Origen de una incomprensión

Capítulo de "El Fundador del Opus Dei y su actitud ante el poder establecido"

A pesar de todo, se puso en duda el grado de autonomía personal de estos hombres del Opus Dei, que ascendieron por méritos propios a esos cargos ministeriales, olvidando que hubo también otras personas del Opus Dei –algunas tan conocidas como Calvo Serer- que se opusieron frontalmente al Régimen durante esa misma época.

Al leer algunas historias de la España contemporánea no es raro encontrar junto a los nombres de esos ministros el latiguillo “del Opus Dei”, calificación que a veces se aplica arbitrariamente incluso a equipos ministeriales enteros. Hay autores siguen hablando todavía del “gobierno monocolor de 1969” como indicando que estaba compuesto en su casi totalidad por personas del Opus Dei, cuando la realidad es que de los 19 ministros del gabinete sólo tres pertenecían a esta realidad de la Iglesia.

El ambiente político de los últimos años del franquismo favoreció, sin duda, este tipo de categorizaciones simplistas, porque en décadas sucesivas y en otras naciones la pertenencia de algunos políticos relevantes al Opus Dei no llamará tanto la atención: baste recordar lo sucedido en países como Alemania, con figuras como Kurt Malangré, alcalde de Aquisgrán; o el Reino Unido, con una ministra en el gobierno laborista de Blair; por no hablar de Italia, donde fue elegida en 2006 como senadora de El Olivo, una formación de centro-izquierda, una mujer del Opus Dei.

Ya nadie se extraña de que estos hombres y mujeres dedicados a la política encuentren en el Opus Dei un aliento para vivir intensamente su vida cristiana, y que actúen en nombre propio, asumiendo sus personales responsabilidades en la vida pública.

Muy posiblemente el hecho de que el Opus Dei naciera en España y diera sus primeros pasos durante los complejos años en los que ese país pasó de la Monarquía a la República, y una vez concluido el conflicto, al franquismo de la inmediata posguerra, ha coloreado los comienzos del Opus Dei, a los ojos de algunos, con un tinte peyorativo. El franquismo aparece ante la opinión pública como la supervivencia del autoritarismo fascista en el mundo occidental de la posguerra, un mundo en el que triunfaron los sistemas democráticos; y para muchos la guerra de España se sigue contemplando a través de la visión romántica de autores como Hemingway, Koestler, Orwell o Malraux. A esto se sumaron “escritores católicos” como Mauriac, Bernanos, Journet, Madaule, o Maritain. A estos últimos les sorprendió dolorosamente la persecución religiosa que se llevó a cabo durante la IIa República, y comprendían, por eso, algunos de los motivos que llevaron a un sector de españoles a la rebelión militar; pero por otra parte temían las consecuencias de un compromiso de la Iglesia con un determinado régimen político; en este caso, con el régimen que acabaron formando los llamados “nacionales”; sin hablar de los horrores, inherentes a toda guerra, de los que se hablaba en la prensa a propósito de los dos bandos.

Frente a ellos sólo se encuentran las visiones de escritores concretos –y muy posicionados ideológicamente- como un Maurras, un Brasillach o un Jacques Chevalier; y, en ocasiones, un Claudel, en su oda “Aux martyrs espagnols” [1] .

Pero la visión del conflicto de estos últimos tuvo una influencia muy escasa en la opinión pública occidental, en contraste con el eco universal que alcanzaron las novelas, crónicas y ensayos de los primeros.

Todo esto facilitó que se aceptase acríticamente un análisis simplista de aquel complejo periodo histórico: aquello había sido, simplemente -se dijo- la “lucha de las democracias contra el fascismo”. Esa visión reductiva silenciaba el complejo entramado de concausas y en el conjunto de factores contrapuestos que intervinieron en el conflicto, como la terrible persecución religiosa que padecieron los católicos españoles durante los años de República y la guerra civil.

Todo esto explica que muchos, ignorantes de esto, no alcancen a valorar de un modo global el conjunto de lo ocurrido en España durante ese periodo. Y sin esa valoración global no se entiende, por ejemplo, el drama personal de los hombres y mujeres que lucharon en defensa de unos derechos tan elementales como la libertad de conciencia y de culto.

Lo curioso del asunto es que esa asimilación, llamémosla “perezosa”, del Opus Dei con el franquismo, se vuelve realmente paradójica cuando se estudia de cerca la historia de la institución durante aquella época, como luego veremos.

Dicho esto, hay que precisar que todo esto que venimos diciendo –las peculiaridades de un conflicto bélico complejo, en que intervinieron muchos factores contrapuestos- no acaba de explicar del todo la incomprensión que sufrió Escrivá a causa de las enseñanzas que proclamó y vivió personalmente; ni nos da una razón suficiente para entender el alto número de interpretaciones equivocadas que se hicieron sobre su modo de actuar frente al poder político.

Sucede que, junto con las anteriores, hay un conjunto de razones que explican la dificultad que tuvieron muchas personas de aquel periodo para entender el mensaje de san Josemaría. Entre ese conjunto de razones destacaremos las siguientes:

-      Un sector de la opinión pública de aquel tiempo pensaba que el compromiso de los miembros del Opus Dei con la institución era exactamente igual al de los religiosos con respecto a sus respectivas congregaciones. Desde este presupuesto equivocado, concluían que los miembros de la Obra estaban obligados a obedecer a las personas que les acompañan espiritualmente en todo y no sólo en lo que se refiere estrictamente a su vida interior y a su apostolado personal, como de hecho sucede. Ignoraban que en el resto de los ámbitos (profesional, político, económico, social, etc.) las personas del Opus Dei gozan de plena libertad: la misma que sus conciudadanos.

-      Junto con esa razón, se puede apuntar cierto humus cultural –que aún pervive en ocasiones- heredado de años anteriores, fruto de un conjunto de novelas, ensayos y artículos que habían prestado una especial atención al fenómeno de las sociedades secretas en el seno de la Iglesia. En muchos casos -como en el del Opus Dei- el supuesto secretismo de esas instituciones era totalmente infundado; aunque se hubieran dado en el pasado algunos casos aislados de instituciones que trabajaron realmente en secreto. Fue el caso, por ejemplo, de la Congrégation [2] , nacida a comienzos del siglo XIX; de la Compañía del Santísimo Sacramento o de La Sapinière.

-      Existía además cierta tendencia a valorar cualquier fenómeno nuevo bajo el prisma del “ dietrismo ”: “Parece bueno –se pensaba-, pero… ¿qué habrá realmente detrás ? Se aceptaba, casi por principio , que siempre hay algo que nos ocultan . Esta actitud era fruto, en gran medida, de las obras de una serie de autores del siglo XIX. Eugène Sue es uno de sus mejores representantes: a él se deben estereotipos maliciosos tan difundidos y populares como el “judío errante” o “el jesuita intrigante”. En las obras de Sue se estimula al lector a desarrollar una actitud mental que lleva a ver, por principio , “complots” por todas partes.

-      Unido a esto, en el periodo en que nació el Opus Dei y dio sus primeros pasos, se había dado en algunos países -y se seguía dando en otros- el fenómeno de la unión política de los católicos en defensa de un objetivo determinado; un fenómeno que en ocasiones había sido alentado directamente por la Jerarquía eclesiástica. Y no faltaban obispos que pensaban que los fieles de su diócesis debían “actuar en el mundo” bajo su personal dirección; en la creencia de que esa unión compacta en cuestiones políticas, sociales, etc. les daría una mayor eficacia e influencia en el seno de la sociedad…

Todos estos presupuestos intelectuales –aceptados en su conjunto o por separado- afectaron, y siguen afectando, a una percepción justa del Opus Dei. No se entendía –y en algunos casos, algunos siguen sin entender- la realidad de una nueva realidad apostólica, que cuenta con laicos que trabajan en los sectores más diversos de la sociedad. No se entendía tampoco que hubiera una institución compuesta por mujeres y por hombres con grandes afanes de formación personal y el deseo de evangelizar su propio medio profesional.

Esto era algo nuevo para muchos: un conjunto de cristianos corrientes, difundiendo el mensaje de Cristo en sus propios ambientes familiares, profesionales y sociales, sin “mandato” alguno de la Jerarquía, movidos sólo por la fidelidad a su vocación bautismal.

No se entendía, además, que esos laicos usaran de su libertad, con naturalidad y sin complejos; y menos, que actuaran en nombre propio –no en nombre de la Iglesia o del Opus Dei-, respondiendo, cada cual a su modo, con iniciativas y planteamientos muy diversos entre sí, a los retos de la sociedad, al igual que sus conciudadanos.

No se entendía. Y la polémica hizo el resto, dejando en las mentes de muchos una serie de prejuicios difíciles de superar . [1] P. Claudel, Oda “Aux martyrs espagnols”, Oeuvres poétiques , Gallimard, La Pléiade, p. 1977

[2] "La Congrégation de la Sainte-Vierge fue una congregación religiosa católica fundada en Roma en 1560 por Jean Leunis, profesor de un colegio jesuita, bajo el patronazgo de “María, socorro de los cristianos”. Congregaciones de ese tipo fueron multiplicándose en Europa y en los países de misión, tanto en los colegios como en diversos ámbitos de la sociedad: entre la nobleza, la burguesía, los artesanos, el clero y el ejército. El 2 de febrero de 1801 el Padre Jean-Baptiste Bourdier-Delpuits, canónigo de París, impulsó una de estas congregaciones, que conocida tiempo después como “ La Congrégation ”. Era una organización de caridad, formada por laicos y eclesiásticos, que acabó jugando un papel político y religioso importante, especialmente en defensa de la religión, bajo el Directorio francés, el Primer Imperio y la Restauración. Formaban parte de “La Congregación” numerosas personalidades de signo tradicionalista y ultraconservador. La pertenencia a ella fue, sin duda, un punto de apoyo en la promoción de la carrera política de sus miembros. Fue vivamente criticada por sus lazos con el Vaticano y acusada de hacer espionaje en su propio beneficio y en el de sus estrategias políticas particulares. Fue disuelta en 1809 por decreto Imperial, y reconstituida en 1819 por los sacerdotes Legris-Duval y Pierre Ronsin." Las polémicas del siglo XIX acerca de “La Congrégation” siguen presentes en el imaginario francés, junto con “el complot jesuítico” y la masonería.

François Gondrand