Caminando por la calle yo te vi

Amparo Casassa: el “vivir al día” de una artista canaria.

Amparo Casassa

Caminando por la calle…

Ahora me ha entrado la duda y ya no recuerdo si la letra es de Chambao o de Gipsy Kings… Es una canción que me encanta: “Caminando por la calle yo te vi”. Me evoca tantas cosas… pero quizá podemos hablar de ellas al final.

Soy pintora. Heredé la vena artística de mis padres, aunque ninguno de ellos se dedicó profesionalmente al arte. Cuando falleció mi madre nos encontramos muchos dibujos y bocetos entre sus libros; y mi padre, que estudió Medicina en Granada, también tenía alma de artista. Nos contaba que durante la carrera se compró un torno, con el que hacía bocetos en barro de sus compañeros.

Me dedico a la restauración y la pintura, algo que cuando era pequeña me parecía inalcanzable, porque pensaba sólo en Rafael, en Miguel Angel… Hice Bellas Artes en la Isla y al terminar, como les sucede a tantos artistas jóvenes, me di cuenta de que necesitaba una actividad complementaria que me diese estabilidad económica. Y decidí irme a Sevilla para estudiar restauración. La verdad es que Sevilla es una ciudad que me encanta, y pienso que, en el fondo, fue una excusa mía para pasarme un año entero allí…

Tras licenciarme regresé a Gran Canaria y abrí este taller en las Palmas, donde paso la mayor parte de mi tiempo, restaurando, pintando y dando clases de pintura a personas mayores.

Vivir al día

Mi trabajo tiene algo, o mucho, de aventura, y me exige vivir al día, que no es vivir alocadamente, vertiginosamente y sin pensar. Hay un consejo muy práctico que leí en Camino: “Pórtate bien "ahora", sin acordarte de "ayer", que ya pasó, y sin preocuparte de "mañana", que no sabes si llegará para ti”. Porque ahora no es demasiado pronto, ni demasiado tarde…

A eso me refiero cuando hablo de vivir al día: se trata de vivir confiando, abandonándose, en el amor que Dios nos tiende. Aprendí de san Josemaría esta jaculatoria: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. Yo suelo añadir: lo previsto y lo imprevisto, porque a veces la vida te da unos toletazos que te dejan tambaleando… pero hay que remontar.

Me considero una persona afortunada y feliz, a pesar de que he pasado -y paso- por lo que todo el mundo pasa -y más-, de malos tragos, enfermedades, disgustos, problemas, incertidumbres…

Eltruco para no perder la paz es muy sencillo: consiste en levantarse por la mañana y acostarse por la noche sabiendo que todo tu día tiene un único destinatario: Dios. Esa es la Razón, con mayúscula, para vivir. Y yo le agradezco a Dios que en unos tiempos como los que corren pueda trabajar en lo que me gusta, en algo tan gratificante como las obras de arte.

 

La carta a los artistas La carta de Juan Pablo II a los artistas me produjo un fuerte impacto. Me hizo reflexionar. Y concluí que si Dios te ha dado un lenguaje propio –llámese pintura, música, escritura, lo que sea– tienes el deber, la responsabilidad, de cultivarlo y de comunicar belleza por medio de tu lenguaje. Por eso, como fruto de esa Carta, me comprometí conmigo misma a exponer, al menos, cada dos años.

Y así lo he venido haciendo. He participado en happenings y en exposiciones individuales o colectivas sobre temas muy distintos: “El juguete”, “Pintores con La Rama”, “Meta´z”, “Fuera del sótano”, “Nunca pasa nada”… Una de las exposiciones que he hice trataba sobre Roma.

Me resultó muy costosa, como siempre, porque preparar una exposición tiene muy poco de divertido, al menos al principio. Yo tardo mucho más en la elaboración de mi discurso, del mensaje que quiero comunicar, que en la propia tarea de pintar. Es tiempo de leer, de ver, de escuchar… Y a lo mejor te pasas un año así: tomando notas y dándole vueltas al tema, antes de encerrarte en el taller un mes o dos meses para hacer la obra.

Una luz en la noche

Como he dicho, la idea central de esa exposición era Roma, que es, según la conocida expresión, “la única ciudad que se gloría de albergar al Vicario de Cristo”. Y precisamente cuando estaba trabajando en ella, enfermó el Papa y comenzó la agonía de Juan Pablo II… 

Viví intensamente aquellos días: era como si sintiera el calor de las velas que llevaba la gente en la oscuridad de la plaza de san Pedro, como si experimentara la frialdad de aquella noche… A veces me daba la sensación de que estaba físicamente allí, con la mirada fija en aquella ventana iluminada. Y se me quedó grabado el momento en el que anunciaron su muerte y dijeron la hora en la que se ha ido a la Casa del Padre.

Decidí centrar mi exposición sobre Roma en aquel instante preciso del fallecimiento. Quería trasmitir aquel momento singular en el que parecía que la ciudad había quedado sumida en una oscuridad total, cuando sucedió precisamente lo contrario: Roma brilló entonces más que nunca.

Es como cuando miras de frente una luz fortísima y cierras los ojos instintivamente… Así fue la muerte de Juan Pablo II: un momento de plenitud, una luz inmensa que iluminó al mundo en medio de la oscuridad de la noche; una luz que se podía mirar y que el mundo entero miró.

¡Qué oscuro pintas, qué triste! –me dijeron algunos amigos al ver aquella exposición. Y yo le explicaba que el negro de esos cuadros no es triste: es aplomo, es serenidad, es paz; porque alberga una luz interior que lo ilumina todo, como cuando vas por la calle y ves… pero ése es el tema de la canción de Chambao -¿o de Gipsy Kings?- del que dije que iba a hablar al principio de estas líneas.

Pero ahora pienso que no hace falta. Seguro que los que me leen han intuido qué evoca esa letra. El arte, en gran medida es eso: sugerencia. Y “Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va”…