En Rumanía, para aprender de todos

Seis profesionales jóvenes llegaron a Rumanía para comenzar la labor apostólica del Opus Dei, procedentes de España, México, Francia, Austria y Chile.

Sofía, Maripi y Nathalie frente a una típica iglesia rumana.

Pero ¿por qué Rumania?, es la primera pregunta que nos hacen, cuenta la abogado chilena de Valdivia, Sofía Vio. Les impresiona muchísimo que no vengamos a hacer negocios sino a “hacernos una rumana más”, agrega. Creo que esto lleva a las rumanas a tenernos un gran cariño y a creer que ellas también pueden hacer algo por su patria y por los demás, porque son muchos los que sólo esperan una oportunidad para dejar el país. 

A San Josemaría le hacía mucha ilusión el apostolado en los países de Europa del Este. ¿Qué sentiste cuando te propusieron ir a hacer el Opus Dei en Rumania?

Sobre todo sorpresa y una gran responsabilidad. En el Opus Dei he aprendido que hasta lo más pequeño en nuestra vida tiene una resonancia eterna, y que es precisamente allí donde nos espera el Señor. Utilizando palabras de San Josemaría, Dios nos espera “hasta en la mirada menos intensa”. 

Yo soñaba con que el mensaje de Cristo llegara a más almas, y si, para que llegara a Rumania era necesario trasladarme allí, estaba dispuesta a hacerlo.

Al llegar a Bucarest, ¿con qué escenario se encontraron?

El pueblo rumano es muy acogedor. Es fácil entablar conversación con la gente en la calle, en el metro, o donde sea. Los rumanos hablan muchos idiomas, y si no encuentras una lengua en común, la buena voluntad lo suple todo.

En una ocasión tenía que llegar a un sitio que no conocía, me subí al metro y estando ya arriba me di cuenta de que no me servía; entonces le pregunté a una chica cómo llegar a tal lugar. Me explicó que tenía que hacer una combinación de metro, caminar… Intenté retenerlo todo. Para mi sorpresa, cuando bajé del vagón, me hablaron desde atrás: era la misma chica, que me dijo, “es que yo tengo una hermana que vive por allí, y pensé que te puedo acompañar y de paso ver a mi hermana”.

Disfrutando la naturaleza con las nuevas amigas.

Conseguir trabajo no ha sido tan difícil debido a la gran demanda de idiomas que existe, constata Sofía. Unas dan clases, otras trabajan en empresas. Su mayor anhelo es “hacerse rumanas”, como sugería San Josemaría a todos los que partían a otros países, pero están conscientes de que no es algo que se alcance de un día para otro. 

Comenzando por el idioma, dice, que sin ser muy difícil tampoco es fácil; las costumbres, las maneras de actuar o hablar son diferentes, pero nuestras amigas nos han ido enseñando: por ejemplo, que nunca se compran o se regalan flores en número par. A menudo las invitamos a cocinar con nosotras, especialmente a Maia, que ha sido de gran ayuda para aprender a preparar la comida rumana. 

Siendo Rumania un país mayoritariamente ortodoxo, ¿les dificulta esto el hacer amigas?

No. La mayoría de mis amigas son ortodoxas, pero casi no les pregunto la religión. Para ellas, ser rumanas es sinónimo de ser ortodoxas. Para mí, es muy importante que comprendan que no busco “su conversión” sino que vivan con coherencia su fe cristiana. Que sean mejores ortodoxas. Y luego, si Dios les da el don de la plenitud de la fe, que sepan responder en conciencia.

En un paseo por el bosque con sus amigas rumanas.

Muchos católicos rumanos son del rito oriental. ¿Ha sido esto un obstáculo?

En lo absoluto, en la medida en que se les explica y entienden que la Obra no tiene un rito determinado, sino que es universal, afirma Sofía. Por ahora, todo lo hacemos en rito latino, ya que tanto nosotras, como el sacerdote que nos atiende, somos de rito latino; pero el mensaje de la Obra está por encima de un rito, es un mensaje de santificación en medio del mundo, en el trabajo profesional y en las circunstancias personales de cada uno. Así lo demuestran lugares como el Líbano, donde ya hay gente de la Obra de rito maronita.

Sofía y dos amigas en las calles de Bucarest.

En este sentido, me impresionó el comentario de una amiga greco-católica. Hablábamos sobre los íconos, que dentro del rito oriental significan mucho más que una imagen para un latino. Le conté que San Josemaría nos había enseñado a mirar las imágenes de la Virgen con las que nos encontráramos, con un mirar que es hablar. A lo que ella contestó diciendo que en realidad, después de haber leído los escritos de San Josemaría, se había dado cuenta de que su pensamiento era mucho más oriental de lo que nosotras mismas nos imaginábamos. “Así son los santos, me decía, transmiten a Cristo, por encima de los ritos.”

Yo me quedé asombrada de cómo San Josemaría nos va allanando el camino, y cómo hasta en estos pequeños detalles, ha sido fiel al espíritu universal que Dios le entregó.

Juan Pablo II se refirió a Rumania como “el jardín de la Virgen”. Sin embargo, las devociones marianas son diferentes a las nuestras. 

Efectivamente son diferentes, y creo que podemos aprender muchísimo de ellos. Por ejemplo, la naturalidad con que la gente  tiene imágenes de la Virgen en sus casas, en los lugares de trabajo, o en las tiendas. 

El Papa Juan Pablo II en su visita a Rumania

Alguna vez suelo ir a rezar a una iglesia cercana a mi casa, y me conmueve ver el continuo fluir de personas, de todas las edades. A cualquier hora, hacen un alto en su camino, para entrar en la iglesia y besar las imágenes de nuestra Señora, se arrodillan a sus pies para pedir o agradecer, con una fe que se toca. 

¿Qué recuerdo dejó Juan Pablo II con su visita a Rumania? Juan Pablo II dejó un surco muy grande en todos los rumanos. El año pasado, cuando se cumplieron 10 años de su visita, en todas las iglesias católicas se organizaron exposiciones fotográficas u otro tipo de actividades para conmemorarlo.

Quizá lo que más recuerden es el llamado a la unidad de la iglesia que brotó espontáneamente de los asistentes al finalizar un encuentro multitudinario con católicos y ortodoxos: de modo inesperado, todos comenzaron a gritar "¡unidad, unidad, unidad!".  Espero que pronto sea no sólo un recuerdo sino también una realidad.