Párroco del pueblo

“Huellas en la nieve”, biografía del Fundador del Opus Dei de Peter Berglar

En junio de 1923, josemaría terminó el cuarto curso de sus estudios teológicos, y doce meses después los cursos monográficos de doctorado correspondientes al quinto de carrera (26). Sin embargo, sus ocupaciones como Fundador del Opus Dei le impidieron realizar su doctorado en Teología hasta el año 1955, en la Universidad Lateranense de Roma. Don Miguel de los Santos Díaz Gómara, que había sido Obispo Auxiliar del Cardenal Soldevila y era Presidente del Seminario Sacerdotal de San Carlos, confirió a Josemaría el Subdiaconado el 14 de junio de 1924 y el Diaconado el 20 de diciembre de ese mismo año. Un testimonio asegura que «ayudando al preste en una Bendición solemne con el Santísimo Sacramento y dando la Santa Comunión a su madre..., fueron las primeras ocasiones en que el Siervo de Dios tocó con sus manos el Santísimo Sacramento» (27). Debió de ser un momento emocionante, pues tan sólo tres semanas antes, el 27 de noviembre, había fallecido en Logroño, de forma totalmente inesperada, don José, a causa de un paro cardiaco. El hijo, a quien se avisó telegráficamente, no alcanzó a ver con vida a su padre. Llevó el dolor de esta despedida con serenidad, a pesar del gran sufrimiento, y sin perder el ánimo, puesto que estaba convencido de que su padre ya estaba para siempre con Dios. «Tengo -decía medio siglo después a un grupo de padres en Buenos Aires- un recuerdo encantador de mi padre, que se hizo amigo mío. Y por eso yo aconsejo lo que he vivido: haceos amigos de vuestros hijos» (28). El Fundador del Opus Dei no se cansó de repetir que la serenidad interior, la fortaleza ante los reveses, la alegría cuando se está cerca de la Cruz y también el espíritu de pobreza, los había aprendido de sus padres y especialmente de don José.

Si partimos de la base de que Josemaría Escrivá de Balaguer tenía que cumplir una misión divina, nos damos cuenta de que todos los sucesos de su vida son piezas elegidas para construir el edificio del Opus Dei tal como lo quería Dios; todo lo que hacía referencia a su persona, ya fuera bueno o pareciera malo, contribuía directa o indirectamente a crear las condiciones ideales para el desarrollo y el crecimiento de la Obra. Aquella muerte repentina supuso, para su padre, el fin de una vida dura y el comienzo del merecido premio; y posibilitó, además, que doña Dolores «quedara libre» para ocuparse, del papel fundamental previsto para ella por Dios en la historia del Opus Dei. Desde entonces –tenía cuarenta y siete años- pudo ir asimilándolo paulatinamente: como su hijo, también ella tenía que irse preparando para su tarea, que consistiría en ayudar a perfilar uno de los rasgos específicos y más importantes en la fisonomía espiritual del Opus Dei: el espíritu de familia, de una familia que, en este caso, debería abarcar más de lo que suele indicar el uso normal de esta palabra. Para poder prestar este servicio de alcance histórico serían necesarios aquellos años en los que tendría un hogar junto a su hijo Josemaría, ya sacerdote, a su hija Carmen y al pequeño Santiago; un hogar del que, de alguna manera, participarían los primeros miembros del Opus Dei.A comienzos del año 1925, doña Dolores, con sus otros hijos, se trasladó a Zaragoza, a una modesta vivienda de una casa sencilla. El 28 de marzo, sábado de témporas, Josemaría Escrivá de Balaguer recibió la ordenación sacerdotal en la capilla del Seminario de San Carlos, también de manos de don Miguel de los Santos. En aquella época estaba vigente en la Iglesia universal el Misal Romano de San Pío V, que al decurso del Concilio Vaticano II y de las reformas posconciliares fue sustituido por el de Pablo VI. Partiendo de estos datos, sabemos qué textos litúrgicos se utilizaron en la ceremonia de ordenación sacerdotal, así como en la Primera Misa solemne que el joven sacerdote celebró dos días después en la capilla de la Virgen del Pilar. Se encontraban presentes sólo una docena de personas acompañando a su madre y sus hermanos; el joven sacerdote ofreció la Santa Misa por su padre, recientemente fallecido. El Evangelio de ese día, lunes de Pasión, tomado de San Juan (7, 32-39), contiene el siguiente pasaje: «El último día, el más solemne de la fiesta, estaba allí Jesús y clamó: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva».

Ésta es una invitación que sacude el alma y una promesa clara y firme. Quizá ningún otro cristiano del siglo XX haya seguido esta invitación a beber el agua de las fuentes de salvación con más sed, sed de amor, que este sacerdote aragonés. Vivió realmente su fe; creyó sin reservas y su fe fue premiada con impetuosos «ríos de agua viva», ríos que nacían de su seno; cincuenta años más tarde, al celebrar en Roma sus bodas de oro sacerdotales, podía dirigir su mirada a una familia espiritual con sesenta mil miembros en todo el mundo, entre ellos casi mil hombres que había conducido al sacerdocio.

Al día siguiente de su Primera Misa marchó al pueblecito de Perdiguera, que dista unos veinticinco kilómetros de Zaragoza, en sustitución del párroco, que estaba ausente. En, nuestros días casi no podemos imaginarnos la pobreza de un pueblecito rural como Perdiguera; las fotografías que se conservan recuerdan los míseros grupos de casas que suelen verse en algunos valles de la zona montañosa de los Balcanes.

Durante las siete semanas que Josemaría permaneció allí, vivió en casa de una familia campesina: padre, madre e hijo; los tres han fallecido ya. La familia le trató con mucho cariño y puso a su disposición «la mejor habitación de la casa». Algunas veces, en años posteriores, el Fundador del Opus Dei habló de ellos: sobre todo del chico, que durante el día cuidaba las cabras; le daba pena por su falta de formación. Por eso empezó a instruirle en el Catecismo, preparándole para la Primera Comunión. Al preguntarle en cierta ocasión qué le gustaría hacer si un día fuera rico, y después de haberle explicado el significado de la palabra «riqueza», que desconocía, el muchacho respondió: «Me comería ¡cada plato de sopas con vino!». Nunca olvidó Escrivá este resumen intemporal de esos deseos de felicidad temporal, material y sensible, que incluso muchos cristianos no consiguen superar: «Todas las ambiciones son eso -éstos fueron sus pensamientos-; no vale la pena nada». Y recuerda: «Me quedé muy serio, y pensé: Josemaría, está hablando el Espíritu Santo. Esto lo hizo la Sabiduría de Dios, para enseñarme que todo lo de la tierra era eso: bien poca cosa» (29). Las sopas de vino del pastorcito de cabras..., el sueño del «gordo» de la lotería, la loca fantasía de «dar la vuelta al mundo»..., ¿cuál es la diferencia?

Su breve estancia en Perdiguera tuvo gran importancia para Josemaría Escrivá de Balaguer: de cerca, muy de cerca, y en la práctica, se pudo dar cuenta de cuán dura y pobre era la vida de estos humildes labriegos, y también la del párroco rural entre ellos. Ya por aquel entonces debió de tomar cuerpo en su alma la convicción de que esta población rural necesitaba urgentemente una ayuda eficaz para mejorar su nivel profesional, es decir, agrario, y también para elevar las condiciones de vida de sus familias, así como su formación moral y religiosa. Era necesario igualmente mejorar la atención espiritual y formativa del clero diocesano, y especialmente de los curas rurales, que tantas veces se podrían sentir abandonados. Numerosas escuelas para la formación profesional, cultural y religiosa de las familias de agricultores en España y en América Latina, a menudo en las zonas más pobres y aisladas, deben su existencia al Fundador del Opus Dei. O dicho de forma más exacta: la espiritualidad del trabajo y el ambiente familiar que él vivió y enseñó a vivir ha cristalizado en diversas iniciativas de los miembros de la Obra en este sentido. Podemos suponer que los primeros impulsos para tales labores se dieron en aquellas semanas de la primavera de 1925, en las que el joven sacerdote, a sus veintitrés años, se dedicaba a su primera tarea pastoral en la «planta baja» de la sociedad española. En Madrid tendría ocasión de conocer el «sótano».