"Los ministros del Opus Dei" o el éxito de una consigna falangista

El tópico de "los ministros tecnócratas del Opus Dei" es una de las pocas consignas falangistas que han sobrevivido al régimen de Franco, y que hoy solo se puede repetir desde la superficialidad, el desconocimiento de los hechos o la incapacidad para comprender lo que significa la libertad personal.

Sumario

1. Los hechos
2. De consigna falangista a tópico injusto
Anexo 1. Ministros sin intervención del Opus Dei
Anexo 2. Hombres frente al Régimen, a título personal


1. Los hechos

1) En los gobiernos de Franco hubo ministros que eran miembros del Opus Dei (exactamente 8 de un total de 116). Ver anexo 1. Algunos han pretendido mostrar al Opus Dei como un grupo con intereses y estrategia política, que iba situando peones en la estructura del Estado. Esta simplificación ha sido repetida de forma mimética por quienes ocultan o desconocen otros hechos:

2) Aparte de la inmensa mayoría de los miembros del Opus Dei que no participaron en vida política del régimen, también hubo otros que destacaron por sus posturas críticas. Ver anexo 2. Todos repetían con insistencia que eran libres y actuaban en nombre propio, no del Opus Dei: cada uno es responsable de sus ideas y actuaciones.

3) Los que ocuparon altos cargos también protestaron siempre ante esa tergiversación. Las diferencias que existían entre ellos y con los que estuvieron en contra, lo prueban.

4) El Opus Dei siempre rechazó esas simplificaciones, recordando que no tiene programa político ni doctrina propia, y que su actuación se circunscribe exclusivamente al ámbito espiritual: pretende recordar a todos los hombres y mujeres, sin distinción de origen, posición social, ideología... que están llamados a vivir su fe en plenitud en medio de sus ocupaciones habituales, a ser cristianos coherentes sin dejar de ser ciudadanos normales, con un respeto absoluto hacia la libertad de cada uno. Precisamente el respeto a la libertad de las personas es una de las características más destacadas de esta institución, y es ésta una de las razones por las que no fue entendido durante aquellos años en España. Los ataques más duros que ha recibido el Opus Dei se dieron en este país entre los años 40 y 70. ¿Cómo puede decirse, entonces, que estaba implicado con el régimen?

Los hechos prueban de manera incontestable que los miembros del Opus Dei actuaron de forma libre e independiente, y que su pertenencia a esta institución es políticamente irrelevante: unos ocuparon puestos y estuvieron ligados a grupos de diversa procedencia (tradicionalistas, monárquicos, falangistas o simplemente franquistas) o como independientes (por su cualificación); y otros se enfrentaron al régimen de forma aislada o alineados con grupos también diversos (republicanos, monárquicos de don Juan, plataformas democráticas de los últimos años), o desde distintos medios de comunicación, sufriendo represalias de todo tipo (exilio, incautación de bienes y empresas periodísticas, procesos judiciales y auténticos linchamientos mediáticos).

Es decir, el tópico de la vinculación del Opus Dei al régimen de Franco no resiste el más mínimo análisis histórico. Entonces, ¿por qué se difundió tanto e incluso ahora hay personas que siguen repitiéndolo?

2. De consigna falangista a tópico injusto

El origen de esa simplificación hay que buscarlo en el propio régimen de Franco, entre falangistas y entre personas de mentalidad clerical:

A) En los años cuarenta, el Opus Dei sufrió una campaña insistente de descalificaciones, tanto desde medios clericales como políticos (llegó a ser acusado ante el Tribunal de Orden Público). Las acusaciones arreciaron cuando algunos miembros, de manera independiente y libre, accedieron a algún puesto por méritos propios (cátedras universitarias o altos cargos en la administración pública[1]). Procedían esas insidias de personas que no entendían el valor de la libertad personal, y suponían que el Opus Dei actuaba en la sombra. Semejante suposición es comprensible en la España de Franco: no existía un marco de libertades ni cauces de participación política, de modo que sí lo eran manifestaciones culturales, sociales y religiosas muy politizadas. El Opus Dei, en cambio, rompía el molde, porque sus miembros actuaban de forma independiente, y entre ellos había de todo.

B) Esa confusión también se produjo por la mentalidad clerical entonces existente que llevaba a presuponer que, por el hecho de pertenecer a una institución católica, hubiera que hacer política católica; y que si se pertenecía a una institución católica, necesariamente se la estaba representando. Prueba que existía esa mentalidad en ciertos ámbitos católicos el hecho de que el fundador del Opus Dei recibiera presiones, primero para que la institución se manifestara a favor del régimen y metiera en cintura a los disidentes; después, desde los años sesenta, en sentido opuesto, para que exigiera a los miembros del Opus Dei que retiraran toda colaboración o que condenaran expresamente al régimen. Ambas pretensiones manifestaban que aún no se entendía lo que era la libertad personal, algo que Josemaría Escrivá venía difundiendo desde antes de la guerra y respetando de una forma radical: cada persona es libre para hacer lo que quiera, sólo se representa a sí misma, y el Opus Dei no tiene nada que decir al respecto ni le interesan esos asuntos.

La persistencia de aquella mentalidad explica el desconcierto que causó entre no pocos católicos el hecho de que hubiera miembros del Opus Dei que ocuparan cargos políticos mientras que otros criticaban al gobierno.

C) El principal propagador de esa leyenda negra del Opus Dei fue sin duda la Secretaría General del Movimiento. Como estructura similar a un partido político, la Falange pretendía ocupar el poder, y su error consistía en atribuir fines análogos a los demás. A mediados de los cincuenta, los miembros del Opus Dei dedicados a la política (media docena entre los muchos españoles que colaboraron con Franco en esos años) eran profesionales independientes que habían seguido una trayectoria habitual entonces: desde el mundo universitario o empresarial habían sido llamados a ocupar puestos de responsabilidad en la Administración del Estado y habían ascendido por méritos propios. Lo raro habría sido que, entre aquella gente, no hubiera ningún miembro del Opus Dei.

Hay que tener en cuenta que el Movimiento se consideraba inspirador del nuevo Estado. Sin embargo, desde 1942 Franco lo había ido dejando poco a poco al margen. En 1956 hicieron un último intento de institucionalizar el partido único, a través de los proyectos de Arrese, que Franco rechazó. Un año después, en el cambio de gabinete de 1957, los falangistas eran postergados y se producía un golpe de timón que no les sentó nada bien. Recibieron a los nuevos ministros con desdén. Habían sido seleccionados por su cualificación técnica y no utilizaban el lenguaje ni hacían alusiones a los principios doctrinales dominantes. Entre ellos estaban Navarro Rubio y Ullastres, que se hacían cargo de la reorientación económica del país. Además, junto a Carrero, comenzaba a despuntar López Rodó, que dirigió las reformas de contenido político institucional que irían eliminando los rasgos fascistas del Estado.

Es entonces cuando empezaron a denominarles como "tecnócratas", con lo que se quería designar su pertenencia al Opus Dei y descalificarlos políticamente. Las campañas de desprestigio fueron en aumento en los sesenta, claramente impulsadas desde la Secretaría General del Movimiento y su aparato de prensa, que alcanzaba a todo el territorio español.

No era aquello un ataque al Opus Dei en cuanto tal, sino una instrumentalización política del hecho, no político, de que algunas personas eran miembros de esa institución. Con bastante cinismo, el dato de la pertenencia de alguien al Opus Dei era ocultado por esos sectores cuando venía a contradecir el esquema, y se utilizaba cuando resultaba útil para descalificar a una persona, incluso con algunos que nada tenían que ver con el Opus Dei.

D) La oposición izquierdista a Franco asumió pronto ese discurso por lo que suponía de descalificación al régimen y a la Iglesia. Por otro lado, no tiene nada de paradójico ya que los marxistas de aquellos años, en sus planteamientos ideológicos, tampoco entendían eso de la libertad personal.

La publicación que más importancia tuvo en la difusión de esa leyenda es la de Jesús Ynfante (París, 1971), en la que aparecen medias verdades con datos absolutamente delirantes sobre la supuesta influencia política del Opus Dei, como que el gabinete de 1969 estaba constituido sólo por miembros de esta institución. Esta y muchas otras afirmaciones erróneas han sido tomadas al pie de la letra en publicaciones de todo género, algunas de gran difusión como el manual de Historia de España publicado por Alfaguara (volumen 7, de Ramón Tamames).

E) Por supuesto, hay historiadores que se han rendido a la evidencia y aceptan esa diversidad entre los miembros del Opus Dei, es decir, que la pertenencia a esta institución no tiene relevancia política y, en consecuencia, ni citan ese hecho por superfluo. Pero no todos son capaces de entenderlo. Se da el caso de un historiador, Ricardo de la Cierva, que reconoce esa diversidad pero la explica de una forma sorprendente y sin prueba alguna: el Opus Dei juega a todas las bazas y gana siempre. Reaparece aquí la visión clerical, ya señalada, según la cual cada miembro del Opus Dei representa al Opus Dei en todos los ámbitos. Pero esa explicación no se sostiene. ¿No será verdad lo que los miembros del Opus Dei afirman: que son libres de pensar y actuar como les da la gana, y que no representan más que a sí mismos?

F) Estas simplificaciones perezosas o interesadas se han seguido repitiendo desde entonces con total ligereza por quienes no conocen los hechos. Hablar de "los tecnócratas del Opus Dei" o de los "gobiernos tecnócratas del Opus Dei" es completamente inapropiado. Ni todos los tecnócratas eran del Opus Dei, ni todos los del Opus Dei hacen política, ni todos los del Opus Dei que participaron en política eran franquistas ni tecnócratas (ni siquiera los que estuvieron del lado de Franco). Y usar esa adscripción ("del Opus Dei") como forma de caracterización política no tiene sentido. A la vista de los datos (ver anexos 1 y 2) utilizar esas expresiones es algo parecido a caracterizar a los ministros actuales como los del Real Madrid, los del Betis y los del Barça. Este análisis resultaría ridículo, al igual que hacerlo con el Opus Dei.

Para los miembros del Opus Dei, este asunto es evidente. Si yo, miembro del Opus Dei, trabajo en la fábrica de Renault y a la vez estoy afiliado a la Chunta Aragonesista, en este ámbito político no represento ni a Renault ni al Opus Dei; y, por supuesto, ni Renault ni la Chunta son del Opus Dei. Es decir, su pertenencia al Opus Dei es completamente irrelevante en términos políticos.

Anexo 1. Ministros sin intervención del Opus Dei

En 40 años de régimen, Franco nombró 116 ministros. Sólo 8 eran del Opus Dei. De ellos, uno murió en accidente de tráfico a los tres meses de su nombramiento; 3 ocuparon cartera en 1 gabinete. Y sólo los otros 4 repitieron (Ullastres, Navarro Rubio, López Rodó y López Bravo). Se caracterizan por acceder a esos puestos por caminos completamente dispares, desde procedencia diferente, siguiendo carreras políticas normales entonces, ligados a personalidades de variado perfil y afinidad política.

Los dos primeros son de 1957. Alberto Ullastres, catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona, fue nombrado ministro de Comercio por su capacitación para llevar a cabo la estabilización económica recomendada por el Fondo Monetario Internacional y la OCDE. Fue claramente un ministro independiente, sin afinidades políticas, y es el único que podría calificarse con propiedad como exclusivamente técnico.

Mariano Navarro Rubio, en cambio, era jurídico militar y letrado del Consejo de Estado, había sido subsecretario de Obras Públicas con Vallellano (monárquico) y fue nombrado ministro de Hacienda. Era un político nato, como se puede observar en las reformas fiscales y la reorganización bancaria que llevó a cabo. Tuvo frecuentes roces con Ullastres, pues reclamaba para su departamento la definición de la política económica. Franco no lo aceptó y decidió finalmente hacerla depender de la presidencia del gobierno, mediante la creación en 1962 de la Comisaría del Plan de Desarrollo, de la que se encargaría López Rodó. Navarro Rubio presentó entonces su dimisión, pero Franco la rechazó hasta 1965, cuando López Rodó entró por primera vez en el gobierno.

Laureano López Rodó era catedrático de Derecho Administrativo en Santiago de Compostela. Fue llamado en 1956 por Iturmendi (ministro de Justicia, tradicionalista) para llevar a cabo la reorganización jurídica e institucional del Estado. Destaca su participación en la Ley Orgánica del Estado y la Ley de Sucesión, claves en el paso del franquismo a la monarquía constitucional. También dirigió los Planes de Desarrollo. Estuvo en el gobierno desde 1965 hasta 1973. Cerca de Carrero, su influencia era notable. De los nombres que propuso para ocupar cargos ministeriales, sólo uno era del Opus Dei, Vicente Mortes, ingeniero de caminos, de origen humilde, que estuvo entre los grupos falangistas valencianos de la posguerra, antes de conocer el Opus Dei. Mortes había ascendido de la mano de Arrese, que le nombró Director General de la Vivienda. Se distinguió por su buen hacer y López Rodó le propuso en 1969 para la cartera de Vivienda.

Otro de los personajes destacados fue Gregorio López Bravo. Sin antecedentes políticos y de origen social modesto, ingeniero naval, destacó por su actividad en diversas empresas. Fue nombrado ministro de Industria en 1962, y ocuparía más tarde la cartera de Exteriores, hasta junio del 73. Sería recordado por ser capaz de convencer a Franco de la necesidad de establecer relaciones con la Unión Soviética y el bloque del Este.

El gabinete que contó con más ministros que pertenecieran al Opus Dei fue el de 1965-69 (4). Se ha dicho erróneamente que muchos otros eran del Opus Dei. Se llegó a decir hasta de Carrero Blanco, Claudio Boada, Lora Tamayo, López de Letona o Villar Palasí. La confusión procede de los ataques procedentes de la Secretaría General del Movimiento, liderados por Solís y Fraga, dirigidos a apartar a quienes no eran de su agrado, tachándoles con esa etiqueta, aunque nada tuvieran que ver.

La variedad política de los que ocuparon altos cargos es también notoria, lógicamente dentro de los márgenes que permitía el régimen: López Rodó, López Bravo y Mortes eran partidarios de la restauración monárquica en la persona de don Juan Carlos; Hermenegildo Altozano y Florentino Pérez Embid pertenecían al Consejo Privado del Conde de Barcelona; Herrero Tejedor y Herrero Fontana eran falangistas; Araluce Villar y Mendizábal Uriarte, tradicionalistas; Ullastres y Espinosa San Martín, independientes.

Entre los colaboradores de López Rodó figuraban personas de todos los colores (Estapé, Fuentes Quintana, Velarde, Sardá, etc.), la mayoría de los cuales jamás tuvieron nada que ver con el Opus Dei. Navarro Rubio tuvo entre sus colaboradores a personas como Borrel y Solchaga, años después ministros socialistas. Martín Villa, Director General con López Bravo, afirma que en su ministerio y en contra del rumor general no había más que un alto cargo de la Obra[2]. El mismo López Bravo escogió exclusivamente a diplomáticos para los cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores y embajadas, en contra del proceder habitual (anterior y posterior) de nombrar políticos de confianza. Son algunos ejemplos incontestables que muestran la diversidad, la independencia y la apertura de mente de esos hombres.

Anexo 2. Hombres frente al Régimen, a título personal

También hubo personas del Opus Dei que se opusieron al régimen.

En 1953, Rafael Calvo Serer, investigador y profesor universitario, monárquico liberal, publicó en París un ensayo crítico hacia la política interior del gobierno de Franco. Inmediatamente fue expulsado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, recibió todo tipo de insultos desde el poder y la prensa afín, y se vio obligado a exiliarse. Desde 1966 edita el diario Madrid, que inmediatamente destacó por su independencia y su actitud denunciante del autoritarismo y por reseñar aspectos importantes de la vida laboral y universitaria que se salían del esquema franquista. Dirigido a minorías inquietas y de los ámbitos políticos, culturales, laborales y universitarios, convergieron en él distintas opciones políticas pero con un mismo fin, el de la defensa de las libertades públicas. Fue el medio de prensa más beligerante contra el régimen, y eso explica que recibiera numerosas amenazas y sanciones, fuera suspendido en 1968 y cerrado definitivamente en 1971. En ese periodo, Calvo Serer recibió incontables insultos desde tribunas políticas y periodísticas, y en 1968 volvió a exiliarse. En 1974 aparece como uno de los fundadores de la Junta Democrática, en la que figuraban el Partido Comunista, el PSI de Tierno Galván, CCOO e independientes conocidos como García Trevijano y Vidal Beneyto. Se trataba de un intento de preparar la llegada de la democracia desde la clandestinidad.

Otra personalidad destacada fue Antonio Fontán, catedrático de Universidad y director del diario Madrid cuando fue sancionado y cerrado por orden ministerial. Más tarde sería elegido presidente del Senado en la etapa constitucional, lo cual fue posible por su prestigio y porque estaba libre de cualquier sospecha de franquismo.

Durante los años sesenta y setenta son varios los periodistas, que eran miembros del Opus Dei, que destacaron por su trabajo independiente, molesto para con el régimen y, con frecuencia, enfrentado a él.

Manuel Fernández Areal, director del Diario Regional de Valladolid, fue expedientado por un artículo y sometido a un consejo de guerra en 1965, que le condenó a pena de prisión militar.

Andrés Garrigó, Juan Pablo Villanueva, José Luis Cebrián, Carlos Soria y Antonio Herrero Losada son otros conocidos periodistas que mantuvieron posiciones críticas desde otros medios: El Alcázar, Gaceta Universitaria (1962-1972), Nuevo Diario (1967-1976), Europa Press. Todos ellos saben de inspecciones, multas y todo tipo de sanciones, aparte de los consabidos insultos y críticas desde el búnker falangista.

Estos medios tuvieron un papel importante en la transformación del ambiente político de aquellos años (como reconocería el nada sospechoso Tierno Galván), haciendo llegar a los españoles la verdad sobre las revueltas estudiantiles, las huelgas o las protestas de clérigos u organizaciones católicas como la HOAC (que están en el origen de Comisiones Obreras), las JOC y las JEC. Los casos más destacados fueron los del diario Madrid, ya comentado, la agencia Europa Press y el diario El Alcázar.

Europa Press, dirigida por Antonio Herrero, fue la primera agencia de noticias española que podía hacer la competencia a la estatal EFE. Su apertura le valió ser sometida a innumerables vejaciones por parte del Ministerio de Información (con Fraga al frente).

El caso de El Alcázar es más conocido. La cabecera pertenecía a la Hermandad de Nuestra Señora Santa María de El Alcázar, que la había cedido a Prensa y Ediciones hasta 1994. El diario llegó a alcanzar una tirada de 100.000 ejemplares bajo la dirección de José Luis Cebrián, colocándose en el quinto lugar de la prensa española. En él encontraban lugar informaciones abundantes sobre el movimiento huelguístico y críticas a la organización sindical estatal. Empezó entonces una campaña sistemática contra el Opus Dei desde los medios de prensa controlados por la Secretaría General del Movimiento y, en especial, desde el diario Pueblo. El Ministerio suspendió temporalmente la publicación de El Alcázar en 1967 y consiguió que la propietaria de la cabecera rescindiera el contrato de cesión. Cuando salió de nuevo a la calle, lo hizo con un grupo de redactores de la cadena de prensa del Movimiento a la cabeza, fiel al gobierno y de marcado carácter derechista, que es el perfil con el que se recuerda hoy a ese diario.

En todos estos casos de clara persecución, los ministros que eran miembros del Opus Dei no hicieron nada por protegerles. ¿Cómo es posible entonces que existiera un grupo político definido por su pertenencia a dicha institución?

Había gente que pensaba que estos medios eran del Opus Dei por el hecho de que hubiera miembros de dicha institución. En el fondo, son de nuevo unos pocos profesionales (una docena entre más de doscientos periodistas) que trabajaban en esos medios. Decir que esos medios de comunicación eran del Opus Dei es un despropósito similar al señalado sobre los ministros. En este caso también, su pertenencia al Opus Dei no tenía relevancia profesional ni política.

[1] Dejando a un lado las falsedades que se han difundido a este respecto, es interesante señalar que la pertenencia al Opus Dei fue, en no pocas ocasiones, un obstáculo para ocupar puestos universitarios o en la carrera diplomática, por muy brillantes que hubieran sido sus oposiciones.

[2] "Yo no soy del Opus Dei, que era una de las leyendas que circulaban porque se suponía que cualquier Director General o colaborador destacado de algún Ministro de la Obra tenía que pertenecer necesariamente a esta organización. Yo mismo, al incorporarme al equipo del Ministerio de Industria, incurrí en la suposición: creía que todos eran del Opus y resultó que a todos, menos a uno, les ocurría lo mismo que a mí; es decir, que no lo eran". AA.VV., Gregorio López Bravo visto por sus amigos, Madrid, 1988, pág. 181.


Estudio publicado originalmente en 2008

Juan Villa Arranz, Doctor en Historia Contemporánea y Licenciado en Sociología