¿Por qué sacerdote?

"Sacerdote para la eternidad" es una homilía pronunciada por San Josemaría Escrivá el 13.IV.73, Viernes de Pasión, antigua conmemoración de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María

El santo Sacramento del Orden Sacerdotal será administrado a este grupo de miembros de la Obra, que cuentan con una valiosa experiencia –de mucho tiempo tal vez– como médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, o de otras diversísimas actividades profesionales. Son hombres que, como fruto de su trabajo, estarían capacitados para aspirar a puestos más o menos relevantes en su esfera social.

Se ordenarán, para servir. No para mandar, no para brillar, sino para entregarse, en un silencio incesante y divino, al servicio de todas las almas. Cuando sean sacerdotes, no se dejarán arrastrar por la tentación de imitar las ocupaciones y el trabajo de los seglares, aunque se trata de tareas que conocen bien, porque las han realizado hasta ahora y eso les ha confirmado en una mentalidad laical que no perderán nunca.

Su competencia en diversas ramas del saber humano –de la historia, de las ciencias naturales, de la psicología, del derecho, de la sociología–, aunque necesariamente forme parte de esa mentalidad laical, no les llevará a querer presentarse como sacerdotes–psicólogos, sacerdotes–biólogos o sacerdotes–sociólogos: han recibido el Sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes–sacerdotes sacerdotes cien por cien.

Probablemente, de tantas cuestiones temporales y humanas entienden más que bastantes seglares. Pero, desde que son clérigos, silencian con alegría esa competencia, para seguir fortaleciéndose con continua oración, para hablar sólo de Dios, para predicar el Evangelio y administrar los Sacramentos. Esa es, si cabe expresarse así, su nueva labor profesional, a la que dedican todas las horas del día, que siempre resultarán pocas: porque es preciso estudiar constantemente la ciencia de Dios, orientar espiritualmente a tantas almas, oír muchas confesiones, predicar incansablemente y rezar mucho, mucho, con el corazón siempre puesto en el Sagrario, donde está realmente presente El que nos ha escogido para ser suyos, en una maravillosa entrega llena de gozo, aunque vengan contradicciones, que a ninguna criatura faltan.

Todas esas consideraciones pueden aumentar, como os decía, los motivos de extrañeza. Algunos continuarán quizá preguntándose: ¿por qué esa renuncia a tantas cosas buenas y limpias de la tierra, a tener una ocupación profesional más o menos brillante, a influir cristianamente con su ejemplo en la sociedad desde el ámbito de la cultura profana, de la enseñanza, de la economía, de cualquier otra actividad ciudadana?

Otros recordarán cómo hoy, en no pocos sitios, serpea una notable desorientación sobre la figura del sacerdote; se charlotea de que es preciso buscar su identidad y se pone en duda el significado que, en las circunstancias actuales, reúne ese darse a Dios en el sacerdocio. Finalmente, también podrá sorprender que, en una época en la que escasean las vocaciones sacerdotales, surjan entre cristianos que ya habían resuelto –gracias a una labor personal exigente– los problemas de colocación y trabajo en el mundo.