Un verano diferente

Cuatro jóvenes relatan su labor como voluntarias en Barcelona y Budapest

Paloma Mirón y Henar Casero, en la Asociación Cultural Artes. Foto: MIGUEL ÁNGEL SANTOS

Las vacaciones de verano se presentan para muchos jóvenes como la ocasión perfecta para vivir una experiencia de voluntariado y abrir los ojos a realidades duras y muy diferentes a la vida que llevan durante el curso. Un ejemplo es el caso de Paloma Mirón y Henar Casero, dos universitarias de la UVA que han colaborado durante una semana con la asociación catalana Terral en un campamento urbano dirigido a niñas del Raval, en la ciudad de Barcelona.

Este barrio alberga una amalgama de culturas y es uno de los centros turísticos más importantes de la capital catalana, pero se trata también de uno de los más marginales, en el que la delincuencia y la prostitución forman parte de la vida de los vecinos. La agrupación vallisoletana Asociación Cultural Artes, compuesta por universitarias, colabora con Terral en su campamento urbano para niñas del Raval de entre 5 y 14 años. «Su objetivo es ayudar a los vecinos de ese barrio y, en particular, a la mujer y a la gente joven», explica Mirón.

Barrio de El Raval

El propósito principal de esta organización es inculcar a las menores la importancia del estudio y el trabajo para que no se vean condicionadas por su ambiente y tengan buenas oportunidades en la vida. En definitiva, como indica Casero, «evitar que las niñas caigan en lo que tienen en la puerta de casa».

Cambiar el mundo

Romper con los prejuicios es una consecuencia positiva de los voluntariados que atienden a realidades de exclusión social. «Íbamos con la idea de que El Raval es un barrio muy difícil, pero me impresiona ver que, teniendo esas situaciones tan duras, son niñas muy buenas, porque en el Terral se encuentran a gusto y se sienten queridas», cuenta Mirón.

Patricia y María, de la Asociación Juvenil Trechel. Foto: GONZALO S. M.

Estas voluntarias piensan que todo joven tiene ideas de cambiar el mundo, pero que la verdadera forma de conseguirlo es «persona a persona. Estas historias te llegan. Estoy segura de que a cualquier persona joven le presentas esta situación y no es capaz de mantenerse impasible ante ella», afirma Casero.

No es necesario ser adulto para comprender la importancia que tienen esta clase de acciones. Budapest será la siguiente parada de Patricia y María, dos vallisoletanas estudiantes de Bachillerato que van a colaborar por segunda vez en el campamento de voluntariado que la Asociación Juvenil Trechel organiza y cofinancia junto a Jóvenes en Acción. 45 adolescentes tendrán la oportunidad de asistir en la última quincena de julio a los más de doscientos enfermos de un hospital de la capital húngara, así como de mejorar el estado del centro en el que se encuentran. «Los hospitales en los que trabajamos allí están muy mal en comparación con los de España. A veces dormían en camas sin colchones, con una manta solamente», relatan las chicas basándose en la experiencia que vivieron el verano pasado.

«No solo merece la pena el esfuerzo, sino que al final te sientes agradecida»

En esta ocasión, las voluntarias ayudarán en el cuidado de niños con cáncer, aunque en años anteriores han prestado sus servicios a huérfanos y personas con discapacidad. Su juventud no les impide comprender la importancia que tiene dedicar quince días de su verano a esta actividad, sino que su corta experiencia en este campo les anima a enfrentarse un año más a una realidad tan dura: «El primer día en el hospital impresiona, pero después te diviertes mucho».

Experiencia

«Es impresionante el bien que se puede hacer»

La experiencia les permite participar en labores de jardinería y pintura, hacer turismo por la zona e, incluso, mejorar su inglés, aunque la motivación principal es el trato con enfermos: «Ya no es solo por ir a Hungría, sino que te sientes muy bien cuando estás con ellos», dicen.

El idioma no es un problema y permite a las voluntarias desarrollar nuevas formas de comunicación con los pacientes. «El año pasado estuvimos un día con ancianos y como no nos entendían y no podíamos hablar con ellos, les cantábamos y esto les alegraba un poco», recuerdan. Los gestos, las miradas y las caricias sustituyen a la comunicación verbal con los niños, que no es necesaria a la hora de los juegos.

Budapest

No existe una medida para calcular lo que les aporta la experiencia a nivel personal, pero estas jóvenes vallisoletanas tienen muy claro lo que han aprendido: «Estos niños valoran muchísimo todo, porque allí viven fatal. El voluntariado te ayuda muchísimo a apreciar lo que tienes aquí, que a veces no piensas que es tan importante».

Elena Lozano / El Norte de Castilla