba continuamente -en su oración, en su Misa, en su palabra- que "hay más de mil millones de personas, y que muy pocas conocen la existencia de Jesucristo"; y, como Dios quiere que los méritos de la Redención se apliquen en todas partes, concluía que al Señor "le urge China, y nosotros nos sentimos urgidos por este amor de Cristo a las almas de China".

En ese contexto, la estancia en Taiwan hizo muy presentes las diferencias idiomáticas y culturales de sus tradiciones: planteaban dificultades serias, pero de ningún modo insalvables, menos aún desde la radical perspectiva de la palabra universal de salvación que proclamó Jesucristo desde la Cruz. Me pareció hondamente significativo el regalo que llevó a los fieles de la Prelatura en Taipei: un relicario con un lignum Crucis. Allí pudo admirar de cerca tantas virtudes humanas, entre otras, la laboriosidad y la hospitalidad, que no hacían sino acrecentar las ansias de que se abrieran a la libertad religiosa las puertas del continente chino. El Evangelio iluminaría con nueva luz esas dignísimas realidades culturales. Porque la fe cristiana ‑recordaba don Álvaro- no destruye lo humano, sino que lo dignifica y eleva.

La historia del cristianismo en Corea ‑la fe prendió gracias a la acción apostólica de seglares, sin la inicial ayuda de sacerdotes-, se estaba repitiendo de algún modo respecto del Opus Dei. Don Álvaro acudía a un país en el que había un buen puñado de Cooperadores -habían conocido la Obra a través de su trabajo y sus contactos profesionales en otras regiones del mundo-, que esperaban con ilusión que se instalase el primer Centro de la Prelatura. Trató personalmente a estos amigos coreanos con la ayuda de intérpretes. Incluso, mantuvo una reunión general con varios centenares de personas en un local público: se dirigía a los asistentes en italiano, y traducía sus palabras una profesora de idiomas, con cierta experiencia en esta tarea. Don Álvaro dejó puestas bases firmes, para el futuro trabajo apostólico en Corea.

Cuando llegó a Osaka, lamentó no haber culminado su antiguo propósito de aprender japonés:

"-Ahora ya no me acuerdo de nada: sólo de algunos verbos, de contar hasta diez, y pocas palabras más. Ha pasado tanto tiempo... Lo estudié durante uno o dos años, pero como luego no lo practiqué, se me olvidó".

Durante su estancia en Japón, pudo admirar y agradecer a Dios una vez más la riqueza del espíritu del Opus Dei, capaz de vivificar cristianamente circunstancias humanas nobilísimas tan propias de esas tierras ‑el trabajo, la delicadeza en el trato, la lealtad, el amor a la familia‑, evitando a la vez las eventuales secuelas egoístas del ostensible bienestar material. Y hacía participar a todos de un sueño grande:

"-Que Japón se convierta a Cristo, que este pueblo llegue a ser creyente y fervoroso. ¡Qué gran bien para todo el mundo!"

A su regreso a Roma, tomó la pluma para escribir a los Centros del Opus Dei; arrancaba con palabras de agradecimiento a la Trinidad Beatísima y a Santa María por los bautismos, conversiones y vocaciones en aquellas tierras de Oriente, y por la unidad de los fieles de la Prelatura: "¡Qué alegría da comprobar que el espíritu de la Obra se encarna perfectamente en gentes de mentalidades y culturas tan diversas, respetando la idiosincrasia de cada uno, pero aunando a todos en el mismo afán de santidad, en idéntica vibración apostólica".

Apenas transcurridos once meses, inició una nueva correría apostólica, ahora por tierras de América: Puerto Rico, Estados Unidos y Canadá, con una breve escala en la ciudad de México para rezar a la Virgen de Guadalupe. Recorrió las numerosas ciudades en las que había Centros de la Prelatura, con una idea de fondo:

"-Los Estados Unidos son un gran país -afirmaba nada más llegar a Miami, en enero de 1988-, con un enorme potencial humano, y los ojos del mundo están puestos en vosotros, para el bien o para el mal; de ahí el sentido de responsabilidad que debe distinguiros".

Por eso, les animó tantas veces, durante ese invierno de 1988, a ser cristianos full-time: no part-time ni, menos aún, cristianos de week-end, que se limitan a oír Misa el sábado por la tarde o el domingo.

Al regreso de América, durante agosto y septiembre de 1988, volvió de nuevo a casi todas las naciones de Europa. Quería impulsar el objetivo que exponía sintéticamente en Bruselas el 31 de agosto:

"-Es evidente que en Europa hace falta una nueva evangelización. Este Continente, de donde ha salido la luz del Evangelio para iluminar a tantas naciones, se encuentra ahora a oscuras".

Lógicamente, don Álvaro pensaba también en España. En agosto de 1989, durante una visita a Covadonga, se dirigió a la Virgen en voz alta, después de rezar el rosario ante la Santina: puso en manos de Santa María la reevangelización de Europa y de este país nuestro, para que rejuveneciera su vitalidad religiosa, así como su honda esperanza de que continuara siendo un auténtico vivero de personas que viniesen al Opus Dei, y que facilitase, con gentes de otras tierras, extender la labor en el mundo.

Entretanto, seguía mirando con especial cariño hacia África. Durante el verano de 1988, rezó mucho por el comienzo ya inminente en Camerún. El 18 de agosto nos comunicó con verdadero júbilo la noticia que acababa de recibir desde Roma: el día 22, fiesta de Santa María Reina, llegarían los primeros a Yaoundé.

Y, a comienzos de abril de 1989, cumplió su gran ilusión de pasar unos días en África, el continente del porvenir para la Iglesia:

"-Me ha dado mucha alegría ‑resumiría a su regreso de Kenia‑ celebrar allí la Santa Misa; y estar con mucha gente buena, con tantas virtudes humanas, con tanta fe y deseo de Dios, de la que he aprendido tanto".

Volvía conmovido del cariño que le habían mostrado, y que excedía con creces la conocida hospitalidad africana. A la primera reunión general, en el Kenyatta Conference Centre de Nairobi, acudieron miembros de las diversas tribus para entregarle -en presencia de cuatro o cinco mil personas- los atributos de su nombramiento como Elder. Según ha narrado Esther Toranzo, en sus memorias de 25 años en Kenia, "la figura del Elder o senador corresponde a los cabezas de familia que tienen hijos ya crecidos y que han sabido dirigir sus casas con prudencia. Se encuentra como pieza fundamental en el gobierno de todas las tribus de Kenia, sean de origen bantú, cushita o nilótico".

Seguirían luego sus estancias en Camerún y Zaire. De regreso, el 15 de septiembre, contaba en Cavabianca:

"-Me emocionó oír que allá en Africa, en el continente negro, no hay ninguna persona atea. Todos creen en Dios; unos han recibido la fe en el Dios verdadero, otros lo buscan, y están deseosos de conocer la Verdad".

Estuvo en Costa de Marfil ya en octubre de 1989. Unos días después vino a Madrid don Javier Echevarría, y nos confiaba algunas impresiones de los viajes a diversas naciones de África en que acompañó al Prelado del Opus Dei. Le había conmovido el cariño y gratitud hacia don Álvaro de gentes de cultura tan distinta, que correspondían a su evidente afecto, profundamente emocionados al ver cómo se ponía a su altura en el trato humano, o en su predicación, para hacer más fácil de entender su catequesis: especialmente les atraía su empeño en pasar a un segundo plano, para resaltar que lo único que hacía era continuar lo que había comenzado con tanta eficacia el Fundador de la Obra. Y esto era perfectamente compatible con la fortaleza que reflejaba al referirse a costumbres ajenas o contrarias a las exigencias de la fe y de la moral cristianas.

En este tiempo, siguió impulsando el trabajo en nuevas regiones: en octubre de 1989, anunciaba el comienzo de una labor estable en Polonia. Y cara a la Navidad de ese año, su petición incidía en "esos nuevos campos de apostolado que se están abriendo en algunos países de la Europa oriental". Acababa de caer el muro de Berlín, y no mucho más atrás había sido solemnemente recuperada para el culto católico la Catedral de Vilna, que el sistema soviético destinó tantos años a museo.

Unido al celo apostólico del Papa Juan Pablo II, don Álvaro ponderaba dentro de su corazón las perspectivas tras el antiguo telón de acero. Pronto encomendó de modo especial a la Regióln de Austria el trabajo apostólico en Checoslovaquia y en Hungría. Y el 21 de septiembre de 1990, en vísperas de la reunificación alemana, escribió al Consiliario de la Obra en Alemania para subrayar ese nuevo horizonte, con "tantos millones de almas a las que, durante muchos años, han tratado de impedirles que se acercaran a Dios".

En enero de 1989 había comenzado también la labor estable en Nueva Zelanda. Recuerdo el enorme cariño de don Álvaro hacia Mark, entonces el único miembro del Opus Dei de ese país -un hombre relativamente joven, con ocho hijos-, que tuvo un gravísimo accidente de coche cuando acudía a resolver unas gestiones para la instalación del primer Centro de la Obra en Hamilton. Gracias a Dios, salvó la vida, después de muchos días en coma. Comentaba don Álvaro que el Señor había querido bendecir especialmente con su Cruz el arranque en Nueva Zelanda.

Por aquellos días de 1989, nos confió la posibilidad de comenzar el trabajo apostólico en Jerusalén. Se le veía con gran ilusión de empezar una labor cerca de los Santos Lugares. En septiembre, se trasladó allí don Alberto Steinworth, un sacerdote de la Prelatura nacido en Costa Rica, aunque de origen alemán, y con gran facilidad para los idiomas. Pronto le acompañarían otros, y en 1993 comenzaron propiamente dos Centros de la Obra, uno de varones y otro de mujeres.

Cuando don Álvaro pidió su admisión en el Opus Dei, la Iglesia festejaba entonces ese día a los Santos Cirilo y Metodio, a los que tuvo especial devoción. Le alegró mucho que Juan Pablo II les declarase Patronos de Europa, junto con San Benito. Les encomendaba la labor de la Obra en el Oriente cercano, incluida Rusia y los países tras el telón de acero:

"-Estoy soñando con poder ir allá", había comentado en 1983, durante una breve estancia en Zurich.

En ratos de tertulia con don Álvaro, surgía con frecuencia la Unión Soviética, con la esperanza de que se abriera a la libertad religiosa, dentro del apasionante proceso que sufría el régimen comunista, no exento de incertidumbres. En julio de 1991, nos habló de personas procedentes de Rusia, Bielorrusia y otros países del antiguo bloque soviético que habían comenzado a estudiar ciencias eclesiásticas en Navarra o en el Pontificio Ateneo de la Santa Cruz. Se le veía interesadísimo en comenzar cuanto antes en esas naciones, aunque preveía que la labor iba a ser dura, después de tantos años de régimen comunista.

En agosto de 1991, participó en la Jornada Mundial de la Juventud en Czestochowa. En la homilía de la Misa que celebró el día 14, para jóvenes de habla castellana, señalaba: "Estamos presenciando un tiempo de especial trascendencia, uno de esos momentos en los que se decide la suerte de las naciones, de millones y millones de almas. (...) Dios es el Señor de la historia, pero quiere contar con nuestra colaboración en el cumplimiento de sus designios salvíficos".

Acababa de regresar, cuando, el 18 de ese mes de agosto, llegaron las alarmantes noticias del golpe de Estado en la Unión Soviética. Realmente fue como un jarro de agua fría. En Polonia, don Álvaro había soñado con las perspectivas apostólicas que se abrían en tantos países de la Europa oriental. Incluso, había rezado en una iglesia de Varsovia ante la Virgen de la Ostrabrama, especialmente venerada por los lituanos.

Inmediatamente, nos animó a unirnos a las intenciones del Papa -ese día, en Budapest-, pensando en la paz y en lo mejor para la Iglesia y para las almas, con la esperanza puesta en que Dios sabe más, y sacará los grandes remedios tal vez de males aparentes. Nos aconsejaba que invocásemos a Sancta Maria, Stella Orientis, pidiendo por la situación internacional, así como para que no se interrumpieran para la Iglesia las posibilidades apostólicas ‑apenas abiertas‑ en esas naciones de Europa. Así hasta última hora del 21, cuando las informaciones parecían indicar que los golpistas habían fracasado. ¿Quién podía imaginar la escena que el mundo entero vio por televisión el 25 de diciembre de ese año: la bandera roja, con la hoz y el martillo, arriada en el Kremlin y sustituida por la antigua enseña de Rusia?

Muy al comienzo de 1992, don Álvaro viajó a Praga y Budapest, para estar con los fieles de la Prelatura que trabajaban en esas ciudades. El 17 de enero celebró en el oratorio del Centro del Opus Dei en Praga, y el 19 fue su primera Misa en suelo húngaro. Empezaba a cuajar la labor apostólica de la Prelatura en esos países europeos, "que están hambrientos de Dios después de tantos años de tiranía atea", escribía don Álvaro el 1 de febrero; y agregaba: "Es una aventura estupenda, la nuestra: contribuir a la recristianización de aquellos ambientes, a la vez que aprendemos de tantos hijos de la Iglesia que han sufrido un martirio de varios lustros".

Ya de regreso en Viena, estuvo con algunos que habían nacido y viajaban periódicamente a Croacia y Eslovenia. Junto con el aliento hacia la incipiente labor apostólica en ciudades como Zagreb o Split, les insistió en espíritu de magnanimidad y concordia.

En septiembre de 1992 se celebró en Roma un nuevo Congreso General ordinario del Opus Dei. Entre sus conclusiones, figuró la de consolidar la labor iniciada en diversos países del Centro y del Norte de Europa, y la de comenzar el trabajo apostólico en un buen número de naciones de Europa oriental, Asia y África. El día primero de 1993, don Álvaro escribiría: "Materialmente, sólo unos pocos ‑unas pocas- se trasladarán a esas nuevas tierras para acometer la labor del Opus Dei, pero les respaldaremos con la fuerza de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios, que harán posible la implantación fecunda de la Prelatura en esos lugares".

En agosto de 1993, escuché a don Álvaro detalles de la labor presente y futura en Lituania, en Rusia y en otros países de aquella zona: se refirió al viaje que le había llevado en abril hasta Tallinn, la capital de Estonia, así como datos de algunas cartas que había recibido durante el verano. Apenas un año más tarde, en septiembre de 1994, se abriría en Vilna un Centro del Opus Dei.

Y, al fin, la India. Llevaba pensando muchos años en ese continente, con tantos centenares de millones de personas. Recuerdo que, ya durante el verano de 1976, nos habló de la posible labor en la Universidad de Navarra con estudiantes de aquel país, pensando en modos de resolver los problemas que impedían comenzar una labor estable. Lo más difícil era el permiso de residencia para sacerdotes que no hubieran nacido allí. Al final del otoño de 1990, viajó a la India Roberto Dotta, miembro del Consejo general del Opus Dei, con otras personas de origen hindú: exploraron viejas y nuevas posibilidades, y establecieron contactos de interés. Durante el verano de 1991, don Álvaro aludió varias veces a ese viaje: soñaba con que se abrieran para el Opus Dei las puertas de ese continente enorme.

Ya en 1993, nos animó a rezar por el comienzo, inminente, del trabajo apostólico directo en la India. Don Álvaro se había decidido a empezar, pensando también ‑después de los oportunos asesoramientos- en que algunas dificultades podrían acabar de resolverse cuando se pusiera un pie en aquella gran nación. Y pidió oraciones a todos en las cartas que escribió a los Centros en septiembre y octubre, cuando partían hacia aquel inmenso país las primeras personas con destino a Delhi.

Siempre que pienso en el impulso que marcó don Álvaro en la expansión del Opus Dei por el mundo, me viene a la memoria un rato de tertulia en marzo de 1981. Esa tarde abrió un amplio panorama de necesidades apostólicas, a las que debería colaborar también la Región de España: personas necesarias en algunos países de América, para consolidar la labor; posibilidad de entrar en China -era inminente la apertura del primer Centro del Opus Dei en Hong-Kong-, necesidad de llegar a todos los países del Oriente, así como de comenzar en el Norte de Europa...

Ante ese horizonte, quedó muy claro que no ponía su esperanza en medios humanos, sino en la vida espiritual de cada uno ‑"ahí está todo", sintetizaba-, en el auténtico cariño fraterno, y en el espíritu de sacrificio, especialmente a la hora de las tareas formativas, tanto en cada fiel de la Prelatura como en los Directores. Porque la actividad casi exclusiva de la Obra era y es ésa: formar a la gente, para que cada uno trabaje apostólicamente con libertad y responsabilidad en el sitio que le corresponde en cualquier lugar del mundo.