Dos niños de 84 y 86 años

Julia es farmacéutica y vive en Valladolid. Ahora está dedicada a cuidar a sus padres, que son mayores y no se pueden valer del todo por sí mismos.

Me llamo Julia Villanueva, soy farmacéutica Creo que soy una persona muy corriente, que recibió buena formación cristiana, que de pequeña vivió una vida feliz, y que ha sido testigo de la entrega constante de sus padres para formar a sus hijos.

Fui a dos colegios de monjas, de lo cual estoy muy orgullosa, porque creo que aprendí mucho y además me lo pasé muy bien.

Cuando tenía pocos años mis padres pidieron la admisión en la Obra y entonces empecé a ir a las convivencias de verano, y después al único club juvenil -al único Centro para gente joven- que había en Valladolid.

Por aquel entonces me di cuenta perfectamente de que Dios me llamaba y me pedía una entrega total: me pedía que le entregase casarme, formar una familia e incluso que mis posibles hijos fueran numerarios. La numeraria tenía que ser yo. Y pedí la admisión en el Opus Dei. Llevo en la Obra un montón de años, el 72% de mi vida, de modo que prácticamente todo se lo debo al Opus Dei.

“Catapultar” al cielo

Pienso que en mi vida no hay nada extraordinario, pero cada vez estoy viendo más claro que justamente en estas cosas ordinarias es donde Dios espera de mí la santidad: Dios quiere que le demuestre mi amor, que me entregue de nuevo, en las circunstancias corrientes de mi vida, y así - y no de otro modo- llegaré a la santidad.

Al principio de mi vocación siempre estaba latente  la idea de una vida "brillante". Me atraían las vidas heroicas de alguno personajes históricos, científicos... o santos. Y quería que mi vida fuera así; pero luego me fui dando cuenta de que yo misma era bastante corriente, que no llegaría a tanto. Dios me quería así, y así me había elegido. 

También me di cuenta de que la excelencia atrae siempre -en mí ejerce un gran poder de atracción- y que ésta se puede alcanzar por medio del trabajo, del esfuerzo, de la tenacidad. Más aún, me atrae pensar que mi esfuerzo no se queda a ras de suelo, en esta tierra, sino que me puede "catapultar" al cielo, si todo lo transformo, desde dentro y desde el principio, en trabajo de Dios.

No me salió “a la primera”

A veces yo programo mi existencia, pero Dios introduce en ella factores que podría llamar desorientadores o desestabilizadores, queriendo que descubra cuál es el camino que me lleve más directamente a Él. Y me explico: soy farmacéutica, siempre quise serlo, quizá porque "lo mamé" en mi casa: mis padres y mis abuelos, los dos, han sido farmacéuticos; mi infancia y adolescencia está llena de recuerdos relacionados con el ejercicio de esta profesión. 

Pero no me salió "a la primera", porque no pasé las pruebas de acceso a la Universidad de Navarra. ¡Qué desconcierto!, ¿no? Por circunstancias particulares tuve que estudiar la Licenciatura en Químicas. 

Luego pude convalidar a Farmacia y ahora trabajo desde hace años en la que era la farmacia de mi padre. Pero antes pasé por cuidar niños, dar miles de clases particulares, trabajé de peón en el laboratorio de una fábrica de alimentación, como secretaria de una escuela de idiomas... Hice de todo. Se trataba de ir viendo el sendero por donde Dios me llevaba, viviendo el espíritu del Opus Dei: porque no hay santificación sin trabajo.

Decidir consciente y libremente

Ahora que estoy totalmente integrada en él, que trabajo sin parar, Dios me pide que deje mi cómoda vida, y me "enrede" cuidando a mis padres, que son mayores y no se pueden valer del todo por sí mismos. 

¿No es desconcertante? ¿No debería tener disponibilidad plena para la Obra y sus labores apostólicas? ¿No he recibido formación para ello? Sí, pero Dios va preparando las cosas para que nosotros decidamos consciente y libremente lo que debemos hacer.

Con la gracia de Dios y la ayuda que me han ofrecido en la Obra, yo he decidido dedicar mi tiempo libre a lo que ellos necesiten, y hasta que ellos lo necesiten. No pierdo por ello mi identidad: soy la misma, tan numeraria como cualquier otra, aunque prácticamente viva en el trabajo, y me dedique a mis padres. Dios me lo ha pedido a mí. Un primo mío a esto le llama "destino", yo veo en ello una providencia paternal de Dios, y me parece que gano mucho con esta apreciación.

No perder nunca el buen humor

He experimentado por esta circunstancia una especial maduración interior, una transformación de mis aspiraciones personales en una entrega real, y "a pie de calle", como dicen los periodistas; y sé que, si lo hago bien, con ello me ganaré el cielo, porque además de vivir las obras de misericordia que nos enseñó el Señor, vivo la justicia, soy más generosa, más recia, crezco en el amor -aprendo a amar- y agrado a Dios. ¿No es para estar muy contenta?

Siempre he sido una persona alegre, simpática. Ahora, que voy haciéndome mayor y a mi edad la gente se va volviendo más seria, yo me he encontrado con dos "niños" de 84 y 86 años, que me hacen ser mejor persona; estoy segura de que cara a Dios y cara a la Obra me estoy entrenando para servir mejor. Esto me llena de alegría, aunque corra mucho más que antes, y aunque tenga que luchar por no perder nunca el buen humor.