3. El Rector de Santa Isabel

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

En mayo de 1934 —casi al año de haber hecho un curso de ejercicios espirituales— volvió a sentir el anhelo de estar a solas con Dios (¡Qué bien me vendrían dos o tres meses de soledad, para hacer oración y penitencia!) |# 71|. Pero, ¿quién lo iba a decir?; cuando comenzó sus ejercicios en los Redentoristas, el 16 de julio, se encontraba ya con poquísimas ganas de hacerlos |# 72|. Primeramente, para excitarse a la compunción, recogió, en larga lista, las gracias hasta entonces recibidas. Era como para pasmarse: — Gracias sin cuento, algunas extraordinarias. ¡¡La Obra de Dios!! |# 73|.

Meditó después su vocación al sacerdocio. Consideró el apremio del Señor en la tarea que le había encomendado, y la resistencia de algunos sacerdotes, que no compartían su celo |# 74|. Repasó mentalmente la labor realizada en la Academia..., y se sintió totalmente insatisfecho de su esfuerzo y de los resultados obtenidos hasta la fecha: Echo una mirada, y veo que no corremos. Tan no corremos, que puede decirse que "no hay Obra" ¿Entonces? Vamos a ver qué han hecho los santos |# 75|.

Se midió, en el deseo, con la prudencia exquisita de San Ignacio, emprendedor de grandes audacias. Meditó las santas determinaciones de Teresa de Jesús, que tampoco se andaba con melindres. Entró, finalmente, en cuentas consigo mismo. ¿Qué resoluciones había tomado? ¿Qué se hizo de la ampliación de la Academia DYA? ¿En qué había empleado aquel buen puñado de dinero que el Señor le enviara paternalmente a principios de año? Entonces se le ocurrió que, por el mismo camino que le llegaron las seis mil pesetas, podía llegarle de golpe todo el dinero que necesitaba para la Residencia. Y, envalentonado con este pensamiento, hizo su oración: Vamos, Señor, por una vez, ¿por qué no nos lo das todo? Aún espero |# 76|. (El dinero se hizo bastante de rogar).

Una de las tristes experiencias apostólicas de don Josemaría era que, tan pronto se iban de vacaciones al terminar el curso, muchos de los jóvenes desaparecían como el agua en las arenas. Les perdía la pista. De manera que todos los otoños tenía que recomenzar con unos cuantos veteranos; pocos. Pero en el verano de 1934, antes de que los estudiantes salieran de Madrid, dando vueltas al asunto, tuvo una brillante idea: pedirles su dirección durante las vacaciones, con intención de enviarles mensualmente unas circulares, tituladas "Noticias", para alentarles en su vida interior y facilitar la continuidad de la tarea apostólica. Ayudado por los que se quedaban en Madrid, imprimió esas hojas a velógrafo, sistema un tanto rudimentario, y se las envió antes de hacer su retiro espiritual. Dos semanas después, al salir de los Redentoristas, se encontró con medio centenar de cartas sobre su mesa. Las contestó con alegría, repartiendo consejos a los veraneantes |# 77|.

Eran los primeros días de agosto, en pleno verano, cuando don Josemaría andaba con su gente buscando casas o pisos libres por todo Madrid. Encontraron, al fin, una casa grande y bien situada, capaz de albergar la Academia y una residencia de estudiantes. Pero antes de empezar a entenderse con el casero eran imprescindibles veinticinco mil pesetas. Inmediatamente promovió el sacerdote una campaña de oraciones, escribiendo a diestra y siniestra. Tres de sus cartas están fechadas el 5 de agosto de 1934 y, en las tres, se canta la misma canción:

Haz un triduo a nuestra Madre Inmaculada, en petición de cinco mil duros, que nos hacen falta enseguida. Aquí estamos "a Dios rogando y con el mazo dando", pero necesitamos las oraciones de todos |# 78|. Y a otro:

Mira, un favor: que hagas un triduo a nuestra Madre Inmaculada, para que, si es Voluntad de Dios, nos envíe los cinco mil duros que nos hacen falta para la Casa del Ángel Custodio |# 79|. Y a un tercero:

El internado. Es necesario. Nos movemos, pero, hasta ahora, no hay pesetas. Ayúdanos: pide y haz pedir. Debemos tener mareado a nuestro Padre-Dios. Sin embargo, aunque parece dormir y no hacer caso, la Santísima Virgen nos ayuda... ¡tendremos completa la Casa del Ángel Custodio! No lo dudes [...].

Oye, Manolo, hazte un niño chico delante del Sagrario y di a Jesús esta oración, sencilla, confiada y audaz... y perseverante: "Señor, queremos —son para ti— cinco mil duros contantes y sonantes" |# 80|.

El 30 de agosto don Josemaría, acompañado de Juan J. Vargas y de Ricardo F. Vallespín, celebró misa en el Santuario del Cerro de los Ángeles, cercano a la capital. En la acción de gracias, después de la misa, se le despertó ese como instinto sobrenatural, tan suyo, de recurrir siempre a Nuestra Señora. Allí consagró la Obra a la Santísima Virgen |# 81|.

Agosto fue un mes duro, según anota ese mismo día:

¡Cuántas lágrimas, en esta temporada, por mis pecados, y por la Casa del Ángel Custodio! Visitas, negativas, cerrazón del horizonte humano... Pero, contigo, Jesús, a pesar de mi miseria, saldremos adelante |# 82|.

Se hicieron cálculos minuciosos de los gastos e ingresos del complejo Academia-Residencia. Rebañaron luego las cuentas corrientes de Isidoro Zorzano y José María G. Barredo y, muy apretadamente, se alcanzó a pagar la fianza y entrada en unos pisos de la calle Ferraz 50: dos en la planta primera y uno en la segunda. «Tomamos posesión de la casa a primeros de septiembre —refiere Vallespín—, se hizo la obra de albañilería necesaria para unir los dos pisos y para instalar, en uno de los cuartos de baño, duchas, que sirvieran para los futuros residentes y se comenzó a amueblar» |# 83|.

Antes de dar comienzo a las obras de albañilería se encontraron con un peligroso vacío de quince mil pesetas. De nuevo tuvo que escribir don Josemaría pidiendo ayuda. Todas las cartas del 6 de septiembre tienen la misma noticia de fondo.

Aquí nos tienes llenos de preocupaciones —cuenta a don Eliodoro Gil, un sacerdote amigo—: hemos alquilado una nueva casa en Ferraz 50. Hay hermosos proyectos de realización inmediata, muy viables, pero, después de reunir nuestro dinero, nos encontramos con falta de 15.000 ptas. que no sabemos de dónde sacar. Encomienda mucho este asunto en la Sta. Misa y en tu oración |# 84|.

Y en otra de ellas:

Andamos llenos de preocupación, con el dichoso dinero [...]. No puedo mentir: humanamente, no veo solución. Pero habrá solución. No es posible volver atrás. Oración, oración y oración |# 85|.

Solamente en la carta al Vicario General, también del 6 de septiembre, se silencia el agobio económico, y las frases corren tersas y despreocupadas:

Mi querido y venerado Sr. Vicario: Otra vez molesto la atención de V. E., para poner en su conocimiento, en primer lugar, el nuevo domicilio de la Academia DYA: Ferraz 50. Han alquilado tres pisos, uno para Academia, y dos para Residencia. La casa tiene muy buen aspecto. Hasta mediados de mes no harán el cambio |# 86|.

Es claro que don Josemaría trataba de cortarse la retirada. ¿Acaso podía volverse atrás, después de haber notificado oficialmente al Sr. Vicario el nuevo domicilio de la Academia y de la Residencia? Dios tenía la última palabra.

* * *

Por esas fechas presentan los Apuntes íntimos una respetable laguna de varias semanas, que se cierra con un ¡Pobres catalinas! ¡Cuántas cosas dejo de anotar! |# 87|. Por si fuera poco, no se reanudan hasta bien avanzado noviembre, rompiendo el silencio con esta desconcertante anotación:

Día 20 de noviembre de 1934: Ya en la Casa del Ángel Custodio —calle de Ferraz—, escribo hoy, por fin, unas palabras en estas Catalinas. Escribo, por escribir: porque, son tantas las cosas que debiera anotar, que no voy a decir nada |# 88|.

Al menos ya se encontraban instalados en la calle de Ferraz. En el intervalo se había resuelto el problema económico que les había traído de cabeza semanas antes. Las cosas sucedieron así: el 16 de septiembre don Josemaría salió de Madrid para Fonz, donde se encontraban su madre y hermanos, con objeto de continuar las gestiones de venta de las fincas que les correspondían por herencia después de la muerte, el año anterior, de mosén Teodoro. El viaje fue pintoresco, pues el sacerdote compartía el departamento del tren con una familia madrileña, que llevaba una mona para amenizar la excursión. El sacerdote, desentendiéndose de sus compañeros de viaje, aprovechó el tiempo, ocupado en descubrir iglesias en medio del paisaje: Yo me dediqué —ya desde Madrid— a un deporte a lo divino: otear el horizonte, para decirle algo a Jesús en los Sagrarios del camino |# 89|.

Pasó la noche en Monzón y al día siguiente, ya en Fonz, pensó que había llegado, por fin, el momento de plantear el problema económico a la familia, y hablarles de la Obra. Luego escribió a los madrileños con gran alegría, como quien se ha quitado de encima un peso de muchos años:

Fonz, 17 de septiembre de 1934.

Jesús os guarde. Llegué esta tarde, a las cinco. He hablado con Mamá y mis hermanos: mucho encomendé el asunto a San Rafael... y nos oyó. Mi Madre os pondrá unas líneas. Mañana iré a Barbastro con mi hermana Carmen, para activar el asunto |# 90|.

Tres días después les explicaba, con abundancia de detalles, lo ocurrido en aquella famosa entrevista:

Siguiendo un orden cronológico, brevemente, quiero contaros todas mis andanzas. Veréis: Al cuarto de hora de llegar a este pueblo (escribo en Fonz, aunque echaré estas cuartillas, al correo, mañana en Barbastro), hablé a mi Madre y a mis hermanos, a grandes rasgos, de la Obra. ¡Cuánto había importunado para este instante, a nuestros amigos del Cielo! Jesús hizo que cayera muy bien. Os diré, a la letra, lo que me contestaron. Mi Madre: "bueno, hijo: pero no te pegues ni me hagas mala cara". Mi hermana: "ya me lo imaginaba, y se lo había dicho a mamá". El pequeño: "si tu tienes hijos..., han de tenerme mucho respeto los mochachos, porque yo soy... ¡su tío!" Enseguida, los tres, vieron como cosa natural que se empleara en la Obra el dinero suyo. Y esto, —¡gloria a Dios!—, con tanta generosidad que, si tuvieran millones, los darían lo mismo.

Vamos a hablar de ese estiércol del diablo, que es el dinero: creía mi Madre que podría sacar 35 ó 40.000 ptas [...].

En resumen: mañana bajo a Barbastro con Guitín —desde allí iré a Monzón a hablar con vosotros, porque en Barbastro de todo se enteran— y el Sr. Juez me ha prometido que el día uno de octubre se acaba todo el papeleo, a Dios gracias.

Naturalmente, procuraré que se venda el martes o miércoles próximos —antes, imposible—, y se girará lo que sea [...].

Mientras: ¿por qué no intentáis comprar muebles, como se hace corrientemente con las fábricas, a pagar en 30 días o en más?

Desde luego, yo no me muevo de aquí, sin el dinero ¡cueste lo que cueste!

A otra cosa: están conformes en que duerma en la Academia y me lleve allí todos los chismes de mi cuarto. Así se llevan la criada que tienen aquí, que de otro modo no podrían llevarse, por no tener habitación |# 91|.

Empezaron los de Madrid a buscar muebles y accesorios domésticos con gran entusiasmo, esperando la llegada de don Josemaría, que cumplió su promesa de no volver sin el dinero. Enseguida recibieron otra carta desde Fonz, en la que se anunciaba: el miércoles —o quizá mañana— pueda mandaros un primer pellizco, de las 20.000 que necesitamos |# 92|.

Al regreso de don Josemaría se procedió a ultimar la instalación. Ricardo, el arquitecto, que sería el director de esa Academia-Residencia, dice que «se amuebló lo más imprescindible». Se compró el menaje de cocina y vajilla; y se consiguió un crédito a plazos para la ropa de cama en los "Almacenes Simeón". Pero, desgraciadamente, como el dinero no había alcanzado más que para completar un dormitorio de dos camas, en una de las habitaciones vacías se apilaban en el suelo colchones, mantas, sábanas, toallas y almohadas |# 93|.

Decidió don Josemaría bendecir cuanto antes la casa. Una tarde, ya anochecido, procedió a la ceremonia. A la triste luz de unos cabos de vela, pues se había producido un apagón de electricidad en la casa, fue recorriendo los cuartos y rociándolos generosamente con agua bendita:

Teníamos ropa, que me habían dado unos grandes almacenes a crédito, para pagarla cuando pudiera. Y no teníamos armarios para guardarla. En el suelo habíamos puesto con mucho cuidado unos papeles de periódico, y encima la ropa: cantidades inmensas [...]. Pues me traje del Rectorado de Santa Isabel un acetre con agua bendita y un hisopo. Mi hermana Carmen me había hecho un roquete espléndido [...]. También me traje de Santa Isabel una estola y un ritual, y fui bendiciendo la casa vacía: con una solemnidad y alegría, ¡con una seguridad! |# 94|.

El 30 de octubre notificó por carta al Vicario que se hallaba funcionando ya el nuevo centro:

Se ha abierto el curso en DYA, y espero que serán muchos los frutos sobrenaturales, y de cultura y formación católica, que han de obtenerse en esta Casa. Tengo esta esperanza segura, porque los fundamentos de nuestro trabajo son la oración y el sacrificio: puedo afirmar —y no exagero— que estos chicos nuestros son heroicos. ¡Si viera cómo ponen su trabajo personal —auxiliares de la Universidad, tirados por el suelo; ingenieros, pintando paredes; abogados, mediquillos y estudiantes (de los que estudian), supliendo a los carpinteros— y cómo facilitan sus ahorros, para este apostolado! |# 95|.

(No exageraba. Uno de los aprendices de carpintero era un estudiante llamado José María Hernández Garnica; entre amigos, Chiqui. Se lo presentaron a don Josemaría en pleno zafarrancho. Y éste, sin más preliminares, le invitó a la faena: — ¡hombre, Chiqui, muy bien! Ten, coge este martillo y unos clavos, y ¡hala!, a clavar allí arriba...) |# 96|.

Recién abierta la Academia de Ferraz, el Fundador se vio metido en grandes tribulaciones, interiores y exteriores, como enseguida veremos. Por entonces le llevaba el Señor adelante, sirviéndose de adversidades sin cuento, aunque sin llegar a quitarle nunca la serenidad. (¡Cuántas preocupaciones y cuántas noches a medio dormir! Aunque, en general, duermo bien, porque mi paz es, gracias a Dios, honda y fuerte, dice en una catalina) |# 97|.

* * *

Las vicisitudes por que atravesó la Jurisdicción Palatina mantuvieron a don Josemaría en una prolongada situación de hecho, canónicamente inestable. Tres años llevaba al servicio de la Comunidad de agustinas. Apreciaban éstas la robusta vida interior del capellán que, en expresión de sor María del Buen Consejo, era «un sacerdote que vivía de fe: estaba lleno de Dios». Su amor a la Eucaristía se hacía tangible al dar la comunión a las monjas enfermas. Arropaba reverentemente el portaviáticos con el paño de hombros, estrechaba amorosamente el Santísimo Sacramento contra su pecho y, concentrado, atravesaba los corredores de clausura. «A mí me parecía don Josemaría como esos cuadros que he visto de San Cristóbal, que llevaba sobre sus hombros al Niño Jesús y su peso le hacía inclinarse», continúa sor María |# 98|.

Un día llegó a oídos de la Comunidad que don José Huertas Lancho, Rector del Patronato de Santa Isabel, pensaba renunciar el cargo. De hecho era el capellán, y no el Rector, quien atendía a las monjas, por lo que éstas creyeron llegada la hora de conseguir, de una vez, el nombramiento efectivo de don Josemaría. Así se lo comunicaron. No obstante, el sacerdote se negó a solicitar la Rectoral, porque no se había producido aún la vacante; pero la priora, sor María del Sagrario, no estaba dispuesta a que alguna otra persona le ganase la mano. De manera que, luego de consultar al resto de la Comunidad y al Sr. Vicario, el 4 de julio de 1934 escribió a la Directora General de Beneficencia una carta de solicitud a favor del capellán interino:

«Me anticipo a la renuncia de el Sr. Rector, porque todos saben ya que se va y me figuro que habrá sacerdotes que lo soliciten y aunque creo que V. no procederá a darlo, sabiendo que queda aquí uno que le corresponde el nombramiento sin embargo me tomo la libertad de recordárselo suplicándole me perdone si se sintiese su delicada conciencia".

Con gran confianza queda su affm. S.S.

Sor María del Sagrario, Priora» |# 99|.

El Rector se ausentó de Madrid y no presentó la renuncia formal del cargo hasta el primero de octubre. La máquina administrativa se puso entonces en movimiento y don Josemaría, que no había intervenido en la cuestión, escribió al Sr. Vicario para informarle que la solicitud de su nombramiento como Rector era iniciativa particular de la Priora de Santa Isabel ante la Junta de Patronatos: Yo no he presentado instancia, en ese sentido, ni pienso presentarla. Estoy absolutamente a lo que Dios quiera, y del todo a las órdenes de V. S. Ilma. |# 100|.

El 11 de diciembre, el Presidente de la República firmaba el decreto de nombramiento:

«A propuesta del Ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión y de conformidad con lo dispuesto en el Decreto de 17 de Febrero de 1.934. Vengo en nombrar para el cargo de Rector del Patronato de Santa Isabel a Don José María Escrivá Albás, Licenciado en Derecho Civil. Dado en Madrid a once de Diciembre de mil novecientos treinta y cuatro.— NICETO ALCALÁ-ZAMORA Y TORRES.— El Ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión.— ORIOL ANGUERA DE SOJO» |# 101|.

La divulgación de la noticia, contra lo que pudiera esperarse, no afectó en lo más mínimo a don Josemaría, porque, como una aprobación de nuestro espíritu, ocultarse y desaparecer —comenta—, hizo el Señor que mis dos apellidos vinieran desconocidos, equivocados, en todos los periódicos y en las noticias que da la radio |# 102|. Mas no acabó ahí el asunto. Cuando el sacerdote pasó por el Ministerio de Gobernación a recoger el oficio del nombramiento se encontró con que, sin pedirle parecer ni darle aviso, algún funcionario había hecho ya la diligencia administrativa de toma de posesión del cargo, con fecha de 19 de diciembre |# 103|.

Sabía don Josemaría que la toma de posesión de un cargo eclesiástico dado por las autoridades civiles requería previa autorización del Prelado. Así, pues, del Ministerio se fue directamente al obispado a comunicar lo sucedido al Sr. Vicario. Don Francisco Morán le dio la enhorabuena, prometió arreglar el caso con el Obispo y, al saber que pronto caducarían sus licencias ministeriales, se las prorrogó inmediatamente hasta junio de 1936 |# 104|.

No comprendía el sacerdote el porqué de tantas amabilidades, por parte del Sr. Vicario, hasta que a la semana siguiente recibió carta del Obispo de Cuenca, enterándole de la postura de don Leopoldo, a resultas de los informes que le había dado su Vicario General. Una vez más, comprobó cómo Dios de los males —es decir, de las maledicencias que corrían sobre su persona— sacaba bienes; y tomó nota:

El Sr. Obispo de Cuenca me escribe y cuenta que, a su juicio, el día que hablé con detalle al Sr. Morán —después de las insidias—, tal referencia dio luego el Vicario al Sr. Obispo, que ahí está la raíz de la benevolencia del Obispado con nosotros. Laus Deo!, que con líneas torcidas escribe derecho |# 105|.

Cuando, el 23 de enero, se presentó de nuevo a saludar al Sr. Vicario, éste le aseguró que podía considerarse legítimo Rector y que se le confirmaba en el nombramiento, si bien era política de don Leopoldo el no reconocer nunca in scriptis los nombramientos eclesiásticos dados por las autoridades civiles, en vista de la actitud que éstas mantenían contra la Iglesia desde 1931. De paso le aconsejó que comunicase el nombramiento al Arzobispo de Zaragoza. Sugerencia que cumplió sin demora, obteniendo de don Rigoberto Doménech esta oficiosa respuesta:

«Mi querido amigo: Reciba mi más cordial felicitación por su nombramiento de Rector-Administrador del Patronato de Sta. Isabel, en el cual le deseo las mayores satisfacciones y pido al Señor le otorgue su ayuda para que lo desempeñe con el mayor provecho. Al propio tiempo le agradezco en lo que valen sus sinceros y generosos ofrecimientos» |# 106|.

La contestación parecía rezumar, sin dejar de ser cortés, un tono de estudiada ambigüedad, que quizá tenía el significado de una desaprobación. Porque, en esos años de persecución de la Iglesia, el aceptar un nombramiento eclesiástico de manos de las autoridades civiles equivalía a colaborar con el enemigo |# 107|.

La sospecha de don Josemaría, de que detrás de esa amable carta asomaban habladurías de la curia, salió cierta. Y ello bien a pesar de las explicaciones dadas sobre el nombramiento y su aceptación por Pou de Foxá. Lo que realmente se pensaba en algún sector de la clerecía zaragozana lo supo más tarde el nuevo Rector de Santa Isabel, por carta de su buen amigo, el profesor de Romano: ... —«llegó el Sr. Secretario —le informa Pou de Foxá—, quien hablando de ti, porque yo le tiré de la lengua con la sana intención de saber cuál era su criterio, me dijo que cosas de la república no parecían bien para un sacerdote, pues era significar que estaba acorde con ella» |# 108|. Entretanto, la Comunidad de Agustinas Recoletas de Santa Isabel vivía santamente ajena a escrúpulos políticos o eclesiásticos. Estaban muy satisfechas de haberse salido con la suya.