4. Un retiro espiritual junto a S. Juan de la Cruz

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Si viera V. las ganas que tengo de soledad! —escribía el 8 de abril de 1932 a don José Pou de Foxá—.Pero, no está hecha la miel para la boca del asno y he de contentarme con una vida de jaleo y movimiento, danzando el día entero de aquí para allá. Bendita, amada sea la Voluntad de Dios |# 109|.

Su vida era un ajetreo imparable. Misa, funciones de iglesia, confesiones de monjas y feligreses en Santa Isabel; también, confesiones de monjas y preparación de niñas para la primera Comunión en el vecino Colegio de la Asunción; y visitas a los hospitales; y charlas, y dirección espiritual de jóvenes y sacerdotes... |# 110|. Esta abrumadora dedicación pastoral no le reportaba beneficio económico, por lo que es obligado añadir, a las mencionadas actividades, las clases en la Academia Cicuéndez y las clases particulares a domicilio. Imposible el prescindir de tales ocupaciones. De las pastorales, porque las exigía su alma; y de las docentes, porque las exigía su mantenimiento, o al menos el del resto de la familia.

El deseo de soledad, por el que suspira en la mencionada carta, le resultaba a veces tentación, cuando el cansancio o el demonio le insinuaban que no estaría mal entregarse a una existencia de mayor sosiego espiritual, libre del zarandeo de la brega apostólica, tal como se lee en una catalina:

Vuelve la tentación a susurrar en mis oídos la vida de paz y virtud, no ya del Padre X. o Fray Nadie, sino de un Curita ignorado en la última parroquia rural, sin grandes luchas ni grandes ideales de inmediata actuación... |# 111|.

Para rechazar esas tentaciones de llevar distinto género de vida, que le asaltaron hacia abril de 1932, el capellán aprovechaba la poderosa súplica de almas inocentes. Los días que iba a preparar a las niñas para la primera Comunión les pedía que rezasen con él, todos juntos, un avemaría por el santo a palos |# 112|. (¿Entenderían aquellas tiernas almas lo del santo a palos?) Mas el motivo de escribir la mencionada carta a Pou de Foxá era muy otro. Si Dios no lo remedia —le comunicaba don Josemaría—, tendré que ir a Zaragoza en el próximo junio, para que se examine un hijo de los Guevara |# 113|.

Su confesor le instó a que se comprase una teja y una sotana antes de emprender el viaje. (Muy mal debía andar de ropa). También compró un cuaderno nuevo, pues pensaba ir haciendo un diario de catalinas |# 114|.

Cuando regresó a Madrid, el 13 de junio, el cuaderno todavía estaba en blanco. No había escrito una sola catalina, pero sí enviado varias cartas brevísimas a los de su familia |# 115|.

El verano de 1932 fue movido. No pudo hallar la soledad que apetecía. El 10 de agosto se produjo en Madrid una desorganizada sublevación en la que participaron unos cuantos oficiales del ejército y algunos grupos de estudiantes monárquicos. El gobierno y la fuerza pública estaban sobre aviso, por lo que pronto se sofocó la revuelta, restableciéndose la paz. Los implicados terminaron en prisión. José Manuel Doménech, uno de los que acompañaban los domingos a don Josemaría al Hospital General, cuenta sus andanzas: «Había yo tomado parte, junto con otros estudiantes madrileños, en los sucesos del 10 de agosto. Habíamos ido de madrugada, armados, a tomar el Edificio de Correos. La mayor parte de nosotros fuimos detenidos y nos enviaron a la Cárcel Modelo, primero a la zona de presos políticos, y más tarde, a una zona de incomunicados con régimen carcelario riguroso» |# 116|. También acabó en la cárcel Adolfo Gómez, el del día de San Juan ante portam latinam, uno de los jóvenes que por las noches vigilaban conventos e iglesias para evitar incendios y asaltos.

En los Apuntes correspondientes a esa jornada, se lee:

Día de S. Lorenzo, 10-VIII-932: Esta mañana, a las cinco, me despertaron los tiros, verdaderas descargas y tableteo de ametralladoras. Fui a Santa Isabel vestido de seglar. Nuestro Adolfo está prisionero: es un alma grande, que comprende el ideal y sabe por él sacrificarse. El Señor nos lo guarde |# 117|.

Ese mismo día 10 dio con el paradero de Adolfo, pero no le permitieron verle. Pasó varios días de dolorosa espera, sin poder hablar con el preso. Al fin consiguió dejarle unas líneas de consuelo:

Vísperas de S. Bartolomé — 23-VIII-32: Hemos ido mandándole a Adolfo algunas cosas. Todos los días voy a la cárcel. Creo que hoy —iré con su madre— le veré. Ya no anotaré nada de este asunto |# 118|.

Aquel joven sacerdote aparecía en la Cárcel Modelo vestido de sotana, «aunque hacer visitas a los detenidos fuera significarse, y exponerse a ser perseguido», comenta José Antonio Palacios, un estudiante encarcelado |# 119|. Don Josemaría trabó conocimiento con algunos de esos exaltados universitarios. Charlaba con ellos en el locutorio de presos políticos, una larga galería con reja continua y un puño de separación de barrote a barrote. Les recomendaba alegría y buen humor. Les hablaba de la Virgen y de la visión sobrenatural del trabajo, de manera que no cayesen en el ocio y continuaran ofreciendo al Señor unas horas de estudio. Los libros no eran, en tales circunstancias, motivo de preocupación para aquellos agitados estudiantes. Pero el sacerdote les decía las cosas de un modo tan persuasivo —observa José Antonio—, que «para aprovechar el tiempo yo me puse a dar clase y a repasar el francés» |# 120|.

Cierto día José Manuel Doménech oyó desde la celda que gritaban su nombre. Al abrir el postigo, un oficial de prisiones le entregó un sobre, que llevaba la siguiente dedicatoria: Beata Mater et intacta Virgo, gloriosa Regina Mundi, intercede pro hispanis ad Dominum

A José M. Doménech, con todo afecto

Madrid, agosto. 932

José Mª Escrivá |# 121|.

Dentro iba un librito del "Oficio parvo de Nuestra Señora": «Me causó profunda impresión el cariño del Padre y su preocupación por mi vida interior —dirá José Manuel—; él sabía que yo conocía y rezaba el oficio parvo» |# 122|. En el mes de septiembre, don Josemaría perdió la pista de muchos de estos jóvenes. Gran parte de los presos políticos habían sido deportados a África, pero no por eso suspendió sus visitas a los que quedaron en la Cárcel Modelo.

Durante todo el verano sintió el sacerdote vehementes anhelos de soledad, de retiro espiritual. A los dos meses de quejarse de ello a su amigo Pou de Foxá, se lee de nuevo en una anotación del primero de junio:

Necesito soledad. Suspiro por un retiro largo, para tratar con Dios, lejos de todo. Si El lo quiere, ya me proporcionará ocasión. Allí se posarían tantas cosas como llevo dentro de mí en ebullición; y Jesús, de seguro, puntualizaría detalles importantes para su Obra |# 123|.

Por fin, en septiembre se arreglaron las cosas. Con autorización del Provincial de los Carmelitas se dispuso a hacer una semana de retiro espiritual en Segovia, en el convento donde reposan los restos de San Juan de la Cruz. El 2 de octubre escribía:

Día de los Santos Ángeles Custodios, vísperas de Sta. Teresita, 1932: ¡cuatro años! También el Señor ha querido recordármelo, enviando una vocación de mujer [...]. Mañana voy a Segovia, a ejercicios, junto a S. Juan de la Cruz. He pedido, he pordioseado mucha oración. Veremos |# 124|.

Llegó al convento de los Carmelitas Descalzos de Segovia el lunes, 3 de octubre de 1932. Inmediatamente se dedicó a preparar el plan del retiro, que pensaba hacer en completo aislamiento, según era su costumbre, sin recibir charlas ni pláticas de nadie. Su celda llevaba "un hermoso número", el 33, que le recordaba doblemente a las Personas de la Santísima Trinidad, y un cartelito que decía: Gloriatio. Et in timore Dei sit tibi gloriatio. Eccl. 9, v.22. (En el acto acudieron a su memoria los malos ratos que había pasado en octubre del año anterior cuando en medio de la contemplación de su filiación divina el Señor veló en su mente el recto entender del timor Domini. Demasiada casualidad, como para que el letrerito no fuese un recordatorio por parte del Señor) |# 125|.

Ajustó su plan de retiro a las exigencias del horario conventual. Se levantaría a las cinco menos cuarto; a las cinco y media tendría una hora de meditación; luego, Santa Misa; a las ocho, desayuno; a las nueve y media, otra hora de meditación. A las once y media, la comida. Por la tarde, otras dos meditaciones de una hora, rosario y lectura. A las seis y cuarto: cena, examen y disciplina. A las diez, luego de haber rezado las preces, acostarse |# 126|.

El convento tenía de frente una magnífica vista. Por encima de la arboleda que descendía hasta las hondonadas del río, en la distancia, se alzaba un afilado promontorio con un castillo colgado en su espolón. Don Josemaría estaba convencido de que el Señor le trataría bien, por estar en casa de su Madre, en el Carmen. Y le vino de golpe el lejano recuerdo de Logroño, de los religiosos carmelitas descalzos sobre la nieve |# 127|. Así había empezado su historia; y allí estaba, en un convento del Carmen, a solas con su Dios.

* * *

Las notas de sus primeros días de retiro son breves. Unas líneas bastan para indicar el curso de sus pensamientos.

Día primero. Dios es mi Padre. —Y no salgo de esta consideración [...]. Yo soy de Dios... y Dios es para mí.

Día segundo, miércoles. —O Domine!, tuus sum ego, salvum me fac! —Et a te nunquam separari permittas! —Señor, ¡que no es tan fácil hacerse santo! —Creo muy bien que te dijera la Madre Teresa: "por eso tienes tan pocos amigos".

Día tercero, jueves. Ni la consideración de la gravedad del pecado, ni la vista de los castigos eternos que mereció y merece, me mueven [...]. Estoy tan frío. A lo más, me voy del asunto para gritar a mi Dios: te amo, porque eres bueno: yo soy un miserable... castígame, pero haz que cada día te quiera más |# 128|.

De ese tercer día, 6 de octubre, es este apunte:

Hoy, en la capilla de S. Juan de la Cruz (paso allí unos ratos de acompañada soledad todos los días) he visto que, para comenzar las reuniones sacerdotales y todas aquellas otras en que se trate de la O. de D., haremos la siguiente oración [...]: 1/ Veni Sancte Spiritus. 2/ Sancte Michaël, ora pro nobis. —Sancte Gabriel, ora pro nobis. —Sancte Raphaël, ora pro nobis. -3/ In nomine Patris, et Filii et Spiritus Sancti. Amen. -4/ Sancta Maria, Sedes Sapientiae, ora pro nobis |# 129|.

El especial significado de estas palabras pasaría inadvertido de no existir otros testimonios autobiográficos concordantes y complementarios, como, por ejemplo, lo escrito en 1941:

Pasaba largos ratos de oración en la capilla donde se guardan los restos de San Juan de la Cruz: y allí, en esa capilla, tuve la moción interior de invocar por vez primera a los tres Arcángeles y a los tres Apóstoles —cuya intercesión pedimos cada día todos los socios de la Obra en nuestras Preces—, teniéndoles desde aquel momento como Patronos de las tres obras que componen el Opus Dei |# 130|.

Esa moción sobrenatural venía a resolver, como se explicará más adelante, la estructuración de la Obra y su organización apostólica. Del viernes, cuarto día de retiro, son estas consideraciones:

El Reino de Jesucristo. ¡Esto es lo mío! [...].

¡El borrico! Ya no es borrico sarnoso [...]. Con sus pobres despojos hacen tambores: tambores de guerra y tambores y zampoñas de pastor. ¡Así sirvieran los despojos del borrico de Jesús, para tocar a la gran guerra por la gloria de Dios y por el reinado universal y efectivo de Cristo, mi Señor..., y para cantar coplas encendidas, coplas de pastores de Belén, al Niño que nació para morir por mí! [...].

Sentí como si dentro de mí me dijeran: "anda, que eres un hipócrita... Estás perdiendo el tiempo, dedicándote... a hacer frases". Y en aquel instante, como para confirmar ese pensamiento, se me ocurrió una cosa idiota —que voy a decir— a la vista del Alcázar Segoviano: ese castillo está pidiendo a voces, recortado en el cielo —parece de cartón—, unos soldaditos de plomo, para que se divierta un niño hijo de gigantes. Dudé: ¿habría estado antes también haciendo frases sin sustancia? Y percibí claramente: no, he estado haciendo oración |# 131|.

Seguía en su retiro un plan personal, por su cuenta, pero no a su antojo. El padre Sánchez le había dado un guión para orientarle. Además, su confesor leería, después, todo lo que durante esos días escribiera el ejercitante. (Hago este inciso —advierte expresamente— para que, al leer mis notas, vea mi Padre Sánchez cómo ando: no he salido del hielo, exceptuando algunos relámpagos de fervor) |# 132|.

El domingo meditaba sobre la pureza:

la santa pureza: humildad de la carne |# 133|;

y decidió renovar, en manos de la Virgen, el compromiso sacerdotal de fidelidad de amor al terminar el retiro. Pasó luego a ocuparse de examinar su desasimiento; y se propuso ser más generoso y dejar todo al cuidado del Señor |# 134|. Seguidamente hizo una declaración de sometimiento de su voluntad: —Estoy decidido a obedecer siempre a mi Padre espiritual. Lo mismo a mis superiores jerárquicos |# 135|.

Desde julio de 1930 venía confesándose con el padre Valentín Sánchez Ruiz, salvo las semanas en que el buen jesuita anduvo escondido al ejecutarse el decreto que disolvía la Compañía. Y desde primera hora quedó sobreentendido entre ellos dos que la misión fundacional y el gobierno de la Obra eran materias al margen de la dirección espiritual que esperaba de su confesor. Su confesor no era director de la Obra de Dios sino director del sacerdote. (Sobre la dirección espiritual del padre Sánchez escribió don Josemaría: Nada tuvo que ver con la Obra, porque jamás le dejé intervenir ni opinar) |# 136|.

Bajo este presupuesto, y con absoluta sencillez, declara: Todas las cosas de mi alma —sin reservarme nada— las he comunicado y las comunicaré siempre con el director espiritual mío |# 137|. Así y todo, detrás de este firme comportamiento, se adivina lo mucho que le costaba desnudar su alma en materias que podían encumbrarle a ojos ajenos.

Día de S. Marcos, 25-IV-32: Esta mañana estuve con mi padre Sánchez. Tenía decidido contarle lo del día 20: sentí cierta repugnancia o vergüenza. Me costó, pero se lo dije |# 138|.

El hecho a que se refiere no era para menos. Días antes, por la noche, al acostarse, se había encomendado a San José y a las ánimas del purgatorio, por las que tenía especial devoción, para que le despertasen a las seis menos cuarto. (Tenía que recurrir a ellas, pues al sueño se unía el agotamiento). Y esta es la catalina del suceso:

Esta mañana —como siempre que lo pido humildemente, sea una u otra hora la de acostarme— desde un sueño profundo, igual que si me llamaran, me desperté segurísimo de que había llegado el momento de levantarme. Efectivamente, eran las seis menos cuarto. Anoche, como de costumbre también, pedí al Señor que me diera fuerzas para vencer la pereza, al despertar, porque —lo confieso, para vergüenza mía— me cuesta enormemente una cosa tan pequeña y son bastantes los días, en que, a pesar de esa llamada sobrenatural, me quedo un rato más en la cama. Hoy recé, al ver la hora, luché... y me quedé acostado. Por fin, a las seis y cuarto de mi despertador (que está roto desde hace tiempo) me levanté y, lleno de humillación, me postré en tierra, reconociendo mi falta —serviam!—, me vestí y comencé mi meditación. Pues bien: entre seis y media y siete menos cuarto vi, durante bastante tiempo, cómo el rostro de mi Virgen de los Besos se llenaba de alegría, de gozo. Me fijé bien: creí que sonreía, porque me hacía ese efecto, pero no se movían los labios. Muy tranquilo, le he dicho a mi Madre muchos piropos |# 139|.

No era la primera vez que le ocurrían cosas semejantes. Procuraba quitarles importancia. Se resistía a admitir fácilmente cosas extraordinarias. Y luego de someterse a unas pruebas, por si se trataba de sugestión de los sentidos, tuvo que rendirse a la evidencia.

(Llegué a hacer pruebas —escribe—, por si era sugestión mía, porque no admito fácilmente cosas extraordinarias. Inútilmente: la cara de mi Virgen de los Besos, cuando yo positivamente, tratando de sugestionarme, quería que sonriera, seguía con la seriedad hierática que tiene la pobre escultura) |# 140|.

La pequeña escultura de la Virgen de los besos, Sancta osculorum Virgo, obraba realmente cosas estupendas: En fin, que mi Señora Santa María [...] ha hecho un mimo a su niño |# 141|.

El dirigido espiritual del padre Sánchez se callaba muchas pequeñas humillaciones, por las que fue avanzando en el camino de la paciencia. Le dolía de veras, y hasta le costaba lágrimas, tener que ir a toda prisa, después de dar unas clases o visitar enfermos, corre que te corre hasta Chamartín, donde residía el padre jesuita desde el incendio en la calle de la Flor. Preguntaba por él y, no pocas veces, el portero le traía aviso de que volviese otro día. ¿Es que no se daba cuenta su confesor de que no disponía de tiempo para desplazarse hasta allí, fuera de la capital? Tampoco era cosa de decirle que se había visto obligado a ir a pie, dándose una caminata por aquellos andurriales, por no tener unos tristes céntimos para el tranvía |# 142|.

El padre Sánchez era buen director de almas y don Josemaría le estaba muy agradecido, porque incluso el fastidio de las esperas en Chamartín le hizo un positivo bien |# 143|. En los Apuntes y en la correspondencia hay algún que otro discreto elogio de su confesor. También hay algunas observaciones, como las anteriormente citadas de las esperas y viajes en balde, que no serían muy del agrado de su confesor, pero las anotaba, aun a sabiendas de que las leería el interesado. Con todo, este aspecto particular de sus relaciones con el confesor era materia secundaria y anecdótica. Lo esencial, insistía el Fundador, era cumplir la Voluntad de Dios clarísimamente manifestada sobre su Obra |# 144|.

Los últimos días del retiro en Segovia meditó sobre la Pasión y Resurrección del Señor, no sin que el diablo —el tiñoso— le hiciese pasar un mal rato con sus trastadas la noche del domingo al lunes:

Anoche el demonio, que anda suelto por mi celda, volvió a remover cosas pasadas. Mal rato me di. Y esta mañana también. Yo te lo ofrezco, Dios mío, como expiación. Pero, soy débil, nada puedo, nada valgo: no me dejes. Apenado, he tenido un coloquio con mi Padre Juan de la Cruz: ¿así me tratas en tu casa? ¿Cómo consientes que el tiñoso mortifique a tus huéspedes? Yo creí que eras más acogedor... |# 145|.

* * *

Al retiro se trajo unas cuestiones de conciencia a las que era preciso dar respuesta cuanto antes, puesto que afectaban a su dedicación a la Obra. La primera que se planteó fue la de sus estudios: ¿Debo hacer el doctorado en Derecho Civil y en Sda. Teología? |# 146|. Para mayor claridad de examen adoptó el sistema de exponer, por escrito y numeradas, las razones a favor o en contra. Y de ellas sacó el propósito de presentar la tesis en Derecho y obtener el Doctorado en Sagrada Teología en 1933 |# 147|.

Pasó a la segunda cuestión: ¿Conviene que yo haga unas oposiciones, a cátedras universitarias por ejemplo? Debía tener el asunto bastante debatido consigo mismo cuando escribe: Razones a favor: Honradamente, digo que no las veo. Y no las veía, por estar firmemente persuadido de que Dios no precisaba de eso para levantar la Obra: Buscar yo una ocupación seglar, después de considerado lo que va delante, sería dudar de la divinidad de la O. —que es mi fin, en la tierra |# 148|.

Por otro lado, todo parecía desaconsejar la cátedra. Aunque se inclinase por el Derecho Canónico, asignatura que venía trabajando en sus últimos años de docencia en Zaragoza y en Madrid, la preparación exigiría muchos años y mucho estudio. Esto sin entrar en cálculos económicos. Porque, ¿cómo iba a sostener entretanto a la familia?

En contra había también razones sobrenaturales de mucho peso. Dedicarse a una cátedra era robar tiempo a la Obra de Dios. Su vocación le reclamaba una disponibilidad total: ser sola y exclusivamente —y siempre— eso: sacerdote: padre director de almas, oculto, enterrado en vida, por Amor |# 149|.

Dejó para el final el más delicado de los problemas, pues era negocio en el que iban embarcadas otras personas. Se trataba de la familia, mi familia. Don Norberto le había dejado sobre este punto una nota para que la meditase. Don Josemaría se fue a considerar el asunto junto al Sagrario: ¡A ver qué dice Jesús! |# 150|. Como alega don Josemaría, la nota de don Norberto enfocaba el tema muy a lo divino. Esto es, presentando exclusivamente razones sobrenaturales, irrebatibles, pero, en cierto modo, deshumanizadas, puesto que, en su caso particular, le exigían sacudirse de encima todo afecto hacia los de su sangre.

Sobreponiendo a toda otra consideración el enfoque a lo divino, como base de su análisis, don Josemaría pasó revista, serenamente, a los hechos y razones que habían presidido el desarrollo de su vida y el de su familia. Y fueron desfilando ante él las consideraciones, sin retoques ni suavidades: el sacrificio de sus padres por darle una buena educación tras la ruina familiar; las esperanzas que en él tenían puestas y el "positivo perjuicio económico" ocasionado al hacerse sacerdote; el haber agravado la situación del hogar, al negarse a aceptar un cargo eclesiástico, por su empeño en seguir una chifladura divina |# 151|. Llegó así a la conclusión de que la "manera práctica" de proteger a su familia era dejar que el Señor actuase:

Las cosas de Dios han de hacerse a lo divino. Yo soy de Dios, quiero ser de Dios. Cuando de verdad lo sea, El —en seguida— arreglará esto, premiando mi Fe y mi Amor y el callado y nada corto sacrificio de mi madre y mis hermanos. Dejemos que obre el Señor |# 152|.

Antes de acabar los ejercicios se trazó un programa mínimo de vida espiritual, que comprendía diversas prácticas: el breviario; una hora de oración por la mañana y otra por la noche; media hora de acción de gracias después de la Misa; rezo del Santo Rosario, reviviendo las escenas; exámenes de conciencia al mediodía y por la noche; visita al Santísimo; preces de la Obra; lectura del Nuevo Testamento y de algún otro libro espiritual. A este programa adjuntó una hoja de Propósitos, tales como el no desperdiciar las cosas pequeñas, invocar al Ángel de mi guarda, adquirir un exterior grave y modesto, etc. Todo esto acompañado de nuevas mortificaciones corporales: cilicio diario; dormir en el suelo tres veces a la semana; y ayuno absoluto, sin pan ni agua, un día por semana.

Finalmente, antes de dejar Segovia, hizo una expresa reafirmación de su fe en el origen sobrenatural de la Obra, robusteciendo así su decidido empeño de entrega:

Para terminar: siento que aunque me quedara sólo en la empresa, por permisión de Dios, aunque me encuentre deshonrado y pobre —más que lo soy ahora— y enfermo... ¡no dudaré ni de la divinidad de la Obra, ni de su realización! Y ratifico mi convencimiento de que los medios seguros de llevar a cabo la Voluntad de Jesús, antes que actuar y moverse, son: orar, orar y orar: expiar, expiar y expiar |# 153|.