5. El trabajo de don Leopoldo como Pastor

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Mons. Leopoldo Eijo y Garay, Obispo de Madrid-Alcalá, siempre fue Prelado de puño firme en el gobierno de la diócesis. Aplicó con energía las instrucciones emanadas de la Santa Sede para contener la inmigración a la capital de España de los sacerdotes extradiocesanos. Y, frente a las intromisiones de las autoridades civiles en tiempo de la República, mantuvo una actitud inquebrantable, negándose a reconocer los nombramientos de puestos eclesiásticos por parte del gobierno.

Desde su llegada a Madrid, el joven sacerdote, que había de fundar el Opus Dei, se sintió tocado por la rigurosa disciplina de la diócesis. Como clérigo extradiocesano, la conducta de don Josemaría fue ejemplar. Sus consultas con el Vicario, don Francisco Morán, la puntual renovación de las licencias ministeriales y, ante todo, su ardiente celo apostólico, eran noticias que llegaron a conocimiento de don Leopoldo desde primera hora.

Luego, la estancia en Burgos en 1938 transformó rápidamente aquella mutua estima en amistad cordial. Don Leopoldo, hombre perspicaz y con largos años de gobierno, descubrió, como le había sucedido antes al cardenal Soldevila, la talla excepcional del joven aragonés: audaz y prudente, de incalculable empuje, de mucha finura de alma, obediente y sincero. (Cuando, en 1943, el Obispo de Madrid tenga que enviar a Roma el curriculum del Fundador del Opus Dei, describirá su persona —y traducimos del latín— en estas palabras: «Notas distintivas de su carácter son la energía y la capacidad de organización y gobierno; el pasar oculto y sin ruido; el mostrarse sumamente obediente a la Jerarquía eclesiástica; y señal especialísima de su labor sacerdotal es fomentar, de palabra y por escrito, en público y en privado, el amor a la Santa Madre Iglesia y al Romano Pontífice») |# 106|.

La compenetración de voluntades entre don Josemaría y su Prelado alcanzó ese punto de intimidad y confianza que, sin aminorar el sentimiento jerárquico que los distanciaba, ponía sus almas en un mismo plano de confidencia sobrenatural. El Fundador estaba habituado a no dar un paso en sus actividades apostólicas sin pedir permiso previo a la autoridad competente; y, en todo caso, haciendo más tarde lo que denominaba su rendición de cuentas |# 107|. Obraba con naturalidad, sin ocultar el afecto, y se echaba sin vacilar, sobrenaturalmente, en brazos de su Prelado. El Fundador, de manera particular en tiempo de infortunios, buscaba consuelo donde podía hallarlo: en el Pastor puesto por Dios para gobierno de su grey. Porque don Josemaría era, y se sentía, súbdito por varios motivos. Uno de ellos, por estar incardinado en la diócesis de Madrid.

Mi muy querido señor Obispo: ¡Jesús me lo guarde! —escribía en abril de 1941 desde Valencia—.

No me sufre el corazón estar tanto tiempo sin comunicarme con V.E. ¡Buena le ha caído al Señor Obispo con este hijo! |# 108|.

Tampoco sentía embarazo alguno para desnudar su espíritu y manifestar los más recónditos sentimientos. Más aún, se esforzaba por lograrlo:

Se me vienen tentaciones —confiesa por carta a don Leopoldo— de no enviar a mi Padre esta carta. La mandaré: es menester, sin dudar, que mi Sr. Obispo conozca —he dicho otra vez— hasta la respiración de este pobre hijo suyo |# 109|.

Últimamente, desde 1940, vivían ambos, con desasosiego, los infundios que esporádicamente se oían contra el Opus Dei. Hasta que el sacerdote, en agosto de ese año, acudió a su Obispo, pidiéndole auxilio. Lo pedía suavemente, recordando al Prelado su responsabilidad para con el Opus Dei, que Dios había querido que naciera en su diócesis:

Padre: le encomiendo mucho, y pido a Dios N. Señor que siga mirando V.E. la Obra que Él cargó sobre mis hombros, como cosa de Dios y cosa de usted |# 110|.

Los preparativos de los documentos para la aprobación de la Obra como Pía Unión fue un empeño que terminó embarcando a Prelado y súbdito en la misma nave. De suerte que juntos compartieron la defensa del Opus Dei, mirando celosamente por la honra de Dios.

La primera medida que tomó don Leopoldo fue procurarse información; a ser posible, de primera mano. Don Josemaría, con su generosa tendencia a comprender las razones del prójimo y no aceptar de entrada malas intenciones, se deshacía prestamente de las noticias y papeles que le llegaban, y rechazaba juicios sobre las intenciones. Don Leopoldo le exigió que guardase los papeles, y que le notificase cualquier hecho relacionado con los ataques a la Obra o a su persona. En la primavera de 1941 las cosas se habían vuelto tan agrias que no podían ir ya a la buena de Dios. De lo copioso de las informaciones y de lo reservado de su naturaleza —es decir, de su gravedad— son testimonio algunas cartas de don Josemaría a don Leopoldo. Por ejemplo, una del 14 de mayo:

Padre: Para tener a V. E. Rvma. al tanto de lo que va sucediendo, le envío esta cuartilla, la copia de una hoja que los PP. repartieron en Barcelona con cierta abundancia, entre eclesiásticos... Lahiguera creo que ha traído también otra igual.

Hay unos asuntos que no me parece conveniente tratar por carta, ni por teléfono. Yo sé de sobra cómo anda mi Señor Obispo de tiempo; a pesar de eso, me atrevo a solicitar que, cuando le parezca oportuno a V. E., me conceda un cuarto de hora. ¡Dios se lo pague!

De Valencia no han dicho nada, y tampoco ha venido el que fue ayer en avión. Supongo que no habrá novedad; si no, habrían llamado por teléfono. Comunicaré lo que sea, cuando tenga noticias |# 111|.

Y otra carta del 15 de mayo:

Mi Señor Obispo: Otra vez, molestando. Ya esto parece un parte diario. Pero conviene que siempre pueda decir V. E. Rvma. que de este pobre hijo suyo conoce "hasta la respiración".

Aún, nada de Valencia.

De Barcelona, le envío relación de la última plática del R. P. Vergés; y unos párrafos de una carta, que juzgo interesantes |# 112|.

Al cabo de pocos meses fue tal la acumulación de noticias, rumores y referencias que, con propiedad, puede decirse que tan abundoso follaje no dejaba ver el bosque. Lo cual es una de las razones que aconsejan aligerar el relato y reducirlo a sus líneas principales, si no queremos empantanarnos en el negocio. (El Fundador, a todo aquel enjambre de historias y referencias, lo denominaba, medio en broma, papeles de chismes) |# 113|.

Era el Prelado hombre de fuerte temperamento y, si abrazaba una causa, y la causa era justa, no cejaba. No permitió, por lo tanto, la más ligera habladuría contra el Opus Dei |# 114|, ni menosprecio por su Fundador, de quien hace esta breve y jugosa loa:

«El Sr. Escrivá es sacerdote ejemplar, escogido por Dios para empresas apostólicas, humilde, prudente, abnegado en el trabajo, docilísimo a su Prelado, de inteligencia sobresaliente, de muy sólida formación espiritual y doctrinal» |# 115|.

* * *

En vista de que la aprobación canónica no había servido para acallar la tempestad que corría por Cataluña, don Josemaría apeló a la autoridad del Ordinario. Mons. Díaz Gómara, recién llegado a la diócesis de Barcelona como Administrador Apostólico, trató de calmar ánimos, sin conseguirlo; incluso llegó a ir personalmente a la Universidad de Barcelona —como recuerda, años después, la que fue su perpetua— "a entrevistarse con el Rector y el Decano, sobre los disturbios que en los pasillos armaban contra el Opus Dei, los Luises" |# 116|. El 14 de septiembre Mons. Díaz Gómara escribía a Sebastián Cirac, que estaba en Madrid:

«Mucho siento siga la campaña contra O.D., y más aún que hayan osado lo que me cuentas contra Escrivá y Albareda. La verdad brillará y como me decía días pasados el Obispo de ésa [don Leopoldo] mucho espera el Señor de la Obra cuando tanto la prueba» |# 117|.

En don Leopoldo recayó la gravosa tarea de contestar cartas, recibir llamadas y visitas, esclarecer preguntas, consolar a los afligidos, amonestar a los murmuradores y reconfortar a los agraviados. Y todo ello era, por así decir, accesorio a las obligaciones principales de su gobierno, que se extendían a la reorganización de una diócesis paralizada durante tres años, con mil delicados problemas de personas y bienes eclesiásticos. Trabajo más que suficiente para consumir las energías del Obispo y de sus colaboradores. Porque, a esa tarea de reconstrucción diocesana, juntábanse otras muchas obligaciones nacidas de puestos honoríficos y representativos, sesiones de trabajo, reuniones y ceremonias. De manera que, compelido por la necesidad, don Leopoldo terminó creándose hábitos nocturnos de trabajo. A última hora de la jornada, cuando los demás estaban reposando, la emprendía con los montones de papeles que se acumulaban sobre su mesa. No era raro que a las altas horas de la madrugada estuviera todavía despachando asuntos pendientes |# 118|.

Otra cosa tenía también de común con el Fundador: una gran capacidad de trabajo, salvo que don Josemaría respetaba las horas del sueño, aunque les diese considerables recortes. Desde que había abandonado su honra en manos del Señor dormía maravillosamente. Si acaso le zumbaba cualquier preocupación que le impidiese el sueño, decía: Señor, déjame dormir, que mañana tengo que trabajar por Ti |# 119|.

Sobre don Josemaría gravitaban el Opus Dei con sus apostolados, una inagotable labor de dirección espiritual, y continuos viajes. Era también el tiempo en que llevaba a pulso un servicio generoso al clero de muchas diócesis, mediante las tandas de ejercicios, sin que supiese negarse a las peticiones de los Obispos. De la primavera del 1941 son estas líneas a don Leopoldo:

Voy viendo que debo evitar el trabajo fuera de mi vocación particular, porque el Opus es para agotar de sobra mis pobres actividades. Pero haré lo que V. E. Rvma. me indique |# 120|.

Don Leopoldo le dejaba hacer. No le dispensaba de trabajo tan extenuante. Por lo demás sabía que, aparte del provecho que hiciera a las almas, la presencia y el celo del Fundador eran el más elocuente argumento, entre quienes le conocían, para desechar los equivocados rumores que se oían sobre el Opus Dei.

Pues bien, una noche en que don Josemaría descansaba, dando por olvidadas las incomprensiones con que se encontraba a diario, oyó el teléfono, que estaba junto a la puerta de su habitación. Se levantó. Cogió el aparato y volvió a oír palabras de consuelo que ya conocía.

Era D. Leopoldo, con su voz cálida, pastosa: Simon, Simon, me dijo, ecce Satanas expetivit vos ut cribraret sicut triticum: ego autem rogavi pro te ut non deficiat fides tua, et tu aliquando conversus confirma... filios tuos!; he aquí que Satanás os cribará como al trigo: yo he rogado por ti, para que no te falte la fe, y tú... confirma a tus hijos. Colgó el teléfono.

Me volví a dormir —escribe el Fundador—, sonriendo, más sereno —si cabe— que nunca: alegre, porque el Señor nos zarandeaba como al trigo cuando se criba. Y porque había gentes —muchas, no sólo el Obispo— que rezaban por mí, para que pudiera confirmar en la fortaleza de su vocación a mis hijos.

Nunca me sentí desgraciado en toda esta época, y jamás en mi vida. He pasado de todo: aceptaba la Voluntad de Dios |# 121|.

Las difamaciones suscitadas a poco de ser aprobada la Obra por don Leopoldo, no comprendían solamente ataques contra don Josemaría. Conforme se empeñaba el Prelado en la defensa del Opus Dei más se revolvían contra él las críticas, como demostraban los hechos.

Envío copia de unas cartas —le escribía don Josemaría—, que ayer llegaron de Barcelona. No imagina, Padre mío, cómo siento que quieran salpicar a V. E. Rvma. con el barro que echan sobre el Opus Dei [...].

¿Me perdona, Padre, por todas estas molestias que, bien a pesar mío, le ocasionamos?

¡Sufro mucho! Y, a la vez, estoy muy contento y lleno de paz. No me cambio por el hombre más feliz de la tierra. ¡Amo la Santa Voluntad de Dios! |# 122|.

Las salpicaduras se convirtieron, por lo insidiosas y frecuentes, en paletadas de cieno. Corría la voz, de boca en boca o impresa en hojas anónimas, de que el Sr. Obispo de Madrid se había dejado engañar, que Roma desmentiría su actuación, que estaba protegiendo a herejes... Pero don Leopoldo no se acobardaba, y estaba decidido a pelear las peleas del Señor hasta imponer la verdad |# 123|.

En junio de 1941 el Gobierno español llegó a un Acuerdo con la Santa Sede —como va dicho— para el ejercicio de presentación de candidatos, a fin de cubrir las sedes episcopales. Además de las vacantes producidas por martirio durante la guerra, otras sedes, más recientemente, habían quedado vacías |# 124|. Entre ellas, por muerte del cardenal Gomá en 1940, el arzobispado de Toledo. Y tratándose del Primado de España, fue la primera sede a cubrir.

En una ocasión, salía el Fundador de charlar con don Leopoldo, cerca de las once de la noche, cuando se le ocurrió, al momento de despedirse, que el Obispo de Madrid iría, con toda seguridad, en la lista de candidatos y que, tal como estaban las cosas y las influencias, lo más probable es que rechazasen su nombre para el Primado.

— Señor obispo, le dijo: ¡déjeme en la calle, abandóneme! Por lo menos, haga como que me abandona, para recogerme después: porque, si no, se juega la mitra de Toledo.

Don Leopoldo se puso muy serio y le contestó:

— No le abandono, don José María, porque no me juego la mitra de Toledo: ¡me juego el alma!

(Pasó el tiempo —sigue contando el Fundador—, y me dio a entender que, efectivamente, fue excluido para el cargo de Primado de España) |# 125|.

Por encima de los nobles afectos humanos que vinculaban al Prelado con el Fundador, existía, por parte del sacerdote, un inextinguible agradecimiento sobrenatural. Al subir al altar, y en sus oraciones, tenía muy presente a don Leopoldo.

No dejo de encomendar a V. E. varias veces al día —le dice por carta—; y mañana, como otras veces, celebraré la Santa Misa por la persona e intenciones de mi Señor Obispo. Nunca sabré agradecer bastante, aunque le quiera como le quiero, todos los bienes que he recibido de las manos de V. E. |# 126|.

Asimismo, era un gran consuelo para don Josemaría el saberse reafirmado por la robusta lealtad de su Obispo. De ello se hace cargo Mons. Santos Moro cuando escribe al Fundador: «Ya he tenido el gusto de leer la carta magnífica del Sr. Obispo de Madrid al P. Abad de Montserrat, haciendo la apología del Opus Dei. Con tales defensores se suaviza bastante la aspereza de la persecución... Dios sea bendito» |# 127|.

Don Leopoldo fue, sin lugar a dudas, el instrumento providencial que el Señor puso a la vera del Fundador. Y, con él, el apoyo de la Jerarquía eclesiástica. Para don Leopoldo el servicio al Opus Dei era servicio directo a la Iglesia.

El cariño del Fundador y miembros del Opus Dei, así como el apoyo de sus oraciones y mortificación, se lo expresaba don Josemaría en un pequeño regalo que le hizo el día de san Leopoldo: una acuarela de la cabeza de un borriquillo. Animal suave, resistente, trabajador; dócil y humilde cabalgadura del Señor cuando entró triunfalmente en Jerusalén:

+ Padre —escribía el 26-XI-41—: el borriquito quiso llegar hasta V. E. en el día de San Leopoldo. Recíbalo mi Señor Obispo cariñosamente, en gracia a la buena voluntad con que va a ese Palacio Episcopal: será muy dócil..., y va cargado de todo el respetuoso cariño de estos hijos de S. E. Revma. |# 128|.

Esta candorosa faceta de sencillez y sinceridad (a menudo olvidada por quienes consideran punto menos que imposible hermanarla con una heroica y prudente reciedumbre) era parte esencial de la personalidad del Fundador. Por experiencia la conocía don Leopoldo, como lo muestra una anécdota de 1942. El 10 de marzo de ese año fue a visitarle un jefe de Falange, partido entonces en la cumbre del poder. Como resultado de la campaña promovida contra la Obra, venía a consultar al Prelado sobre la sociedad "secreta y masónica" fundada por don Josemaría. Y el Obispo, sorprendido, le decía:

«Creer que don Josemaría Escrivá es capaz de crear una cosa secreta es absurdo; es no conocerle. ¡Si es un hombre abierto, franco, como un niño! Don Josemaría —y por favor, que esto no llegue a sus oídos— es un hombre bueno, es un santo verdadero. ¡Y qué patriota es! Pero, sobre todo es un hombre santo. Estamos acostumbrados a venerar a los santos sólo en los altares y no nos acordamos que fueron hombres y anduvieron como nosotros por la tierra. Don Josemaría Escrivá, no le quepa a Vd. duda, es un santo al que veremos canonizado en los altares» |# 129|.

Para don Leopoldo era un honor, que agradecía, el saberse elegido como instrumento de apoyo del Fundador. Y cuando oraba solía dirigirse al Señor con estas palabras:

«Señor, aunque yo no valga gran cosa cuando llegue ante Ti, por lo menos podré decirte: en estas manos nació el Opus Dei, con estas manos bendije a Josemaría» |# 130|.

Ésas esperaba que fuesen sus "credenciales", la más valiosa y segura recomendación, como él decía, para cuando tuviera que presentarse al juicio de Dios.