La atención a los enfermos

San Josemaría entre los enfermos de Madrid (1927-1931)

Desde los primeros días en que ejerció su ministerio, don Josemaría tuvo ocasión de conocer la amplísima actividad apostólica que se impulsaba y dirigía desde aquel centro, así como las visitas domiciliarias a enfermos graves que hacían las llamadas visitadoras. A partir de la aprobación diocesana y durante los seis meses que duraría el postulantado de las primeras damas, creció el volumen de las actividades del patronato. Luz Rodríguez-Casanova, con ayuda de las demás religiosas y de las señoritas auxiliares, se ocupaba de todo: de las visitas a los colegios, de la catequesis a los matrimonios, del socorro a los enfermos, del seguimiento de los maestros y de la organización de la enseñanza de sus escuelas13.

La primera de las actividades iniciadas por Rodríguez-Casanova en 1902, había sido la Obra de la Preservación de la Fe. Su finalidad era establecer cerca de las escuelas laicas que se multiplicaban entonces por Madrid, otras escuelas para niños y niñas llevadas por maestros y maestras profesionales creyentes, que contrarrestaran su influencia. Pero al entrar en contacto con los padres de estos alumnos, doña Luz había detectado enseguida la difícil situación material y espiritual de muchas familias y, dos años después, fundó el Patronato de Enfermos.

Para atender esta labor asistencial movilizó lo que hoy llamaríamos un amplio voluntariado con señoras y señoritas de la alta sociedad, a la que pertenecía Rodríguez-Casanova. Así se fueron formando grupos de auxiliares, unas como damas catequistas y otras como visitadoras. Estas últimas, en relación directa con las escuelas, eran las que recababan noticias sobre los enfermos, y las que seguían y se acercaban más apostólicamente a las familias.

Don Josemaría pudo oír hablar de don Anselmo, años atrás capellán del patronato, que se había prestado entonces a atender a los enfermos graves que requerían con urgencia auxilios espirituales; y debió de pensar que, si conseguía poner orden en sus distintas ocupaciones, esa actividad sería compatible con el trabajo en la capellanía, con la preparación de las asignaturas del doctorado de derecho, que planeaba presentar a examen en septiembre, e incluso con el desempeño de algún trabajo complementario académico o de enseñanza –si lo encontrara– que le permitiera asentar su estrecha economía y poder traer cuanto antes a su familia a Madrid.

Su afán sacerdotal le impulsaba hacia un trabajo como el que ahora podría emprender14. Ya en otras ocasiones había procurado acercarse a los más necesitados15, pero nunca se le había presentado una oportunidad como aquella para poder tocar de cerca tanta y tan abundante pobreza, enfermedad y dolor como se escondía en los barrios populares de Madrid. Aunque desde 1917-1918 presentía que el Señor le pedía algo que él todavía no conocía, pensó que colaborar ministerialmente en el apostolado con enfermos que realizaban aquellas mujeres desde el Patronato de Enfermos, lejos de desviarle del querer de Dios, haría madurar su corazón sacerdotal. Y así fue, como él mismo dejaría constancia escrita en mayo de 1932 al recordar esta etapa de su vida: “en el Patronato de Enfermos quiso el Señor que yo encontrara mi corazón de sacerdote”16.

Cuando don Josemaría se ofreció a atender esta labor, las visitadoras tenían fácil acceso a las familias de 14.000 alumnos inscritos en las 58 escuelas que la Preservación de la Fe tenía repartidas por diversos barrios de los distritos de Madrid17. Conversando con las madres de los alumnos, llegaban a conocer con exactitud el estado espiritual y médico de algunos de sus parientes, amigos y vecinos. Según el anverso de las pequeñas hojas impresas que utilizaban, anotaban el nombre del enfermo, su domicilio y el diagnóstico médico; señalaban, además, los sacramentos que querían o podían necesitar, los objetos que habían de entregarles, visitas médicas que precisaban, haciendo a continuación cuantas observaciones estimaran convenientes. En el reverso, daban cuenta de la visita efectuada, indicando el día, hora y estado en que habían encontrado al enfermo.

Cuando las visitadoras encargadas de un barrio sabían que, por la razón que fuese, la parroquia más próxima no podría atender algunos casos urgentes, exponían las necesidades que habían detectado en su zona en la Junta de Señoras celebrada casi todos los sábados por la tarde en la sede del patronato, en la calle de Santa Engracia. Allí indicaban los enfermos que a su parecer debían ser atendidos por el capellán, entregando el impreso previsto para las visitas a enfermos o, como sucedía en la mayoría de los casos, una nota escrita en cualquier tipo de papel. Posteriormente, la encargada de trasmitir el aviso a don Josemaría rellenaba con esos datos el impreso oportuno; o bien, si por retrasos u otra causa no había tiempo para hacerlo, le entregaba los impresos o los papeles informales que las visitadoras habían hecho llegar al patronato18.

A menudo, indicaban la conveniencia de que el martes o el miércoles fuera a confesar a alguna persona que recibiría la Sagrada Comunión el jueves siguiente. Éste era el día previsto para que el capellán llevara la Eucaristía a los que lo solicitaban, a no ser que en aquella semana coincidiera un primer viernes de mes, en cuyo caso se administraba la comunión el viernes. El sacerdote llegaba con el Santísimo Sacramento a los diversos domicilios conducido por el mecánico del coche que esa semana facilitaba alguna de las protectoras.

Como ha recordado Pilar Sagüés: no resultaba fácil que las Parroquias fueran a atender aquellos numerosos enfermos que las religiosas iban visitando y a las que ayudábamos las personas de fuera. En cambio, don Josemaría aceptaba con mucho gusto aquella hoja, o sea la lista de enfermos, y nunca ponía dificultades para realizar aquel trabajo. Iba visitando a todos aquellos enfermos a los que confesaba y atendía dándoles consuelo y ánimos, ayudándoles a llevar sus dolores con espíritu sobrenatural. También les llevaba la Sagrada Comunión, para lo cual las señoras Protectoras de la Congregación prestaban sus coches en los que él se trasladaba llevando el Santísimo Sacramento19.

Al analizar con detalle el contenido de las hojas archivadas por don Josemaría, se comprueba que, aunque era una actividad que ni podía ni debía encorsetarse pues había que atender al necesitado cuando era urgente hacerlo, estaba llevada con cabeza y buen orden, por lo que el capellán conseguía hacerla compatible con el cumplimiento de sus propios menesteres diarios.

Julio González-Simancas y Lacasa