Imágenes que invitan a rezar

Alba Blotta, con sus 84 años, nos cuenta cómo junto a un trabajo intelectual y académico intenso durante años, fue desarrollando una nueva profesión a la que se dedica ahora a tiempo completo: el arte imaginero.

Alba en su taller, rodeada de sus imágenes: la Virgen, la Sagrada Familia, San Josemaría...

“¿Usted es Alba Blotta?”, le preguntó un joven deteniéndose frente a su oficina del rectorado de la Universidad Austral en donde ella, educadora de profesión, trabajaba como directora del Departamento de Evaluación Institucional. Y añadió que recordaba con muchísimo cariño una representación de la Anunciación que, como retablo, estaba en una capilla de Santo Tomé (provincia de Corrientes). “¡Cuánto me ayudó a rezar!!”, le confesó. “Me emocioné profundamente”, cuenta Alba con sencillez, “porque lo que más deseo es que mis imágenes inviten a rezar”.

Actualmente hay imágenes suyas en los cinco continentes, en aquellos lugares a los que, desde Buenos Aires, mujeres de la Obra han ido a continuar o empezar la labor. Por ejemplo, los retablos de la Sagrada Familia en Nueva York y en Montevideo, el de Nuestra Señora del Libro en Corea y, desde el pasado mes de julio, medallones de Santa María con el Niño Jesús ¡en Kazajstán, la India y Camerún!

Alba en su taller, rodeada de sus imágenes: la Virgen, la Sagrada Familia, San Josemaría...

(...) Revela que su gran debilidad a la hora de modelar es la Virgen María. Fue el motivo de su opera prima y, desde aquella vez, no dejó de representarla. Sentada, de pie, con el Niño en sus brazos, llevando un cántaro, bordando, con libros… y, hasta con una pava cebando mate: María plasmada en mil motivos. Pero en todos ellos hay un hilo conductor, como un leit motiv que se repite a lo largo de toda su obra: la sonrisa. “Porque pienso en Ella y no me la imagino de otra forma que no sea sonriendo. Hasta cuando acompaña a su Hijo en la Vía dolorosa y en la Cruz, la veo, sí, con los ojos llorosos pero también veo su serenidad y sus labios dulcemente sonrientes. Dulzura sonriente: así la invoco cuando le pido ayuda en el modelado de su propia cara”.

¿Cómo despertó su pasión por la escultura?

De un modo singular. El 14 de febrero de 1980, con motivo de los 50 años del inicio del apostolado con mujeres en la Obra , el vicario regaló para el oratorio del centro donde vivía una talla antigua de la Santísima Virgen que alguien había donado: me impactó su sonrisa y desde ese momento –no me preguntes porqué– quise modelarla: éste fue el inicio de lo que llamás “mi pasión por la escultura” a la cual dediqué un tiempo mínimo, pero constante, durante años. En cambio, desde hace dos años y medio estoy full time .

¡Cuántos recuerdos! Como el día en que acompañé a su taller a unas estudiantes de Bellas Artes y me enseñaron una técnica básica para modelar con arcilla: primero un cilindro, después una espiral… Cuestión que en menos de una hora “apareció” la cara de un querubín. Ellas se impresionaron y ¡yo también! Nunca había hecho nada por el estilo. Mi padre era escultor, un verdadero artista muy reconocido en la ciudad de Rosario; pero había muerto en 1976, o sea que nunca supo que, con el tiempo, ¡a los casi 55 años! seguiría sus pasos… No aprendí a modelar con él, pero me encantaba observar su trabajo creativo mientras estudiaba a su lado en el taller. Él también fue autodidacta: creo que heredé sus genes.

Mi opera prima , como me gusta llamarla, es de tamaño natural. Le han construido una ermita, en General Rodríguez, en un Instituto de formación agraria. Con ilusión e insistencia conseguí 10 kilos de barro cerámico, los puse en una palangana roja y empecé a modelar en los ratos de tertulia, de conversación después de las comidas. Y ¡oh sorpresa! Sorpresa divertida para mí y mis “observadoras”: ¡del barro informe comenzó a salir una cabeza humana! Con 300 kilos más y la dedicación de todos mis tiempos libres, hice a Nuestra Señora Reina del Hogar, la primera advocación que inventé.

Voluntarias trabajando en el taller de Alba en la preparación de una serie de pesebres con figuras vestidas

(...) Coincidió que por esos años yo estaba muy cansada. Con un equipo de colegas habíamos conseguido un subsidio para una investigación –que se agregaba a los otros trabajos de tipo intelectual–  y el ritmo intenso de ese período me había agotado. Descubrí en la escultura una manera de recuperarme, de descansar cambiando de actividad.

Digo escultura porque eso son mis imágenes pero no me gusta que me digan escultora; yo me llamo imaginera ; sólo deseo hacer imágenes de la Sagrada Familia. También hice la de San Josemaría , porque lo considero incorporado a la Familia de Nazareth ya que nos aseguraba,  ilusionado, que “a esa Familia pertenecemos”. A fuerza de pedidos fui agregando en mi taller a santo Tomás Moro, al indio san Juan Diego, a san Francisco de Asís, a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, a ángeles músicos y a una infinidad de querubines. También me han solicitado imágenes de próceres y hasta de una pareja de tango, pero no tuve valor para intentarlo: no me nace.

Hablando de san Josemaría, ¿cómo conoció el Opus Dei y qué significó en su vida?

Conocí la Obra en Rosario, ciudad en donde nací y pedí la admisión en 1954 cuando trabajaba como profesora universitaria en la cátedra de Pedagogía. Te diría que tenía mucho en común con la Obra aún antes de conocerla, porque me preocupaba la situación de los universitarios, especialmente la de los que venían del interior del país y vivían muy precaria y solitariamente. Para ayudarlos y acompañarlos, con otras profesionales dimos cursos breves de filosofía, formamos una peña literaria, “Paul Claudel”, y hasta un grupo de teatro, “Teatro Universitario Centauro”. Todo muy divertido. Pero también deseaba –y no sabía cómo– poner una casa para estudiantes.

Participando de un acto académico como miembro del Consejo Superior de la universidad

Comencé a tener dirección espiritual en el Opus Dei aconsejada por el sacerdote con quien me confesaba y que fue destinado a otro país. Hice un retiro espiritual y simpaticé con las primeras mujeres de la Obra: Sabina, Ofelia, Kitty, María Elsa….; fui descubriendo en ellas el espíritu del Opus Dei: me parecía que hacían vida el libro Camino , que tanto me gustaba. Y cuando supe la amplitud de sus proyectos, entre los que estaba en forma inmediata poner una residencia universitaria, pedí la admisión.

¿Qué significó en mi vida? Te diría que un cambio de órbita. Seguir en lo mismo: estudiar, enseñar, investigar, tener alguna responsabilidad en la marcha de la casa; frecuentar los mismos lugares: escuelas, universidad, Ministerio, y hasta en el mismo medio de locomoción: muchas veces una motoneta. Es decir, seguir trabajando con las mismas piedras pero “construyendo una catedral”. Gozando de la suerte de estar involucrada en un proyecto de Dios.

Es una de las primeras seis numerarias argentinas, ¿qué idea tenía de la Obra en ese momento?

Una idea un tanto confusa, aunque positiva, ya que conocía a algunos miembros de la Obra. En los años 50 se conocía muy poco de esta institución (pues era reciente y novedosa). Y la mayoría de las veces lo que se creía saber era incorrecto.

Me acuerdo que un día después de Misa me puse a leer Camino y el párroco, que era muy santo y me quería mucho –yo era presidenta de la Acción Católica de su parroquia– , se acercó y de un manotazo lanzó el libro por los aires… Y, repito, se trataba de un santo sacerdote. Los prejuicios que llegaban –se decía que “de buena fuente”– eran muy negativos. Incluso mis amigas –las que tenían inquietudes espirituales– me advertían sobre las opiniones que circulaban. Mi madre tampoco entendía nada al principio. En pocos años ninguna de ellas hizo caso a esos prejuicios.

Sí, soy la sexta numeraria argentina. Es muy curioso pero en ese momento no nos dábamos cuenta de que éramos de las primeras. Recién ahora que somos octogenarias –y miramos lo recorrido y nos reímos de nuestras “metidas de pata”– tomamos conciencia de ese privilegio. He vivido, hemos vivido, con tanta naturalidad cada etapa que no nos percatamos de que Dios se servía también de nosotras para hacer la Obra en la Argentina. Y desde la Argentina, porque una de las seis primeras está en Japón. Otra, la primerísima, nos espera en el cielo.

Taller 'El Quincho'

Y eso es lo impresionante: ver lo que ahora vemos y saber que no hemos hecho nada extraordinario, todo ha sido normal. Con personas comunes y corrientes Dios se las arregló para hacer ¡todo! Eso es lo increíble; y sólo se ve cuando uno mira para atrás.

Cuando iniciábamos la labor en una nueva ciudad y no se tenía “ni donde reclinar la cabeza” (muy evangélico y sin metáfora: no alcanzaban las camas); cuando participábamos en el impulso de un colegio, un dispensario, una revista o una Universidad y en la reunión “de creativos” no había ni sillas para sentarse. No eran suficientes ni las sillas ni los demás medios: no se tenía dinero, ni techo, ni terreno, ni, en el caso de la Universidad, leyes que permitieran crearla y, sin embargo, todas esas iniciativas, también la Universidad, a su tiempo, naturalmente, cuando Dios quiso, salieron. Hoy existen.

Es que poco a poco, con oración y “al paso de Dios”, mucho trabajo y la ayuda de tanta gente generosa las iniciativas se hacen realidad. Porque, como nos decía san Josemaría, es Dios quien las quiere y todo lo hace Él contando con la entrega nuestra.

¿Conoció a san Josemaría? ¿Qué es lo que más le atrajo de su personalidad?

Lo conocí el 3 de mayo del 67. Fui a España por cuestiones de trabajo y, al llegar,  me enteré de que el Padre, san Josemaría, estaba en Madrid.

La primera impresión que tuve fue la de estar frente a una persona muy mayor y agotada. Me dio pena: no me lo imaginaba así. Estábamos en un living cerca de treinta personas. Se sentó frente a nosotras y pidió que le contáramos algo. Muchas de las presentes eran numerarias auxiliares , jóvenes, llenas de vida, que hablaban y cantaban y gritaban con notable espontaneidad. Vi que el Padre se reanimaba y, cuando empezó a hablar de apostolado, fui testigo del gran cambio. Fue otra persona.

1981, 'Opera prima', cabeza en barro

Eso que decían del Padre, “que lo espiritual tiraba de lo corporal” -y a veces me sonaba a frase hecha-, constaté que era cierto. Era, realmente, otra persona. Lo vi entrar achatado, con paso cansino y ¡de pronto! estaba frente a un sacerdote lleno de vitalidad, que desbordaba energía y amor a Dios. Me impactó, palpé ese empuje espiritual  y esa alegría  contagiosa y me dije: ¡éste es el Padre! Ahora sí, ¡éste es “mi” Padre!

Me atrajo su alegría y su ardor apostólico; su corazón agradecido y su afabilidad. Volví a estar con él cuando vino a la Argentina, en 1974. Veinte años después quise plasmar estos rasgos tanto en una imagen de tamaño natural como en una más pequeña, y lo intenté en el modelado de la sonrisa y en la actitud cordial de su postura. Lo recuerdo con frecuencia. En lo que me resta de vida me gustaría imitarle en muchas cosas. Hay una que ya empecé: al mirar atrás decir lo que él decía al final de su vida: “Y ahora todo alegrías, todo alegrías”.