Dawn, enfermera en Haití

Dawn Ribnek es una enfermera de Chicago. Cuando el reciente terremoto desoló Haití, ella se encontraba en la isla. Con ocasión de los cinco meses del desastre, Dawn relata su experiencia.

Dawn Ribnek con unos pacientes en Haití.

“Era mi cuarto viaje a Haití, donde estaba trabajando en la puesta en marcha de un hospital rural junto con otras cuatro enfermeras de la “University of Illinois” de Chicago.

Formamos parte de “Poco a poco” (Little by Little), una ONG que desea mejorar la salud de los niños y las familias de Haití. Para mí, esta tarea de voluntariado como un servicio, pues en el Opus Dei he aprendido que todo trabajo agrada a Dios si se hace por los demás.

Este año habíamos pasado revisión médica a más de 1.000 personas en cinco días de trabajo en un pequeño poblado llamado Gramothe, situado en la falda de una montaña de las afueras de Puerto Príncipe. Para ser atendidos, muchos habían caminado más de una jornada y pasado la noche al aire libre.

El poblado de Gramothe, donde trabajó Dawn.

El 12 de enero terminábamos nuestro trabajo. Cuando vimos al último paciente a las cuatro de la tarde, recogimos nuestras cosas y nos fuimos. Casi todos decidimos volver a casa dando un paseo bajo el sol de la tarde, y así poder despedirnos de los niños del pueblecito.

En el camino de regreso, a las 4:53, cuando bordeábamos un grupo de casas, el suelo empezó a temblar con gran ruido, arrojándonos al suelo.

Al principio, no sabíamos qué estaba pasando. Cuando entendimos que se trataba de un terremoto, corrimos a nuestra casa. Todos estaban fuera, asustados pero a salvo. Enseguida pensamos en la gente de Gramothe. Seis subimos a los todoterreno y fuimos rápido al hospital. Cuando llegamos, vimos que el desastre allí había causado un buen grupo de heridos y daños en muchas viviendas.

UN HOSPITAL, UN MÉDICO

Asistencia a un herido.

Willem, uno de mis compañeros, llevó a otro hospital más grande a una niña herida de gravedad por una roca en la orilla del río. Allí supo que ese centro medico solo contaba con un medico y unas pocas enfermeras. Más de un centenar de heridos graves comenzaban a acumularse en el parking. Así que todos nos trasladamos allí para dar una mano.

Fue entonces cuando comencé a darme cuenta de la magnitud de lo ocurrido. Al ver aquello, mientras descargábamos nuestro material, nuestra primera reacción fue rezar. Yo llevaba conmigo una estampa de san Josemaría, y la recé muchas veces pidiendo a Dios por esa gente y para que nos diera las fuerzas necesarias para trabajar sin descanso aquella terrible noche.

Pudimos atender a más de un centenar de heridos muy graves aquella noche. Nunca olvidaré los rostros de aquellas personas, casi todas con daños provocados por el derrumbe de sus casas. Buscaban en nuestras miradas un poco de esperanza. No teníamos mucho material sanitario –pues en breve habíamos previsto abandonar el país- pero hicimos lo que pudimos: vendajes, torniquetes, lavado de heridas, inmovilización de huesos…

Cuando terminamos con los más graves, la primera réplica del terremoto agitó el hospital, así que tuvimos que abandonar la tarea. Ya entonces, escuchamos los primeros cantos religiosos de la gente: eran oraciones a Dios en medio de la tragedia.

Durante los dos días siguientes continuamos atendiendo en nuestra mini-clínica a los heridos que llegaban sin cesar. El jueves, mientras atendíamos la consulta, oímos unos cantos fúnebres en la iglesia cercana: era el entierro de la niña que atendimos justo después del terremoto.

Regresamos a los EEUU el 19 de enero. Aunque he retomado mi vida en Chicago, y continúo trabajando como enfermera en un hospital pediátrico, no dejo de rezar a diario por la gente de Haití, y agradezco a Dios que me haya permitido aliviar al menos un poco el dolor de quienes tanto han sufrido.