Orígenes

“Huellas en la nieve”, biografía del Fundador del Opus Dei de Peter Berglar

La pequeña ciudad de Barbastro, que en 1900 tenía unos siete mil habitantes, ha quedado hoy algo a trasmano, en un punto muerto entre dos capitales de provincia, Huesca y Lérida, y la capital de Aragón, Zaragoza. Pero parece que se está anunciando un cambio gracias al Santuario mariano de Torreciudad, situado a sólo vientinueve kilómetros de distancia: un lugar que, por la belleza del paisaje, la admirable expresión arquitectónica y la riqueza de su vida espiritual, se está convirtiendo en uno de los grandes santuarios marianos de España. Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, pocas semanas antes de su fallecimiento, consagró el altar mayor del nuevo Santuario, que se inauguraría el 7 de julio de 1975, precisamente con la celebración de la Misa funeral en sufragio de su alma. Hoy, la mayoría de los peregrinos que van a Torreciudad pasan por Barbastro.

En 1065, el rey Sancho Ramírez reconquistó Barbastro de los árabes, aunque se volvió a perder en 1076, para ser recobrada definitivamente por el rey Pedro I de Aragón, hijo de don Sancho Ramírez, en el año 1100. El 22 de agosto de 1137 se realizaría en Barbastro la unión de Aragón y Cataluña por medio del enlace nupcial de Berenguer IV de Barcelona con doña Petronila, hija de Ramiro II el Monje. A partir de esta fecha, la ciudad se fue convirtiendo en importante centro económico y administrativo para toda la región del Somontano oriental.

Barbastro fue sede episcopal ya en el siglo XII, inmediatamente después de su reconquista definitiva, pero sufriría alguna interrupción hasta su restablecimiento, por el Papa Pío V, en 1571. Actualmente es una diócesis sufragánea de Zaragoza. Tiene una importante catedral gótico-renacentista del siglo XVI, y la vida comercial de la ciudad gira alrededor de la Plaza del Mercado, una plaza de planta rectangular, rodeada de pórticos con pequeños comercios. Cuando la visité en junio de 1981 la estaban adornando parada procesión delCorpus con un altar, una alfombra roja y muchas flores. Los jóvenes y los viejos colaboraban. Mi impresión era que si se prescindía de los coches, de los anuncios y la moda de nuestra época, aquel lugar se mantenía igual que hace setenta u ochenta años.

Aquí, en el centro de la pequeña ciudad, nació Josemaría el 9 de enero de 1902. Muchas personas en todo el mundo conocen el nombre de Barbastro precisamente por este hecho. La casa natal, situada en la parte más estrecha de la plaza, ya no existe: se tiró en los años setenta (y Mons. Escrivá de Balaguer, por cierto, se alegró al saberlo: no quería que se iniciara un culto museal alrededor de su persona) y se sustituyó por un edificio nuevo que actualmente alberga un centro del Opus Dei. A pesar de todo, no es difícil imaginarse la casa y la tienda de José Escrivá, su padre, porque quedan en pie todavía muchos edificios de principios de siglo.Ningún intento biográfico, por modesto que sea, es factible si se dejan de lado los antepasados y la familia. También nosotros vamos a dedicarles algún espacio, a pesar de_ que a los alemanes los árboles genealógicos procedentes de España nos resulten algo complicados, porque los nombres españoles nos desconciertan: los hombres añaden al apellido paterno el de su madre, y las mujeres anteponen el suyo de solteras al del marido.

La familia Escrivá procedía originariamente de la pequeña localidad de Balaguer, situada a unos treinta kilómetros al noreste de la ciudad de Lérida. El bisabuelo de Josemaría, José Escrivá, nació allí, fue médico y contrajo matrimonio con Victoriana Zaydín, hija de un terrateniente del cercano lugar de Perarrúa. También nació allí José Escrivá Zaydín, que se casó, en 1854, con Constancia Corzán, procedente de Fonz, un pueblo próximo a Barbastro. Este José Escrivá sería el abuelo del Fundador del Opus Dei. Sabemos más bien poco de la familia Corzán: pertenecía a esa capa relativamente amplia en Aragón de los terratenientes de clase media. La abuela Constancia, a quien Josemaría llegó a conocer, fue una mujer piadosa, activa y abnegada; falleció en 1912. El matrimonio Escrivá-Corzán tuvo seis hijos: dos mujeres y cuatro varones; el primero murió siendo niño; el segundo, Teodoro, fue sacerdote y vivió en Fonz, donde falleció en 1933; el tercero, Jorge, estudiante de Medicina, falleció en el año 1885 a la edad de veinte años; el más joven, José, nacido en 1867, contrajo matrimonio, en 1898, con María Dolores Albás, de Barbastro, y fue el padre de Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás.

Los antepasados por parte materna son especialmente interesantes para la genealogía: llama la atención el gran número de hijos y la profusión de vocaciones religiosas. La base económica de esta familia eran las tierras que poseían; pero como casi nunca resultaban suficientes para mantener a todos los hijos, los más jóvenes emigraban a las ciudades y pueblos cercanos, donde ejercían un oficio. Algunos consiguieron «dar el salto» y establecerse en profesiones académicas. El orgullo de la familia eran los sacerdotes; y el elevado número de hijos suponía la mejor garantía de vocaciones sacerdotales. Dolores Albás tenía doce hermanos, entre ellos una hermana gemela. Estaba en la cola de una larga fila: eran veinte años menores que la hermana mayor; detrás de las gemelas tan sólo venía un hermano pequeño, Florencio. Los Albás se habían establecido en Barbastro tres generaciones antes: el bisabuelo de Josemaría por parte materna, Manuel Albás, había contraído matrimonio con Simona Navarro, que procedía de esta ciudad. Su hijo Pascual, o sea, el abuelo materno de Josemaría, tenía un comercio en Barbastro, vivía en una gran casa, era rico y estaba bien considerado (2)

.El hermano mayor de Pascual, Simón, era sacerdote; el que le seguía, Juan, tenía nueve hijos, entre otros Rosario, que fue monja, y Mariano, que habiendo enviudado recibió la vocación al sacerdocio. El Fundador del Opus Dei recibió en el bautismo, como cuarto nombre, el de Mariano, en recuerdo de este tíoabuelo suyo, que fue su padrino de bautizo, y usaría el nombre a menudo, como manifestación de su amor a la Virgen.

La mujer de Pascual, Florencia Blanc, cuyo hermano llegó a ser Obispo de Ávila, también procedía de Barbastro. Entre los trece hijos de este matrimonio también encontramos a dos monjas y a dos clérigos: Vicente y Carlos Albás; los dos alcanzaron una edad de más de ochenta años y fallecieron hacia mediados de nuestro siglo. Es decir, un total de nueve vocaciones religiosas sólo por parte materna, contando a Josemaría; son aún más si se tiene en cuenta la línea paterna. Llama la atención un especial parecido con aquel tío-abuelo por parte materna que llegó a ser obispo; un parecido también externo, amén de otras cualidades: una amplia y profunda formación, facultades como escritor y como orador, una mentalidad jurídica tan clara como creadora, unida armónicamente a la formación teológica, la experiencia pastoral y la piedad personal.

Casi todos los aspectos realmente importantes sobre los padres del Fundador (sobre José y Dolores Escrivá), todo lo que, en su vida y en la familia que fundaron, tuvo relevancia para el camino de su hijo, lo que influyó decisivamente sobre él y le preparó para su misión, lo sabemos por él mismo. No porque describiera, «a la manera autobiográfica» -como por ejemplo lo hiciera Goethe-, con un solo trazo, a sus padres y a su hogar, sino porque las muchas frases sueltas, repartidas a lo largo de toda su vida y, algunas, varias veces repetidas -pequeñas anécdotas, menciones como de pasada, expresiones de agradecimiento-, han ido perfilando una imagen no sólo de los padres, sino también de la vida familiar y de toda la infancia; una imagen parecida a un dibujo a tinta china, luego coloreado: con perfiles que limitan y que, a la vez, abren un panorama; con colores que acentúan y, a la vez, diluyen: imágenes de la infancia que se ofrecen como en un caleidoscopio; imágenes que revelan y, a la vez, silencian.

Lo que nos revelan sobre los comienzos del siglo XX no es fácilmente comprensible para un espectador de finales de siglo: ¿Cómo se le puede explicar a un alemán que ahora vive en una gran ciudad cómo era la vida en una pequeña ciudad aragonesa en 1902 o en 1912? El escritor danés Hans Christian Andersen escribió un cuento titulado «Los chanclos de la fortuna»; estos zapatos (o más bien zuecos) llevan a su dueño con la velocidad del pensamiento a cualquier lugar y a cualquier tiempo que quiera alcanzar. Si nos los pusiéramos y, con su fuerza mágica, nos trasladáramos al Barbastro de comienzos de siglo, en primer lugar se extrañarían nuestros oídos y nuestra nariz: falta el ruido de los motores, el rumor apagado del tráfico, el duro traqueteo de las motos; los aviones que sobrevuelan, como aullando, los tejados; y también faltan los teléfonos y las melodías de los aparatos de radio. No hay más ruidos que los que producen los animales, los hombres y los oficios: en la acústica no hay diferencias con respecto a la Edad Media. ¡Y los olores! Faltan los gases de escape, los olores típicos de la industria (goma, sopletes, aceite de maquinaria y humo de carbón), hay más sudor y tabaco y un perfume algo dulzón...

Seguramente, a nuestros ojos les costaría menos adaptarse: no encontraríamos vehículos, gasolineras, postes de telégrafos, cables de alta tensión y cabinas telefónicas; pero el corazón de Barbastro sería poco distinto del Barbastro de nuestros días. Y ¿qué decir de la moda? El traje de los señores, es curioso, no ha cambiado sustancialmente en los últimos cien años; se ven menos sombreros, pero los que se ven son del mismo tipo, y casi han desaparecido los bastones de paseo. En las señoras nos llamarían la atención las faldas largas, los apretados corpiños, los colores oscuros. En general, supongo que nos daríamos cuenta de que las diferencias sociales son mucho más marcadas hacia fuera, en el tono y en la forma de vestir, que en nuestros días. Y -esto es seguro- los niños nos causarían gran impresión: hacen travesuras, como los niños de todas las épocas, pero son más formales: obedecen a los padres, a los maestros, a los párrocos; saludan a los mayores, hablan cuando se les pregunta y comen, con ganas o sin ellas, lo que se les pone delante. Y lo que se solía poner sobre la mesa de una familia de clase media nos parecería realmente muy poco apetitoso...