7. La "Cabaña de San Rafael"

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Esa misma mañana se encontraron, después de oír misa, con Manolo y Tomás, que habían salido la víspera de Barcelona. Tonillo les aposentó en su casa, ahorrándoles así una noche con las ratas en el pajar de Peramola. Desayunaron después todos juntos en la masía de Vilaró un plato de patatas fritas, con morcilla del país, regado con un buen porrón de vino tinto. Dieron unos paseos por los alrededores y, por la tarde, el guía condujo a los fugitivos bosque adentro, como a una media hora más allá de la iglesia de Pallerols. Llegaron así a un lugar muy poblado de pinos, cerca de la cumbre de un monte. Había allí un chozo, hecho de troncos y con el suelo ligeramente excavado en la tierra. La techumbre era de ramaje de pino. La "barraca" —como llamaba Pere Sala a esa cabaña— estaba por debajo de una rasante, quedando oculta a la vista desde el valle. Desde arriba, en cambio, se dominaba un extenso panorama hasta el monte Aubens, al norte |# 172|.

El Padre bautizó al campamento: "Cabaña de San Rafael", en honor al Arcángel patrono de la Obra y de los caminantes. Por allí, estaba claro, había pasado antes una expedición y, entre ellos, un sacerdote, como parecía indicarlo un altar hecho de tablas y unos troncos de pino. Lo mejoraron añadiendo un palo vertical de donde colgar el crucifijo.

Al día siguiente, muy de mañana, dijo el Padre misa en ese rústico altar. Por vez primera al aire libre, en sitio grandioso y ameno. Luego, unos bajaron a la masía de Vilaró en busca del desayuno. Otros, a una fuente cercana para traer agua. Junto a la fuente se encontraron al párroco de Peramola, mosén Josep Lozano, que llevaba viviendo quince meses en el bosque, escondido con su hermano en una choza |# 173|.

En tono de broma y para distender los ánimos, el Padre había pregonado ese día asamblea general constituyente, abriéndose la sesión a media mañana, bajo su digna presidencia. Su objeto no era otro que el distribuir encargos y fijar un horario de trabajo y cumplimiento de las normas de piedad.

Por unanimidad se aprobó también el siguiente Reglamento:

Horario.—

Levantar 7

Oración7,1/4

Santa Misa7,3/4

Preces

Desayuno y primera parte del sto. Rosario.

Recogida de leña, paseo etc.

Angelus y 2ª parte12

Comida, Estación al Ssmo., Paseo.

Oración y lectura del diario17

Conferencia19

Cena y 3ª parte del sto. Rosario.

Examen, puntos, retiro22

D.O.G.

Pronto se dieron cuenta del significado de aquel horario, que era nervio de disciplina, defensa contra el ocio y el decaimiento, y medio de reforzar el optimismo |# 174|.

Al horario hay que sumar los encargos particulares de cada uno: limpieza, traída de agua, comida, diario... Pedro aprovechó unos ratos libres para describir con detalle sus aventuras del 19 y 20 de noviembre. Al abrigo del bosque, y después de una comida decente, las veinte horas de extenuante caminar nocturno adquirían un refinado lirismo: «La luna —escribe en el diario—, casi llena, hacía rato que había salido y proyectaba su luz plateada y fría sobre montes y valles, formando perspectivas de una serenidad sublime» (Después torna a la dura experiencia, porque inmediatamente aclara: «Aquí, con la pluma, es muy fácil subir y bajar montes, y atravesar valles; pero, en la realidad, estos conceptos tan literarios no suelen ser tan poéticos») |# 175|.

A esas horas ya sabían en Madrid que el viernes, 19, habían dejado Barcelona. «¡Qué satisfacción tan extraordinaria! Los peques del otro lado pueden recibir los cuidados del abuelo. ¡Cómo les echo de menos!», escribía Isidoro a los del Consulado. Y añadía: «¡Cuánto os echamos de menos! Hemos quedado solamente nueve en este lado y la mayoría separados. ¡Si los que estamos aquí pudiésemos vivir en familia!» |# 176|.

La vida en la cabaña de San Rafael, aunque dorada por el sol y oreada por la brisa de los pinares, estaba llena de incomodidades. Por la noche se hacía sentir intensamente el frío, y no podían encender hogueras. A pesar de limpiezas y barridas, no habían conseguido eliminar los piojos, herencia dejada en la cabaña por los anteriores inquilinos. En cuanto al aseo personal, para lavarse era preciso ir a una charca —de agua limpia— a mitad de camino entre Vilaró y la cabaña. Algunos, y el Padre a la cabeza, se bañaban en esas frígidas aguas. («Yo no me atreví —confiesa Pedro sin sonrojo—: aquella escena del baño me recordaba a los Mártires de Sebaste») |# 177|. Y, sin embargo, vivían felices. Muy felices.

Por primera vez en muchos meses podían cantar sin temor. En una de las tertulias estrenó voz el Padre. Entre otras cosas cantó un villancico, que recordaba habérselo oído a las monjas de Santa Isabel. Tenía una letra candorosa, y su tonada era extrañamente pegadiza |# 178|.

La comida dejaba mucho que desear. Aunque suficiente para ir tirando, resultaba escasa para gente joven y desnutrida, que tendría que habérselas próximamente con duras etapas de montaña. Solían ir a buscar la comida a la masía de Vilaró o a casa del Ampurdanés, otra masía vecina. El plato, ya se sabía, era butifarra o morcilla frita con abundancia de patatas. Al tercer día, viendo que no mejoraba la pitanza, el Padre cantó cuatro verdades al "Protector" sobre la mezquindad de los alimentos y lo caro que los cobraban. Se enfurruñó En Pere. Luego el Padre remató el discurso con dos palabras de afecto para desenfurruñarle. De resultas, a partir de entonces, mejoró visiblemente la calidad y cantidad de la comida |# 179|.

La naturaleza les protegía por todas partes. Vivían emboscados, en la más genuina acepción de la palabra. Allí estaban seguros, sin miedo a ser sorprendidos por soldados o milicianos. Entre la espesura del bosque, en confabulación con los payeses de las masadas, los refugiados del campamento se movían a sus anchas y no con los apretujones de los asilos diplomáticos. Por muchas que fueran las incomodidades, los emboscados se adaptaban sin mayor esfuerzo a ese género de vida. A juzgar por lo sucedido el martes, 23 de noviembre, en que se encontraron en la fuente con mosén Josep, el cura de Peramola, los del pueblo andaban por el monte como por su casa. Por el cura se enteró el hijo del sacristán de que ya estaba otra vez habitada la "barraca" con nuevos inquilinos. Algo celebraban ese día los emboscados del pueblo, porque a las tres de la tarde el muchacho se presentó en la cabaña de San Rafael, invitándoles a tomar café en una choza cercana. Y allá se marcharon todos, menos el Padre y Pedro. Acompañando al sacristán estaban el sastre y otros personajes de Peramola. Hubo cantos y alegría y, con el café, se repartieron un cigarrillo y una copita por cabeza |# 180|.

El Padre había pedido a En Pere que le presentara a otros sacerdotes emboscados, por si podía serles de utilidad. Pronto comenzó a recibir visitas. El jueves, día 25, resultó jornada movida, desde el amanecer. A las cinco de la mañana, en plena noche, apareció en la cabaña Pere Sala, el "Protector", con la historia de que al día siguiente salía una expedición con guías muy expertos, y que los honorarios que pedían eran de 2.000 pesetas por individuo. En billetes "buenos", naturalmente. El Padre, sin entrar en la cuestión del dinero, le dijo que ya estaban comprometidos con "Mateo el lechero", y que no pensaban cambiar de expedición.

Después, a poco de levantarse llegó a la cabaña mosén Joan, el regente de Pallerols, y estuvo unos momentos con el Padre, que dijo misa con las primeras luces. Luego, a media mañana, fue a visitarles el cura de Peramola, mosén Josep, con el que salieron todos a coger setas. En el bosque abundaban los boletos y los níscalos, y también especies no comestibles. Mosén Josep les enseñó a distinguir las comestibles de las venenosas. Tanta seta recogieron que no pudieron comerlas todas. Las freían al ajo en una sartén, mientras repasaban mentalmente, pero sin nostalgia, el menú de "L'Aliga Roja" de la calle Tallers —el restaurante que prefería el Padre—, en que la mitad de los platos venían guarnecidos de setas: Butifarra amb bolets, 7 pesetas; Filets rovellons, 7 pesetas; Fricandó amb bolets, 3 pesetas...

Pasado el mediodía subió el "Protector" con los alimentos, que trajo en una mula. Esta vez le acompañaba el arcipreste de Pons, que vivía escondido en la masía de Vilaró. Pasearon juntos un buen rato, el Padre y el arcipreste. Entre otras cosas, éste venía a informarles que la expedición, de que les hablara En Pere de madrugada, era un pretexto para sacar más dinero de lo que en un primer momento les habían dicho.

El viernes, antes de levantarse, tuvieron una agradable sorpresa. Se acercó a la cabaña un nuevo visitante, "Mateo el lechero", para anunciarles que la expedición partiría el próximo lunes. (Como Mateo era hombre honrado, fácilmente se adivinaba el lío que se traían entre sí los organizadores en cuanto a fechas y precio). También era extraño que en ese mismo día apareciese En Pere con una buena escudilla rebosante de butifarra y lomo frito. Pero ni el Padre ni Pedro comieron ese viernes en la cabaña sino que bajaron a la masía de Vilaró. Cumplía Pedro el encargo de tomar unos apuntes de la parroquia de Pallerols mientras el Padre, acompañado del arcipreste, examinaba el interior de la iglesia, donde no encontraron el más mínimo resto de las tallas y retablos destrozados por los revolucionarios |# 181|.

Al día siguiente, sábado, por la mañana, les pasaron aviso de que la partida se había adelantado y de que saldrían esa misma tarde. Después de comer hicieron la estación al Santísimo Sacramento, que el Padre llevaba en la pitillera de metal, en el bolsillo de la camisa, debajo del jersey. A medida que avanzaba la tarde fueron asomando, por aquí y por allá, algunos emboscados de los alrededores, que entrarían a formar parte del grupo expedicionario. Al final, se presentó Pallarés, uno de los intermediarios. Este les notificó que los guías exigían ahora, por persona, dos mil pesetas, en lugar de las mil doscientas que se habían convenido. Con esto se armó no pequeña confusión. No había suficiente dinero para todos. Por fortuna apareció "Mateo el lechero". Enterado de la situación por el Padre, Mateo se ofreció a interceder personalmente con los guías. Ya parecía todo arreglado cuando al Padre le traicionó el cariño por sus hijos. Pedro, que, por confidencias de los últimos días, estaba al tanto de qué pie cojeaba el Padre, nos lo cuenta. Como para resolver el conflicto —dice—, «se le ocurre una cosa muy suya y que, según él, facilitaría el apuro: él se va a Barcelona sin dinero; allí pide prestado y regresa a Madrid (Madrid, los nuestros que allí están, y especialmente Álvaro, es su obsesión), esta idea, como es natural, hace coger un berrinche fenomenal a Juan, que hasta suelta tacos mayúsculos y le dice por lo bajo al Padre cosas terribles. Por fin el Padre accede y consiente en ponerse en marcha» |# 182|.